miércoles, 30 de noviembre de 2016

Salvamento Arqueológico en Tlatelolco. La Secretaría de Relaciones Exteriores

Margarita Carballal Staedtler, María Flores Hernández, María del Carmen Lechuga García Los hallazgos durante las investigaciones de Salvamento Arqueológico en la Secretaría de Relaciones Exteriores entre 1990 y 1993 –98 entierros, 1 200 piezas, 17 estructuras– son de una riqueza considerable, no sólo en cuanto a su número y variedad de materiales, sino al estado de conservación de algunos. Entre 1990 y 1993, la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH, bajo la coordinación del maestro Francisco González Rul, realizó un proyecto interdisciplinario en la parte central de la zona arqueológica de Tlatelolco. Los trabajos correspondieron al ámbito de la llamada arqueología de salvamento en áreas urbanas, una de cuyas características es aprovechar las obras de infraestructura para excavar áreas cubiertas por edificaciones contemporáneas, aunque con limitantes de tiempo y espacio. Las exploraciones se realizaron durante dos temporadas: 1990-1991 y 1991-1993. La primera, en las obras para la nivelación del edificio conocido como torre de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), y la segunda en la construcción de un anexo de la secretaría, ya que sus necesidades de espacio se incrementaron como consecuencia de la firma y puesta en vigor del Tratado de Libre Comercio. Esto dio origen al “Proyecto de Salvamento Arqueológico sre Torre y sre Nuevo Edificio”. En esas exploraciones se tomaron en cuenta los importantes hallazgos de temporadas anteriores, la información histórica de las fuentes documentales y la que aparece en el Plano de Upsala, que indicaban que la obra de la Secretaría de Relaciones Exteriores afectaría la parte sur del recinto cívico-ceremonial de Tlatelolco, un sector del barrio de Atezcapan y posiblemente parte del afamado mercado de Tlatelolco. La expectativa del potencial de vestigios arqueológicos por registrar era alta, como realmente lo fue. Trabajos en el nuevo edificio En el predio del nuevo edificio, situado en el costado sur del recinto, se localizaron 14 edificios prehispánicos, en su mayoría plataformas de diversas dimensiones, que tuvieron cuando menos dos etapas constructivas. Sus características arquitectónicas y las ofrendas asociadas permitieron suponer que su función era cívico-religiosa. Por ello, se reconsideró la extensión del recinto ceremonial; por lo menos, se puede suponer que era un área anexa al mismo recinto, donde también se encontró un conjunto habitacional y un temazcal. Destaca la Estructura 12, de más de 40 m de largo y orientada de norte a sur, por sus excelentes materiales y acabados de superficie. Su fachada veía al oriente y estaba formada alternadamente por escalinatas y taludes, en cuya base había una rampa que conservaba sedimentos lacustres, lo que permitió establecer que se trataba de un embarcadero. Éste, al parecer, delimitaba el recinto ceremonial por el oriente, lo cual es indicio del carácter lacustre del sitio y la presencia de importantes canales de navegación muy cerca del centro de la ciudad. Por este embarcadero se ascendía a un espacio abierto, una especie de plaza, en donde se distribuían varias estructuras de planta cuadrangular de diversas dimensiones, dos de ellas (núms. 3 y 5) muy grandes, de 12 por 14 m, cuyas fachadas, accesos y altares estaban orientados al poniente; dos de ellas tenían un doble altar, al poniente y al norte. Las estructuras de menores dimensiones (núms. 4, 6, 7, 9, 10 y 11) tenían igual calidad constructiva. Asociadas a estas construcciones, se encontraron numerosas ofrendas, lo que indicó su función cívico-ceremonial. Destaca también la Estructura 2, una plataforma baja de planta compuesta, similar en forma y orientación al Templo de Ehécatl-Quetzalcóatl, con el cual se encuentra alineado, lo que pudiera indicar una relación entre ambos templos. Dos estructuras muestran características asociadas al agua: un depósito de planta triangular con piso inclinado, posiblemente un estanque (núm. 8), y un temazcal o baño de vapor de origen prehispánico (núm. 1). Ésta fue una de las estructuras mejor conservadas y que arrojó mayor cantidad de información, lo cual indica su función e importancia cultural, pues además de su semejanza con un elemento representado en la lám. 77 del Códice Magliabechiano, el temazcal se usó hasta el periodo colonial; en la actualidad se exhibe en la zona arqueológica de Tlatelolco. Sobresalen los objetos elaborados en piedra y madera; uno de ellos un elemento arquitectónico, un clavo, empotrado en el altar de acceso de la subestructura de una de las estructuras mayores (núm. 5), muestra la representación de un rostro con parálisis facial en el lado izquierdo. Entre los objetos de madera hay varios de gran valor estético y simbólico: una máscara, un bastón, dos huictli o coas, una embarcación en miniatura, maquetas de templos y tres “rayos”, objetos planos ondulados con pintura azul. Carballal Staedtler, Margarita, María Flores Hernández, María del Carmen Lechuga García, “Salvamento Arqueológico en Tlatelolco. La Secretaría de Relaciones Exteriores”, Arqueología Mexicana núm. 89, pp. 53-56. • Margarita Carballal. Arqueóloga por la ENAH. Investigadora de la Dirección de Salvamento Arqueológico (DSA), INAH, donde está a cargo de la Subdirección de Proyectos desde 1996. • María Flores Hernández. Arqueóloga por la enah. Estudia la maestría en estudios mesoamericanos por la UNAM. Investigadora de la DSA. • María del Carmen Lechuga García. Arqueóloga por la ENAH y con estudios de maestría en la misma escuela. Profesora de la DSA.

Prácticas mortuorias olmecas

Enrique Villamar Becerril En el área nuclear olmeca se han registrado prácticas mortuorias en cuatro sitios: La Venta, en Tabasco; El Manatí, San Lorenzo y Loma del Zapote, en Veracruz. El caso de La Venta es de 1942, cuando Matthew Stirling y Philip Drucker, pioneros de la arqueología olmeca, realizaban excavaciones en el montículo A-2 del centro ceremonial, durante su primera temporada de campo en el sitio. Ahí descubrieron una tumba cuyas paredes y techo constaban de columnas de basalto. En el piso de la tumba hallaron los restos óseos de dos sujetos en muy mal estado de conservación, recubiertos de pigmento rojo; en cada caso, los pocos fragmentos de hueso largo y un diente decidual fueron atribuidos a un individuo juvenil. Casi cuatro metros al sur de la tumba, Stirling y Drucker descubrieron lo que denominaron un sarcófago: una caja rectangular de piedra (282 cm de largo, 96 cm de ancho y 89 cm de altura) y su respectiva tapa. En la parte exterior, en uno de sus extremos, la caja tiene grabado el rostro de un jaguar o saurio. En el interior había objetos de jade (dos orejeras, una figurilla antropomorfa y dos pendientes), pero sin vestigio alguno de restos óseos; no obstante, los objetos mostraban un acomodo similar al que ocuparían en el cuerpo de un individuo. El Manatí, al sur del estado de Veracruz y 20 km al sureste de San Lorenzo, es célebre por la singularidad de los hallazgos realizados por los arqueólogos Ponciano Ortiz y Ma. del Carmen Rodríguez. En lo que fue el lecho de un antiguo arroyo abastecido por un manantial al pie del cerro El Manatí, los investigadores localizaron ofrendas depositadas durante varios momentos a lo largo de 400 años. Para 1200 a.C., las ofrendas constaron de pelotas de hule, bustos de figuras humanas elaboradas en madera –cuyos rostros muestran el inconfundible estilo artístico olmeca (piezas únicas en el corpus escultórico de dicha cultura)– y también restos humanos de infantes posiblemente neonatos. Los cuerpos de los infantes mostraban distinto acomodo. En dos de ellos, los restos óseos se hallaron en correcta posición anatómica, propia de un individuo completo, mientras que en otros estaban disgregados, esto último posiblemente como resultado de la desarticulación intencional llevada a cabo por los olmecas. La presencia de restos humanos como parte de las ofrendas ha sido interpretada por quienes estudiaron el contexto como una posible evidencia de sacrificio ritual. San Lorenzo es el centro regional olmeca más antiguo (1200-850 a.C.). En 1994, gracias al Proyecto Arqueológico San Lorenzo Tenochtitlán, dirigido por la arqueóloga Ann Cyphers, se localizó evidencia de un osario (depósito de varios individuos, no necesariamente completos, en el que predomina la desarticulación y dispersión de los segmentos corporales) cubierto por abundante cerámica y con al menos seis individuos. Las características biológicas de la muestra ósea sugieren una selección de individuos según su edad, pues sólo hay sujetos adultos, y quizás también por sexo, aunque esto último no pueda afirmarse, pues sólo en dos casos fue posible determinar que eran masculinos. Tras su muerte, los cuerpos fueron desarticulados, tarea que se realizó en otro lugar, donde también se habrían seleccionado las partes anatómicas que se colocaron en el osario. La ceremonia fue cuidadosamente preparada y ejecutada. Las implicaciones simbólicas y sociales de semejante ceremonia están en estudio por quien esto escribe. Villamar Becerril, Enrique, “Prácticas mortuorias olmecas”, Arqueología Mexicana núm. 87, p. 55. • Enrique Villamar Becerril. Antropólogo físico por la ENAH. Cursa el doctorado en estudios mesoamericanos por la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

