Miguel León-Portilla
Los
nombres de lugar son un importante elemento en el contexto de la identidad
nacional. Recorrer los nombres del escenario geográfico de México es ir
“leyendo” no poco de su historia; cambiar o alterar, sin ton ni son, la
toponimia es atentar contra la memoria histórica.
El territorio de un país es escenario geográfico con planicies y
montañas, litorales, ríos y lagos, aldeas, pueblos y ciudades, flora, fauna y
seres humanos. A estos últimos se debe haber desarrollado allí, a lo largo de
siglos y milenios, diversas formas de cultura. Entre otras muchas cosas, su
cultura, siempre en proceso de cambio, los ha llevado a dialogar con cuanto
existe en ese su gran escenario geográfico.
Sacando del anonimato a cuanto en él se encuentra y prolifera,
se le han ido aplicando toda suerte de nombres. Así se puede recordar, hablar y
hacer referencia a las realidades que circundan a mujeres y hombres. Así
apareció la que hoy llamamos toponimia, los nombres de lugar.
En el vasto territorio de México, que incluye de algún modo la
parte que le fue arrebatada, además de una rica biodiversidad y una pluralidad
de lenguas y formas de cultura, hay también una gama enorme y significativa de
nombres de lugar. Ellos, con la ya evocada gran diversidad, son elemento
integrante de su propia identidad. Y precisamente, así como cualquier identidad
no es algo estático, sino que está sujeta al cambio y la transformación,
también los nombres de lugar de un país por diversos motivos en ocasiones se
alteran.
La toponimia expresada muchas veces en lenguas distintas, habla
de su historia y de las formas como sus pobladores en distintos tiempos han ido
concibiendo su escenario geográfico, su casa en el mundo. En diversos tiempos
se habló del Anáhuac, Mexicatlalpan, Nueva España y al fin México. Y otro tanto
puede decirse de las varias regiones, provincias y estados que lo integran, así
como de sus poblaciones grandes y chicas. Y desde luego también es ello cierto
acerca de todos sus accidentes geográficos con su flora y su fauna.
A una larga secuencia de gentes y culturas se debe la variada
toponimia que existe en México, expresada en lenguas del Nuevo y del Viejo
Mundo. En esos nombres es perceptible una especie de estratos, como ocurre
también en la arqueología. Si quisiéramos identificarlos de algún modo, es
posible señalar al menos los más importantes de esos estratos.
El
primer estrato
El estrato más antiguo, obviamente indígena, se remonta a muchos
siglos e incluye nombres de lugar expresados en muchas lenguas de por lo menos
siete grandes familias lingüísticas. Así, por ejemplo, en Oaxaca abundan los
topónimos mixtecos, zapotecos y otros. Del ámbito mixteco provienen éstos:
Yodzo Coo, “Llanura de la serpiente”; Yacu Dzaa, “Colina del pájaro”. Otros hay
que fueron traducidos al náhuatl y oficialmente se conocen en dicha lengua: el
ya citado Yodzo Coo, pasó a ser Coixtlahuaca, con el mismo significado de
“Llanura de la serpiente”.
Muestra de toponimias en una lengua yumana son Kadakamán que en
cochimí significa “Arroyo de carrizales”, vocablo al que los misioneros
jesuitas añadieron la designación de “San Ignacio”. Topónimo en la misma lengua
que desapareció por completo es el de Huamalhuá, “La neblinosa”, aplicado a la
isla llamada hoy de Cedros.
León-Portila, Miguel, “Toponimia e identidad”, Arqueología Mexicana núm. 100, pp. 28-33.
• Miguel León-Portilla.
Doctor en filosofía por la UNAM. Miembro de las academias mexicanas de la Historia
y de la Lengua, del Colegio Nacional y de la National Academy of Sciences,
E.U.A. Autor de numerosas publicaciones y profesor de la Facultad de Filosofía
y Letras de la UNAM.
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