Posclásico Temprano y Medio (900-1350 d.C.). Época de transición

Jeffrey R. Parsons En los primeros siglos del Posclásico, por vez primera la cuenca no fue la región más importante del Altiplano Central. Las dos principales ciudades de la época, Tula y Cholula, se encontraban situadas en áreas vecinas y, en especial la primera, ejercían influencia sobre la cuenca. Para finales de este periodo, la población iba en aumento y la región se encaminaba al auge que caracterizó al Posclásico Tardío. Los siglos transcurridos entre el Epiclásico –que siguió a la caída de Teotihuacan– y el surgimiento del imperio mexica en Tenochtitlan, incluyen el desarrollo y colapso de Tula, al norte de las fronteras noroccidentales de la Cuenca de México, y la creciente importancia de la gran ciudad de Cholula, situada al sureste. El declive de la ciudad de Teotihuacan y de su sistema regional, en la Cuenca de México, durante el siglo vii d.C. parece haberse dado en dos etapas: 1) el Epiclásico, cuando grandes grupos de población emigraron desde Teotihuacan y, al parecer, se establecieron inicialmente en grandes asentamientos nucleares, 2) seguido por el Posclásico Temprano, marcado por una tendencia a lo rural y un descenso de la población en el centro y sur de la cuenca, mientras que en el norte de la región se dio un aumento y concentración de la población. Hubo pocos centros grandes de población en el centro y el sur durante el Posclásico Temprano y sí varios asentamientos pequeños. En cambio, en el norte de la cuenca, en las inmediaciones del área de Tula, se encuentra la mayor parte de los grandes asentamientos del Posclásico Temprano. Ahí vivieron, tal vez, dos terceras partes de los habitantes de la región. Durante el Posclásico Medio hubo un aumento significativo de población y una mayor urbanización en el centro y el sur de la cuenca, a la vez que en el norte se concentraban grandes poblaciones, un patrón claramente opuesto al que se presentó durante el Posclásico Temprano. La mayor parte de los centros del Posclásico Medio –como Huexotla, Coatlinchan, Culhuacan, Ixtapalapa, Chalco, Xico, Xochimilco, Tacuba, Atzcapotzalco, Tenayuca y Xaltocan– se desarrollaron en las extensas márgenes de los lagos poco profundos y pantanos. En la Cuenca de México, el Posclásico Temprano y Medio se caracterizan también por una variedad cerámica sin precedentes. Los arqueólogos aún buscan establecer una relación cronológica y cultural entre los grupos cerámicos, cuyos tipos diagnósticos son el Azteca I Negro sobre Naranja y el Rojo sobre Bayo de Mazapan/Tollan. El final del Posclásico Medio se caracteriza por la presencia en toda la cuenca de cerámica Azteca II Negro sobre Naranja. Factores geopolíticos Los cambios en la demografía, el patrón de asentamiento y la distribución de cerámica en la cuenca durante el Posclásico Temprano y Medio deben entenderse a la luz de tres grandes tendencias geopolíticas: 1) La herencia del Epiclásico, cuando una docena de centros aparentemente autónomos, dentro y alrededor de la cuenca, compitieron por el poder y el prestigio que tuvo Teotihuacan. 2) La relación entre Tula y Cholula, las dos nuevas grandes capitales regionales que se desarrollaban justamente afuera de la cuenca. Situada en medio ellas, la cuenca se convirtió en la frontera sociopolítica entre estas dos importantes ciudades del Posclásico Temprano. Por primera vez en muchos siglos, los centros de poder del Altiplano Central se asentaban fuera de la cuenca. 3) El colapso de Tula como gran centro de poder hacia 1200 d.C. Así desapareció uno de los centros regionales más grandes del Postclásico Temprano y quitó a la cuenca su carácter de frontera entre esa ciudad y Cholula. Parsons, Jeffrey R., “Posclásico Temprano y Medio (900-1350 d.C.). Época de transición”, Arqueología Mexicana núm. 86, pp. 54-57. • Jeffrey R. Parsons. Doctor en antropología y especialista en arqueología de Mesoamérica y de la región andina. Profesor de arqueología latinoamericana en la Universidad de Michigan.

Basílica de Guadalupe - Virgen de Guadalupe - Tonantzin

Antes de la invasión de los españoles, en el mismo lugar que hoy conocemos como la Villa de Guadalupe, al norte de la Ciudad de México, se reverenciaba, en la parte más alta del Cerro del Tepeyac -cuyo nombre significa en náhuatl “nariz” o “punta de la sierra”-, a la diosa Tonatzin, Nuestra Madre, quien simbolizaba las fuerzas femeninas de la fertilidad, y quien compartía esta característica con otras diosas a quienes los cronistas a veces confundieron con ella o la tomaron como advocaciones de la misma diosa. Entre ellas estaban Cihuacóatl, la Mujer Serpiente, diosa de la tierra que regía el parto y la muerte al dar a luz; Coatlicue, la de la Falda de Serpientes, madre de los dioses del panteón azteca, diosa de la tierra asociada a la primavera; Toci, Nuestra Abuela, corazón de la tierra y patrona de la medicina y las hierbas medicinales; finalmente, estaba Chicomecóatl, Siete Serpiente, diosa de las cosechas asociada de manera directa con el maíz, a quien los indígenas estaban eternamente agradecidos porque les había enseñado el arte de hacer tamales y tortillas, alimentos básicos en la dieta de los indios y de carácter sagrado, toda vez que se empleaban en casi todos los ritos y festividades del amplio mundo de los dioses. Tonatzin era una diosa muy bella, de falda y huipil blancos; sus negros cabellos los peinaba a manera de dos cornezuelos que le quedaban a cada lado de la frente. Este hermoso peinado era imitado por las mujeres mexicas, pues era creencia común que así obtendrían una mayor fertilidad. En su advocación de Teteoinan, otro nombre de la diosa madre, presentaba los labios abultados con hule, en cada mejilla tenía simulado un agujero, llevaba un florón de algodón, orejeras de azulejo y mechón de palma; su alba falda se adornaba con caracoles, y sus sandalias eran de oro puro. A esta múltiple diosa Tonatzin se le adoraba en un santuario del cual no conocemos con certeza cómo era. Sin embargo, dada la importancia que tenía, debió de haber sido de dimensiones considerables y ricamente engalanado. El Códice Teotinatzin, manuscrito pictográfico en papel europeo que data del siglo XVIII que perteneciera a Lorenzo Boturini, sólo nos informa de una serranía en cuya capilla, en la parte superior, podía verse la representación de dos diosas: Chalchiuhtlicue y Tonatzin, a las que ahí se adoraba. Fray Bernardino de Sahagún en su obra Historia General de las cosas de Nueva España nos informa que había un monte que se llamaba Tepeác, que los españoles llamaron Tepeaquilla, donde había un templo dedicado a Tonatzin y al que acudía gente de lugares lejanos a reverenciarla: … y traían muchas ofrendas, venían hombres y mujeres… y todos decían vamos a la fiesta de Tonatzin; y ahora que está ahí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe también la llamaban Tonatzin. Fuente: mitos mexicano.com

martes, 29 de noviembre de 2016

Los antiguos mayas en guerra

David Stuart Las investigaciones de las décadas recientes no sólo han cambiado nuestras ideas sobre la cultura maya, vista durante mucho tiempo como pacífica. Ahora se sabe que no sólo fueron sociedades en constantes enfrentamientos, sino que la guerra entre ellas fue una práctica de gran complejidad y con distintas variantes. De acuerdo con Apocalypto, producción hollywoodense en exhibición en cines en los días que escribo este artículo, los mayas fueron una cultura salvaje y sedienta de sangre, en la que la guerra era violenta, con grupos de asalto formados por soldados de elite que aterrorizaban las zonas rurales en búsqueda de cautivos para someterlos, secuestrarlos y llevarlos a la ciudad con el propósito de sacrificarlos. Las recreaciones del pasado según Hollywood casi nunca son precisas y la virulenta visión del guionista y director de esta película, Mel Gibson, no es la excepción. Aun así, si bien su idea sobre los conflictos y la guerra entre los mayas es simplista y hasta sádica, se basa en un añejo enfoque académico según el cual las acciones militares de los mayas se realizaban a una escala reducida y consistían principalmente en incursiones contra los poblados vecinos en búsqueda de víctimas para el sacrificio. Los defensores de este modelo llegaron a descartar cualquier posibilidad de que la guerra entre los mayas implicara conflictos geopolíticos a gran escala, grandes ejércitos, expansión territorial o cualquier otra motivación “nacional”. Este modelo de guerra basada en incursiones aún tiene sus seguidores, aunque visto en retrospectiva parece ser un vestigio de una visión más antigua de los mayas como una civilización pacífica, incapaz de sostener guerras declaradas, o al menos, por mucho, no tan militaristas como sus vecinos mesoamericanos. Sin embargo, la evidencia con que se cuenta ahora, mucha de ella nueva, indica que las incursiones fueron sólo uno de varios tipos de conflicto y que los mayas fueron en muchos sentidos tan militaristas como las culturas del Centro de México. El militarismo y los conflictos comienzan a aparecer como temas destacados en el arte y las inscripciones en el Preclásico Tardío (300 a.C.-200 d.C.). Con frecuencia, en los monumentos de ese periodo se muestran cautivos atados, ya sea arrodillados ante un rey o bajo sus pies, como un símbolo de sometimiento total. Al parecer, los prisioneros también eran miembros de la elite, tal vez otros gobernantes, y llevan inscrito su nombre en el tocado. En una época posterior, durante el Clásico Tardío, el arte asociado a los gobernantes aún enfatizaba la guerra como símbolo de autoridad, y los cautivos de la elite eran un elemento central de las representaciones. Esa imaginería enfocada en algún gobernante y uno o dos cautivos es un modo de representación muy antiguo y tradicional, aunque no es un indicador confiable de la naturaleza de la guerra entre los mayas, ni de la escala de los conflictos en los que se capturó a los prisioneros. Tipos de guerra ¿Qué distinguía a la guerra maya en comparación con otras culturas mesoamericanas? Debemos recordar que la civilización maya ocupaba un vasto territorio, que abarcaba tierras bajas y altas, en el cual numerosos reinos independientes se desarrollaron, alcanzaron su apogeo y decayeron, y que necesariamente compitieron por controlar regiones y recursos. Ninguno logró dominar el antiguo mundo maya bajo una estructura imperial, de la manera en que pensamos que lo hicieron Monte Albán en los Valles Centrales de Oaxaca, o Teotihuacan y Tenochtitlan en la Cuenca de México. Traducción: Enrique Vela Stuart, David, “Los antiguos mayas en guerra”, Arqueología Mexicana núm. 84, pp. 41-47. • David Stuart. Profesor Schele de arte y escritura mesoamericanas. Departamento de Arte e Historia del Arte de la Universidad de Texas, en Austin. Miembro del Consejo de Asesores de esta revista.

La Organera-Xochipala, Guerrero

Rosa Ma. Reyna Robles El sitio de la Organera-Xochipala es uno de los más representativos y mejor investigados entre los pertenecientes a la cultura arqueológica Mezcala. Los diversos materiales y datos asociados indican que el sitio estuvo habitado por individuos que detentaban el poder político, administrativo y religioso de una organización estatal. Guerrero fue el crisol donde se fundieron numerosas y variadas culturas prehispánicas. A lo largo y ancho de su accidentado territorio se conservan innumerables vestigios arqueológicos de distinta naturaleza y antigüedad, muchos de ellos en sitios con características urbanas, como los de La Organera-Xochipala. A escala local, La Organera-Xochipala formó parte de un sistema de asentamientos con arquitectura de mampostería, distribuidos sobre los filos montañosos que se desprenden de la meseta de Xochipala, los que en conjunto conforman una “ciudad discontinua” de aproximadamente 200 ha. Su disposición estratégica obedeció a la necesidad de vigilar y a la vez dejar libre la mayor extensión de tierras cultivables de la meseta, conocida como El Llano, pues seguramente constituyó, y aún ahora constituye, “el granero de la sierra”. A escala regional es una de las zonas más representativas y mejor investigadas de la cultura arqueológica Mezcala, cuyos vestigios se han localizado en un área de más de 22 000 kilometros cuadrados que incluye la Tierra Caliente, las regiones central y norte de Guerrero y los límites con Michoacán, estado de México, Morelos y posiblemente Puebla. Esta zona arqueológica fue conocida y reportada a fines del siglo XIX por William Niven, un explorador de minas de origen escocés que recorrió gran parte del suelo guerrerense y llegó a interesase tanto en las “ruinas”, que realizó numerosas excavaciones y recobró varios cientos de objetos, entre ellos las pequeñas esculturas esquemáticas de piedra que varias décadas después se conocerían como de estilo Mezcala. Gracias a su amplitud de visión, su conocimiento de las rocas y minerales, sus notas, sus dibujos y fotografías, este singular personaje dejó el primer trabajo valioso para el conocimiento de la arqueología de Guerrero. Hacia los treinta del siglo XX se desató una verdadera fiebre por coleccionar objetos arqueológicos. En Guerrero los más codiciados por sus cualidades estéticas fueron los de piedra con representaciones de templos y palacios, diversos animales y utensilios domésticos, pero sobre todo un grupo numeroso y heterogéneo en forma de cabezas, máscaras y personajes humanos de cuerpo entero. Miguel Covarrubias distinguió varios estilos entre las representaciones antropomorfas; a uno de ellos “de carácter puramente local e inequívoco” lo llamó de estilo Mezcala. El coleccionismo de estas piezas se incrementó en las décadas de 1960 y 1970, cuando en la localidad de Xochipala prácticamente todos los pobladores hicieron del saqueo una de sus actividades principales. Para obtenerlas se debieron destruir cientos de edificios, pues se calcula que hasta los años ochenta se sustrajeron más de veinte millares de estas piezas, las que se encuentran en colecciones particulares y museográficas de México y de varias partes del mundo. Reyna Robles, Rosa Ma., “La Organera-Xochipala, Guerrero”, Arqueología Mexicana núm. 82, pp. 42-46. • Rosa Ma. Reyna Robles. Doctora en antropología por la UNAM. Investigadora de la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH. Expresidenta del Colegio Mexicano de Antropólogos. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores y del Consejo de Asesores de Arqueología Mexicana.

domingo, 27 de noviembre de 2016

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Proceso y sentencia en Mesoamérica


Por: Carlos Brokmann
Los aspectos informales del aparato jurídico se basaron en las estructuras nativas del calpulli, organización comunitaria que antiguamente tuvo un peso mayor y que conforme se desarrolló el imperio fue perdiendo capacidad y atribuciones. Partiendo de su carácter autárquico y relativamente igualitario, el Consejo de Ancianos se preservó como la instancia encargada de asignar las tareas a los miembros de la comunidad con base en su pertenencia, méritos y necesidades. El calpullec encauzó estas tareas y la recolección tributaria mediante un registro pormenorizado, que incluía los nombres de cada habitante, su edad y las tierras comunitarias a las que tendría acceso, instrumento fundamental para la preservación de los derechos de cada uno. Al mismo tiempo, estas autoridades nativas procuraban la estabilidad interna mediante la vigilancia, la conminación a cumplir con las obligaciones y el convencimiento de las partes de un pleito, aunque en tiempos tardíos su intervención se limitaba a casos de poca monta, como intentar disuadir de separarse a las parejas y matrimonios que deseaban hacerlo. El tribunal del tecalli constituyó el primer escalón jurídico formal y la mayor parte de los pleitos se resolvieron en esta instancia, que durante el apogeo imperial combinó elementos nativos de los calpultin con una marcada injerencia del aparato estatal. Zorita describe que sus jueces, los tetecuhtin, “tenían jurisdicción limitada para sentenciar pleitos de poca calidad”, que involucraban a macehualtin (plebeyos), dirimían conflictos internos entre familias o vecinos, y cuando sus sentencias acarreaban una pena grave debían ser ratificadas por el tribunal superior, cuyo juez regía directamente sobre el tecalli en algunas regiones.
El tribunal estaba constituido por jueces comunitarios promovidos por sus servicios al Estado; el mérito militar, una preferente pertenencia a la nobleza, la educación en calmécac y la rectitud personal fueron los elementos más importantes para el servicio en la judicatura. La labor judicial del juez incluyó el acucioso interrogatorio de las partes y los testigos, así como solicitar la evidencia documental del caso y sus antecedentes análogos. El propósito fue descubrir la verdad en cada proceso y sentenciar el caso de manera severa e inflexible, simbolizado por el “rostro rojo” del juzgador. El listado de los funcionarios judiciales que apoyaron en los tribunales es muy extenso e incluyó alguaciles, mensajeros, custodios, pregoneros, escribanos e inclusive intermediarios pagados.
Carlos Brokmann, “Multiculturalidad y diversidad en los sistemas jurídicos de Mesoamérica”,  Arqueología Mexicana, núm. 142, pp. 29-36.
Carlos Brokmann. Arqueólogo y doctor en antropología por la ENAH. Investigador en derechos humanos en el Centro Nacional de Derechos Humanos (CENADEH-CNDH). Sus más recientes líneas de investigación son: seguridad, violencia y derechos humanos, así como pluralismo jurídico de las comunidades indígenas de México.

Yuknoom Yich’aak K’ahk’ (Garra de Jaguar) (649-¿695? d.C.). Calakmul, Campeche

Ramón Carrasco

Entre el k’atun 10 y el k’atun 13 (es decir entre 633 y 692 d.C.) se produjeron una serie de acontecimientos que afectarían la organización política y territorial del Petén central. Uno de los protagonistas de estos eventos fue el k’uhul kaan ajaw Yuknoom Yich’aak K’ahk’ o Zarpazo de Fuego, conocido en la literatura arqueológica como Garra de Jaguar.

Yuknoom Yich’aak K’ahk’ fue sucesor de Yuknoom Ch’een (Yuknoom el Grande), que fue uno de los gobernantes que consolidó la hegemonía del reino de Kaan con las alianzas que estableció con el Petén central, en especial con el reino de Dos Pilas, con el que mantuvo una estrecha relación.
No conocemos los detalles que llevaron a Yuknoom Ch’een a apadrinar a Yuknoom Yich’aak K’ahk’ para que fuera su sucesor, pero es claro que la familia de éste debió tener mucha influencia dentro del linaje de los Yuknoom. Su fecha de nacimiento, 9 de octubre de 649 d.C., se registra en la Estela 9 de Calakmul, que se mandó erigir el 21 de noviembre de 662 d.C., cuando él tenía 13 años, un monumento esculpido sobre una placa de piedra pizarra que debió ser traída y transportada de una región de las tierras altas situada a no menos de 400 km de Calakmul, Campeche.
El reconocimiento de Yich’aak K’ahk’ como el futuro ajaw del reino de Kaan se extendió más allá de su ciudad, pues su nacimiento se registra en el Panel 6 de La Corona, un sitio con el que Calakmul mantuvo fuertes lazos políticos y familiares. Como emisario de Yuknoom Ch’een, a la edad de 13 años, el 13 de julio de 662 d.C., visita a B’alaj Chan K’awiil, de Dos Pilas, quien era un ajawsubordinado de Kaan. El 25 de febrero de 683 d.C., tres años antes de su entronización, visita La Corona, cuando contaba entonces con 34 años de edad.
Se ha propuesto que Yich’aak K’ahk’ compartió el poder con su mecenas, Yuknoom Ch’een, pero también existe la posibilidad de que fuera su principal representante en los asuntos y la política exterior del reino.

Entronización de Yich’aak K’ahk’

La fecha en que Yich’aak K’ahk’ es declarado formalmente k’uhul kaan ajaw del reino de Kaan, el 6 de abril de 686 d.C., fue conmemorada en Dos Pilas por B’alaj Chan K’awiil, con lo cual éste le demostraba que mantenía la subordinación que estableciera con su predecesor, Yuknoom el Grande. K’inich B’alam Ajaw, del Perú, otro más de los subordinados de Yich’aak K’ahk’, también registró su fecha de ascenso en la Estela 3 de ese sitio. Estas conmemoraciones muestran el amplio reconocimiento y la influencia que tuvo Yich’aak K’ahk’ en la región, hasta su muerte acaecida hacia finales del k’atun 13, alrededor de 700 d.C.
Dos años después de su ascenso, el 6 de enero de 688 d.C., apadrina a K’ak’ Tiliw Chan Chaak, de Naranjo. Durante su gobierno realizó diversas ceremonias y reuniones con sus aliados, como la que se llevó acabo el 14 de abril de 687 d.C., que se inscribió en el Panel 1 de La Corona, mandado a esculpir por Gran Guajolote y en el que se declara que la reunión se realizó en Oxte’ tuun Chik Naab.

Carrasco, Ramón, “Yuknoom Yich’aak K’ahk’ (Garra de Jaguar) (649-¿695? d.C.). Calakmul, Campeche”, Arqueología Mexicana núm. 110, pp. 46-51.

 Ramón Carrasco Vargas. Arqueólogo por la ENAH y museógrafo por la Escuela Paul Coremans. Desde 1976 ha dirigido múltiples proyectos arqueológicos en el Centro y el Occidente de México, así como en la zona maya. Desde 1993 es director del Proyecto Arqueológico Calakmul.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Tenochtitlan


Bertina Olmedo Vera
Tenochtitlan reflejaba de muchas maneras los avances científicos y artísticos de sus habitantes. Así, la traza urbana y la orientación de los edificios principales expresaban los conceptos de su cosmovisión y sus conocimientos sobre el movimiento de los astros. Las grandes obras hidráulicas y el sistema agrícola de chinampas que desarrollaron, así como la magnificencia de los templos y edificios que construyeron, nos hablan de sus aptitudes en los campos de la ingeniería y la arquitectura.
Una cuenca muy extensa rodeada por montañas, en la que dominaba un sistema de cinco lagos que en tiempo de lluvias se convertían en un solo espejo de agua, fue el escenario en el que se desarrolló de manera vertiginosa la cultura de los mexicas entre los siglos XIV y XVI. Actualmente es una zona ocupada en gran parte por la ciudad de México y su área conurbada, y muy poco queda ya de los grandes cuerpos de agua que proporcionaron todo un modo de vida a los grupos humanos que desde hace cerca de 30 000 años comenzaron a poblar esta región, que ahora conocemos como Cuenca de México y que los mexicas llamaban Anáhuac.
Después de una larga peregrinación de más de 200 años desde su lugar de origen, ubicado al norte de Mesoamérica, los mexicas llegaron a esta región que estaba densamente ocupada por diversos grupos humanos con desarrollos culturales complejos y florecientes. Esos grupos aprovechaban la gran cantidad de recursos naturales a su alcance: animales y plantas para la caza y recolección en bosques y lagos; piedras en las montañas como basalto, tezontle y pedernal; obsidiana en los derrames volcánicos; madera de los bosques, carrizos de los lagos y sal que obtenían en las costas. Hacia el año 1325 de nuestra era, se establecieron en un islote ubicado en la parte occidental del lago de Texcoco a cambio de pagar tributo a los tepanecas de Azcapotzalco, quienes eran dueños de esa parte del lago. De acuerdo con su historia, el lugar de la fundación les fue indicado mediante una señal por su dios tribal, Huitzilopochtli, quien se comunicaba con ellos a través de su sacerdote. El grupo errante estableció su ciudad en el lugar donde vieron dicha señal, la cual consistía en un águila parada sobre un nopal, y la llamó México-Tenochtitlan.
Urbanismo y arquitectura
En ese lugar construyeron un sencillo templo a su dios Huitzilopochtli, el cual se constituiría en el centro de su mundo. A partir de este sitio, dividieron el terreno en cuatro grandes secciones o parcialidades y construyeron largas calzadas orientadas hacia los rumbos del universo para comunicar la isla con tierra firme; esta distribución resultó en un diseño reticular de la urbe, semejante al de Teotihuacan. Las parcialidades recibieron los nombres de Moyotlan, Teopan, Atzacoalco y Cuepopan; en cuanto a las calzadas, al norte se encontraba la del Tepeyac, al sur la de Iztapalapa y al poniente la que comunicaba con Tacuba. A partir de estos elementos la ciudad comenzó a crecer rápidamente, hasta convertirse en una de las más grandes y pobladas de su tiempo.
Con el tiempo, el lugar sagrado marcado por el templo de Huitzilopochtli se amplió y llegó a convertirse en una gran plaza de 500 m por lado, que daba cabida a cerca de 78 templos y estructuras de tipo religioso. Alrededor de este espacio, separado del resto de la ciudad por medio de una plataforma de baja altura, estaban los palacios y las casas de gobernantes y nobles, y más lejos, las casas de la gente común. Toda el área habitacional se encontraba organizada en barrios que a su vez formaban parte de cada una de las cuatro grandes parcialidades.
Olmedo Vera, Bertina, “Tenochtitlan”, Arqueología Mexicana núm. 107, pp. 59-65.
 Bertina Olmedo Vera. Licenciada en arqueología por la ENAH. Investigadora del INAH y curadora de las colecciones mexicas del Museo Nacional de Antropología. Sus campos de interés son la cultura mexica en general y los sistemas gráficos de comunicación de los antiguos nahuas.

viernes, 25 de noviembre de 2016

La construcción de las grandes pirámides de México


Elliot M. Abrams
Los arqueólogos que utilizan el enfoque antropológico siguen explorando las maneras de analizar el trabajo y la organización requeridos para la construcción de las enormes pirámides de la antigüedad. Combinada con los análisis artísticos y otros estudios complementarios, la energética arquitectónica nos brinda un amplio abanico de enfoques respecto a la construcción de obras en el pasado.

Algunas de las pirámides más grandes del mundo se construyeron en sitios de México como Teotihuacan, estado de México, y Palenque, Chiapas. Al visitar estos u otros grandes sitios de México, lo que más nos impresiona es su presencia. Los monumentos del pasado nos asombran por su magnitud, altura y esplendor artístico, y nos llevan a pensar en sus constructores. Al enfrentar en silencio los monumentos también nos preguntamos, con frecuencia, cómo fueron hechos: ¿cómo pudieron imaginar semejantes obras pueblos que solamente contaban con herramientas de piedra y madera, y con su fuerza de trabajo humana? ¿Cómo lograron construir tan impresionantes obras arquitectónicas?
Para contestar a estas preguntas, los arqueólogos que utilizan el enfoque antropológico usan diversas metodologías de cálculo, en una esfera que he llamado “energética arquitectónica”, cuyo objeto es determinar los costos humanos invertidos en la construcción. He realizado muchos análisis de este tipo en la arquitectura antigua, particularmente en las pirámides mayas; los resultados nos permiten estimar el número de personas que intervinieron en la construcción y la forma de organizar el trabajo a fin de lograr semejantes proyectos de ingeniería. Este método nos muestra, de manera significativa, la equivalencia de una pirámide en trabajo humano y, por consiguiente, permite ver el pasado en su aspecto humano.

Energética arquitectónica

El estudio de la energética arquitectónica comienza con un detallado mapa de la pirámide, los materiales empleados y las dimensiones derivadas de la investigación arqueológica. Luego se calcula el volumen de material bruto ocupado en la pirámide –piedra, madera, tierra– y así llegamos al cálculo aproximado de los materiales que fueron utilizados en la construcción de la pirámide.
También debemos saber cuánto tiempo tomó hacer cada una de las tareas, ya que en la construcción de las pirámides había muchos quehaceres diferentes. Los obreros tenían que obtener los materiales en bruto, llevarlos hasta el sitio, trabajar algunos objetos (como las piedras que sirven de recubrimiento) y finalmente levantar la estructura completa. Todos esos trabajadores debían ser organizados para ser eficientes. Cualquier falla en alguna de las etapas habría retrasado el proceso en su conjunto y demasiadas fallas habrían significado la ruina del arquitecto de la realeza encargado de supervisar la obra. Todos los proyectos debían planearse de tal manera que fueran realizados en época de secas, no dedicada a la agricultura, de modo que siempre había algún plazo límite para los proyectos.
Para determinar el tiempo que requería cada una de las tareas, los antropólogos deben hacer experimentos que simulen cada una de dichas etapas constructivas. Cuando trabajé en los sitios mayas de Copán, en el occidente de Honduras, y en Palenque, Chiapas, se pidió a los trabajadores que reconstruyeran los edificios antiguos excavados, bajo la supervisión de arquitectos profesionales. Tuve la oportunidad de ver a los trabajadores construyendo las paredes y colocando mortero detrás de los muros de contención, tal y como debieron hacerlo los mayas en el pasado. En algunos casos llevé a cabo experimentos independientemente del trabajo de restauración; por ejemplo, contraté a un talentoso labrador de cantera local y tomé el tiempo que le llevaba labrar una escultura maya. El resultado final de estas observaciones cronometradas nos permitió calcular los costos que implicaban las tareas constructivas y el acopio de los materiales en bruto de cada edificio. Al combinar ambos datos puede calcularse el costo aproximado de cada edificio en términos de trabajo humano, medido en días-hombre.

Abrams, Elliot M., “La construcción de grandes pirámides de México”, Arqueología Mexicana núm. 101, pp. 64-67.


 Elliot M. Abrams. Doctor en antropología. Profesor de antropología en la Universidad de Ohio, Athens, Ohio.

PANCHO VILLA Y SU HISTORIA NO CONTADA.

Crímenes de Villa, entre otros. A Villa se le conocen 36 esposas, algunas de ellas: Manuela Casas a los 14 años fue a estudiar a la escuela de la hacienda de Canutillo, quedando viuda siendo madre de un niño cuando tenía 15 años; Juana Torres, a quien violo, posteriormente la mujer se resignó y se casó con él; el secuestro y violación de Austreberta Rentería, narrada por ella misma. En Jiménez, Chihuahua, el 22 de septiembre de 1918, asesina personalmente a cinco mujeres de la familia González Reyes, a la madre Evarista Reyes, a su cuñada Coleta Reyes, a dos de sus hijas, Sara y Antonia González, y a su nieta Eva Isaura Bazán González, de sólo siete meses, además de dos hombres que se encontraban en la casa. La muerte por incineración de Lugarda Barrio Gil y Pando viuda de Núñez, 83 años de edad, y una soldadera, quemadas vivas, Satevó, 24 de agosto de 1916. Celsa Caballero viuda de Chávez, 71 años de edad, muerta por incineración, Jiménez, 18 de diciembre de 1916. María de la Luz Portillo Moreno, 82 años de edad, y su nieta María de la Luz García, 34 años de edad, quemadas vivas, Valle de los Olivos, 1918. Francisca González de Rodríguez, quemada viva, Santa Eulalia, 4 de enero de 1917. La profesora parralense Margarita Guerra. 90 soldaderas fusiladas en Camargo el 12 de diciembre de 1916. La violación de mujeres en Namiquipa, Agostadero, Palo Quemado, La Bellota, Santa Cruz, en febrero de 1917. Tortura de la Sra. María de la Luz Gómez, quien tuvo que pagar 30,000.00, posteriormente murió como consecuencia de la tortura. La violación de un grupo de señoritas en Casas Grandes en julio de 1913. Santos Merino, 72 años de edad, quemado vivo, Bachíniva, octubre de 1916. Jesús Bazán Guerrero, 25 años, hemorragia interna por herida con arma blanca, Jiménez, 16 de junio de 1918. Agustín Ruiz Núñez, 33 años de edad, ejecutado por disparo en la cabeza, Satevó, 24 de agosto de 1916. Pablo Mendoza Chavira, 60 años de edad, Ignacio Mendoza Portillo, 23 años de edad, Julián Chaparro Molina, 44 años de edad, Jerónimo Portillo Espinoza, 40 años de edad, Rayo Molina García, 58 años de edad, Abel M Sotelo Molina, 28 años de edad, ahorcados en La Cueva, 19 de enero de 1918. Gregorio Polanco y sus dos hijos, Mucio Polanco y su único hijo ahorcados en marzo de 1916 en la Hacienda Corralitos, todos ellos trabajadores de la hacienda. 70 civiles fusilados de San Pedro de la Cueva, Sonora, el 2 diciembre de 1915. 27 civiles, ahorcados por Villa en San José del Sitio, el 16 de enero de 1918. 4 civiles asesinados en La Cruz de Velduque a 18 km de Valle de Zaragoza, Chihuahua, enero de 1917. Asesinato de Carlos Alatorre y Luis Ortiz por negarse a pagar el secuestro en enero de 1911. José de la Luz Herrera y sus hijos Melchor y Zeferino Herrera Cano, en Parral Chihuahua, el 21 de abril de 1919. Ciento cincuenta y ocho casos más de civiles y militares desarmados y ejecutados por ahorcamiento, fusilados, ejecutados a quemarropa, torturados y tirados en las inmediaciones del Cerro Santa Rosa en la Ciudad de Chihuahua cuando los villistas ocuparon la Ciudad. Un número indeterminado de asesinatos en Canutillo entre 1921 y 1923. El secuestro de los dos niños de José María Sánchez, el secuestro de los niños Lorenzo Arellano y Alfonso Molinar, además de los secuestros de los señores José A Yáñez e Ignacio Irigoyen. Los secuestros de Fred G Hugo y R. B. Rawson. Por el primero pedía 10,000.00 equivalentes a 3.24 millones de pesos en diciembre 14 de 1919. El secuestro de Carl Kaegelin en Julio 27 de 1920. El secuestro de Joseph E. Askew, 20,000 dólares, equivalente a 6.48 millones de pesos en la actualidad en febrero 21 de 1920. El secuestro de Joseph Williams, 2,000 dólares, equivalente a 648,000 pesos en la actualidad en marzo 10 de 1920. El secuestro de George Miller, 50,000 dólares, equivalente a 16.2 millones de pesos en la actualidad en mayo 22 de 1920. El secuestro de Edward Ledwige, 10,000 dólares, equivalente a 3.24 millones de pesos en la actualidad en septiembre 14 de 1915. Innumerables saqueos, robos, extorsiones y despojos, lo mismo a ricos que a pobres. Los asesinatos de los convencionistas de la Convención de Aguascalientes Paulino Martínez, David Berlanga y Guillermo García Aragón, este último copartícipe con Emiliano Zapata. Cada uno equiparable a Belisario Domínguez. Villa sufría ataques de cólera que lo hacían intratable, te podía meter un tiro tan sólo por contradecirlo, como lo indica su secretario Enrique Pérez Rul. Abusaba de los hombres a su antojo, muchas de las deserciones en 1915 se dieron por que se hacía insoportable la cercanía de Villa. Fuente: Reidezel Mendoza Soriano. Friedrich Katz, “Pancho Villa”. Celia Herrera, “Francisco Villa ante la Historia” José María Jaurrieta, Guadalupe Villa, "Con Villa, 1916-1920: memorias de campaña”. Paco Ignacio Taibo II, “Pancho Villa: Una Biografía Narrativa”. Emilio Portes Gil, "Autobiografía de la Revolución Mexicana" Fuentes hemerográficas: El Paso Morning Times, El Paso Herald, Houston Post, Bisbee Daily, Meriden Mornig, El Heraldo de Chihuahua, etc.

90 años de La Cristiada, la guerra mexicana que quisieron ocultar

La autora, doctora en Historia, repasa en su 90 aniversario La Cristiada, desconocida guerra mexicana, y califica el heroísmo de los cristeros de Epopeya de la Libertad.
Imagen de la época.
Niños mártires, asaltos de trenes, vías férreas pobladas de ahorcados, indómitos guerrilleros, brigadas de valientes mujeres con voto de silencio, emboscadas en sierras desérticas, Caballeros de Colón antimasónicos, el KukuxKlan y traiciones de un gobierno anticlerical son los fascinantes elementos de La Cristiada o la Guerra Cristera (1926 – 1929), la guerra religiosa más dramática, sangrienta y desconocida de la historia de América de la que ahora se cumplen sólo 90 años. Una tragedia que fue prácticamente borrada de los libros de Historia. Su grito de lucha: Viva Cristo Rey y  la Virgen de Guadalupe.
El famoso Emiliano Zapata luchó con diez mil hombres y Pancho Villa con veinte mil, pero los desconocidos cristeros consiguieron movilizar a cincuenta mil combatientes, apoyados por todo un pueblo. Fue una guerra por la libertad que se convirtió en un verdadero "martirologio" ya que en esa persecución sangrienta y salvaje, cientos de religiosos y laicos católicos fueron asesinados por su fe. Un capítulo bélico recogido en cientos de fotografías blanquinegras que sorprenden por su fuerza y magnetismo.
Conspiración de silencio
La Guerra Cristera, hasta 1980 fue tabú en los estudios históricos y políticos mexicanos. La Historia "oficial" -en las raras ocasiones que los llegaba a mencionar- los calificaba como "rebeldes al gobierno". Pese a su importancia, se intentó borrar de la memoria y se transmitió casi en secreto entre los miembros de las familias que vivieron el enfrentamiento.
La Ley Calles
La anticlerical Constitución mexicana de 1917 había  incluído medidas draconianas contra la Iglesia,  negaba su reconocimiento legal, limitaba a los sacerdotes, prohibía la educación religiosa, nacionalizaba las propiedades de la Iglesia e ilegalizaba la celebración de ceremonias fuera de los templos. Sin embargodada la mayoría católica nunca se aplicó de forma estricta hasta 1926. Ese año el Presidente Plutarco Calles promulga "la Ley Calles": multas y cárcel por negarse a disolver comunidades religiosas, por enseñanza de la religión, por publicaciones piadosas,  por expresar públicamente las creencias y la expulsión de sacerdotes extranjeros, incautación de iglesias, conventos y monasterios e inventarios de los bienes. También prohibe las sotanas a los curas mexicanos, y se mandaron quemar todos los documentos de la Iglesia, incluidas la Fe de bautismo de todas las personas. Todo acto católico era prohibido por la ley. La iglesia suspende el culto público y se va a la clandestinidad, a modo de la época de las catacumbas
Al principio, los fieles y la jerarquía se resistieron a la Ley Calles de forma pacífica organizan su brazo político: la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR) . Protestas, un millón de firmas pidiendo la abolición, boicot económico... no hubo alzamiento armado ni tácticas de resistencia civil  hasta que no se agotaron todos los recursos legales y pacíficos posibles. El Gobierno, viendo el poder que adquirían, intensificó su ataque con arrestos, intimidaciones y comenzaron las ejecuciones y violentas represiones por parte del ejército.
Ante los atropellos y desmanes, el pueblo a empezó a armarse de forma espontánea y aparecen  las primeras guerrillas, compuestas por campesinos que comienzan  a sublevarse al grito de: "¡Viva Cristo Rey y  Santa María de Guadalupe!, Fueron conocidos desde entonces despectivamente con el nombre de Los Cristeros.
La rebelión cristera
La resistencia armada comenzó en Jalisco con levantamientos esporádicos hasta que se difundió por todo México. El gobierno declara la guerra a la Iglesia Católica  y se convierte en una auténtica guerra civil.
La Liga organiza la lucha y da el mando al general  liberal Enrique Gorostieta, experto en guerra de guerrillas y estrategia militar. Pasarán de ser una tropa espontánea y desharrapada a  ser un ejército disciplinado de 50.000 hombres, divididos en regimientos y con jefes legendarios, como los curas-generales padre Vega y padre Pedroza.
Las Brigadas Bonitas
Las brigadas femeninas de Santa Juana de Arco (BB) fueron creadas para suministrar municiones, pertrechos y dinero, provisiones, informes, refugio, cura y protección a los combatientes Cristeros. Llegaron a ser 25.000 mujeres. Su estructura era militar y jerárquica porque eran consideradas un cuerpo más de combate. Pero este movimiento trabajaba en total clandestinidad, imponiendo a sus miembros un juramento de obediencia y secreto por lo que era de gran eficacia. La mayor parte de las mujeres eran célibes, para evitar dejar huérfanos o evitar chantaje, si eran hechas prisioneras
Sus métodos para obtener fondos incluían las acciones directas. Transportaban las municiones en chalecos o en carros cubiertos de maíz o cemento, hasta las zonas de combate, donde posteriormente a lomo de mula las hacían llegar a los cristeros. El ingenio y la audacia de aquellas jóvenes fueron legendarios y llegaron a abastecerse directamente en las fábricas militares de la capital, mediante la seducción  o la connivencia de operarios católicos y de algunas autoridades.
Un enfrentamiento desigual

El ejército de Calles, bien armado, comido y vestido, era llamado por el pueblo: "los federales", o "comecuras". contaba con 80 mil hombres. La mayoría de los insurrectos eran campesinos pobres, mal equipados y peor armados, pero la  gran desigualdad de hombres y armas no detuvo a los cristeros. Su  profunda fe en Cristo les daba una gran fuerza moral. En las zonas donde la rebelión parecía ser aplastada, a los pocos días resurgía con más fuerza. La ferocidad de la milicia y el ensañamiento con los campesinos, hizo que los cristeros fueran apoyados por la población.
Ante la imposibilidad de controlar la insurección, el gobierno organizó  "concentraciones". Se obligaba a los campesinos a reunirse en poblados determinados.Si esto no sucedía, las gentes eran fusiladas sin previo juicio, lo que significó pérdida de cosechas y hambre para la población civil. Los sacerdotes que permanecieron en el campo, lo hicieron con gravísimo riesgo y permanecieron escondidos con la protección de los fieles, que en muchos casos fueron también ejecutados por darles cobijo .El británico Graham Greene viajó poco después de la guerra a México y recogió muchos testimonios directos  de la rebelión cristera.. "Todos los curas eran perseguidos y muertos –escribe Green en una de sus novelas más célebres: El poder y la gloria-, excepto uno que subsistió durante diez años en las selvas y los pantanos, aventurándose sólo de noche.."
Una  táctica exitosa entre los cristeros fue el ataque a trenes, que obligó al ejército federal a destacar hombres en puentes, túneles y estaciones;  Ahí se produjo su único crimen de guerra: el incendio de un tren antes de su completa evacuación.

Tácticamente, la guerrilla cristera superaba a las milicias regulares. En pequeños grupos, atacaban, intempestivamente, y  huían con facilidad a la sierra gracias a su destreza como jinetes y a su conocimiento del terreno. Siempre portaban el estandarte de la Virgen de Guadalupe y  de cada pecho de soldado colgaba una gran cruz, cual fresco epopéyico de  un cuadro de Ferrer- Dalmau. El l ejército federal, mucho más desarrollado en la infantería se veía imposibilitado a proseguir la persecución. Dada su inferioridad, táctica el gobierno apela al terror sistemático no sólo contra las poblaciones involucradas en la insurrección, sino contra aquellas sopechosas de estarlo.
Una cruel represión
Los Cristeros a quienes se hacía prisioneros eran pasados por las armas. Pena de muerte era también el castigo de quienes ayudaban a los rebeldes, de los que bautizaban a sus hijos, asistían a las misas clandestinas o se casaban por la Iglesia.. Muchos civiles sucumbieron en ocasiones víctimas de matanzas colectivas. Los lunes había fusilamientos y muertes en la horca, en público.
Turistas norteamericanos denunciaban en la prensa americana la presencia de ahorcados en los postes telegráficos a lo largo de las vías férreas y de las carreteras y los Caballeros de Colón, asociación católica antimasónica, recaudan un millón de dólares en Estados Unidos para ayudarles, lo que contrarresta el Kukluxklan ofreciendo ayudar a Plutarco Calles multiplicando por diez esta cifra.
La tortura se practicaba sistemáticamente, no sólo para obtener informes, sino también para hacer que durara el suplicio, para obligar a los católicos a renegar de su fe y para castigarlos eficazmente, ya que la muerte no bastaba para asustarlos. "Caminar con las plantas de los pies en carne viva, ser degollado, quemado, deshuesado, descuartizado vivo, colgado de los pulgares, estrangulado, electrocutado, quemado por partes con soplete, sometido a la tortura del potro, de los borceguíes, del embudo, de la cuerda, ser arrastrado por caballos... Todo esto era lo que esperaba a quienes caían en manos de los federales». (Jean Meyer, La Cristiada, tomo III,.).
Negociación: "Los arreglos"
En 1929 el ejército federal estaba formado por 100.000 hombres. Las milicias cristeras se calculaban en 50 000 hombres, pero controlaban la mitad de los 30 estados de México poniendo en jaque al gobierno de Plutarco Calles, que ante las inminentes elecciones presidenciales ve la coyuntura  idónea para que el conflicto se resuelva .Calles apela embajador norteamericano Morrow, porque necesitan del petróleo mexicano y a quienes también conviene la paz interior del país, La Santa Sede presionada por los Caballeros de Colón impone entonces la necesidad de una salida política que se consigue con “ los arreglos”
La ley de Calles se suspende pero no se deroga; se otorgaba amnistía a los rebeldes; se restituían las iglesias y la Iglesia podía realizar los cultos. Los cristeros en obediencia al Vaticano empiezan a deponer las armas, pero sólo para ser cazados y ejecutados porque  fue una trampa. Calles rompió los compromisos y durante los tres primeros meses después de la tregua, más de 500 líderes y 5.000 cristeros fueron ejecutados. Murieron más líderes cristeros durante ese breve periodo de tiempo que durante tres años de guerra.
Dicotomía: héroes mártires o contarrrevolucionarios
Durante décadas el PRI fue abiertamente hostil a la Iglesia.  De hecho México no mandó embajada al Vaticano hasta fines de los 60  y no reconoció su status jurídico hasta 1990 con Salinas de Gortari.
Con la perdida del gobierno vitalicio del PRI, el episodio cristero adquirió visibilidad y se desató la disputa en torno a su reivindicación como legado a valorar.  Parece que molesta el heroísmo del  martirologio cristero y  se ha alentado su rechazo dentro de la  historia mexicana por ser "contrarrevolucionarios antimodernos". Se carga las tintas en la responsabilidad de la iglesia que intentaba evitar perder sus riquezas y privilegios ( poseía más de la mitad del territorio nacional) , en abordar la rebelión como simple bandidaje o como una revancha de los revolucionarios derrotados También añaden otros factores como la masonería, el jesuitismo, el sinarquismo o la ideología jacobina.
Canonizaciones, la obra de Meyer y la película Cristiada
En los últimos años tres hechos fundamentales han apoyado la difusión de este capítulo apasionante de la historia mexicana.
El primero fue el reconocimiento de la Iglesia de los martires en 1988 de los cuales 25 fueron canonizados por Juan Pablo II  en el año 2000 y 13 beatificados en 2005. Este mismo año 2016, el Papa Francico santifica al Niño José, un  niño Cristero que muere defendiendo a Dios tras sufrir terribles torturas.
El segundo fue el ingente trabajo del francés Jean  Meyer, que en la década de los 90 saca a la luz  información prohibida y oculta. Publica tres tomos titulados La Cristiada / Historia de la guerra mexicana por la libertad religiosa. Meyer jugó una carrera contra el tiempo para salvar la memoria de estos soldados anónimos entrevistando a cientos de  combatientes y testigos directos (Macías Villegas, el último cristero falleció  hace apenas unos meses).
El tercero es la película Cristiada, un film con actores muy conocidos como Andy García quizás en el mejor papel de su carrera como Goriostieta, Peter O Toole o  Rubén Blades. Un film cuya visión desconociendo el episodio histórico asemeja un cuento fantástico y maniqueo pero que, con licencias, es completamente riguroso.  El capítulo de José el niño cristero y su camino al cadalso, pudiera parecer toda una fantasía hagiográfica de no estar bien confirmado por decenas de testigos.
Y aunque en la Cristiada pudieran gravitar factores políticos y económicos, fue el factor religioso la única razón que  llevó al pueblo mexicano a levantarse en armas. Fue la heróica reacción de una sociedad campesina, tradicional y católica contra el autoritarismo y control de un Estado nacido de la Revolución de 1917. Un movimiento popular, que se alzó para defender un modo de vida contra una reforma  que pretendía borrar al Cristianismo de sus vidas, para ellos entonces lo más sagrado de su existencia.
La Cristiada fue una epopeya, y por encima de otras circunstancias políticas o económicas, una guerra por la libertad, por ello, los cristeros, esos valientes davides contra el Goliat de un gobierno totalitario, deben ser recordados como héroes. El heroísmo de dar su vida en un enfrentamiento desigual  por defenderla. 
El problema es que cuando la libertad, uno de los derechos fundamentales del hombre, es ejercer la religión y además la católica, es cuestionada en muchos ámbitos, como comentamos en nuestro polémico artículo de MUNDIARIO Los mártires beatificados murieron por su fe pero tuvieron verdugos políticos.
Cristiada.

De hecho, la película Cristiada, dada su temática, tuvo problemas en España e incluso llegó a boicotearse su estreno en salas por lo políticamente incorrecto de sus posibles paralelismos con la Guerra Civil española. Pero fue sobre todo por la inconveniencia de que estos héroes anónimos mexicanos sacrificaran su vida  por el mismo motivo y al mismo grito que miles de españoles en la trágica contienda: el ! Viva Cristo Rey! que los cristeros lanzaban, a modo de proclama inquebrantable, antes de entrar en la batalla, y  que era también el grito que sus mártires, después de haber perdonado a sus ejecutores, repetían antes de ser asesinados.

LAS ESCULTURAS DE LA CASA DEL MARQUÉS DEL APARTADO


En el ex palacio del Marqués del Apartado, situado en la esquina de las actuales calles de Argentina (antiguamente llamada del Relox) y de Donceles (nombre que conserva desde la Colonia), se encuentra una amplia información histórica relacionada con los diversos usos del terreno en las épocas prehispánica, colonial y contemporánea.

Según Ignacio Alcocer e Ignacio Marquina, en la época prehispánica el predio formó parte del recinto ceremonial de México-Tenochtitlan y según algunos cronistas, en él se encontraba el Coateocalli o “templo de los diversos dioses”, aunque también se pudo tratar del templo de la diosa Cihuacóatl. Después de la conquista española. en esa zona se otorgó un solar a los conquistadores Luis. Francisco y Gonzalo Acevedo -que se extendía posiblemente hasta la actual calle de Guatemala.

Después de haber tenido varios propietarios, la Marqués del Apartado fue vendida en 1886 a Manuela Moneada, quien un año después dividió la construcción y registró una parte con el número 9 1/2 (Registro Público de la Propiedad). A su fallecimiento. en 1900, la adquirió el supremo gobierno por la cantidad de 220 000 pesos, y se realizaron trabajos de restauración del edificio a cargo del capitán de ingenieros Porfirio Díaz hijo y R.G.S. Facio, según consta en la placa conmemorativa colocada en la fachada norte.

En ese tiempo, durante la excavación encomendada al arqueólogo Leopoldo Batres, se encontraron dos importantes piezas en el patio central: un ocelote (océlotl-cuauhxicalli) y una serpiente (xiuhcóatl), así como las escalinatas de un basamento prehispánico. Durante los trabajos de 1985 se encontró una escultura mayor, un águila, cuauhtli-cuauhxicalli, que refuerza el sentido simbólico de este espacio, en el que se ubicaba un importante templo del recinto sagrado de Tenochtitlan.

Tomado de Elsa Hernández Pons, “La Casa del Marqués del Apartado” Arqueología Mexicana, núm. 46, pp. 42-45.

PRISIÓN Y MUERTE DE MOTECUHZOMA XOCOYOTZIN



La pictografía fue bautizada como Códice Moctezuma por su escena más famosa: la presentación forzada del segundo Motecuhzoma frente a sus súbditos, con la intención de que detuviera los ataques en contra de los españoles, sitiados en la ciudad de México-Tenochtitlan. Una primera aparición pública del hueitlatoani aconteció después de la matanza de nobles en la fiesta de tóxcatl, dedicada a Tezcatlipoca, el 21 de mayo de 1520. En esa ocasión, Pedro de Alvarado lo obliga violentamente a dirigirse a su pueblo para que cesen las hostilidades en contra de los invasores. El 24 de junio del mismo año, Hernán Cortés regresa a Tenochtitlan con los restos del ejército del derrotado Pánfilo de Narváez. Es posible que la escena de la pictografía corresponda a los días siguientes: muy presionado, Cortés conduce a Motecuhzoma al techo de un edificio –aquí representado de manera conceptual como un tecpan o casa de gobierno– con el objeto de que inste a su pueblo a suspender las agresiones (a). El siguiente episodio, la muerte del gobernante tenochca (b), sigue siendo un enigma: las diferentes versiones culpan a sus captores o a una audiencia nativa sumamente irritada. Para el 30 de junio, cuando se produjo el episodio de la “Noche triste”, la huida española hacia Tlacopan (Tacuba), el último emperador tenochca elegido antes de la llegada de los españoles ya había muerto.

IMAGEN: Prisión de Motecuhzoma II. Códice Moctezuma. 

Foto: BNAH
Tomado de Xavier Noguez, “Códice Moctezuma”, Arqueología Mexicana, núm. 95, pp. 84-85.

¿CÓMO ERA LA VIDA EN MESOAMÉRICA HACE MÁS DE 2000 AÑOS? CLÁSICO TEMPRANO (150/200-600 D. C.)


Alrededor del año 150 d.C., el alto grado de desarrollo que habían alcanzado las culturas de diversas regiones de Mesoamérica se evidenciaba en la complejidad de los sistemas religiosos. la monumentalidad de sus pirámides y otras estructuras cívico-ceremoniales, el refinamiento de los estilos artísticos, así como la destreza de los artesanos y su habilidad para trabajar gran variedad de materiales (aun cuando la metalurgia se desarrolló plenamente hasta el Clásico Tardío). La agricultura de subsistencia se basaba sobre todo en el maíz y se complementaba con el cultivo de frijol, calabaza y muchas otras plantas domesticadas. En las regiones más áridas, la irrigación por medio de canales ya se utilizaba desde tiempo atrás.

Si bien la individualidad de las distintas regiones era manifiesta, las unía el intercambio de ideas y de objetos valiosos. En algunos lugares ya habían surgido grandes centros urbanos, como Teotihuacan en la Cuenca de México y Monte Albán en el valle de Oaxaca. y se habían desarrollado plenamente sistemas de escritura en la región maya, en Oaxaca y en las tierras bajas del Golfo. La mayoría de los pueblos mesoamericanos utilizaba un complejo calendario ritual basado en ciclos entrelazados de 13, 20, 260 y 365 días, mientras que los mayas y algunos pueblos vecinos utilizaban la llamada cuenta larga para registrar fechas precisas. Por otra parte, los sistemas políticos de Teotihuacan y Monte Albán habían alcanzado un grado de complejidad e integración tal, que es apropiado considerarlos como estados. Durante el Clásico Temprano -aproximadamente desde el año 150 o 200 d. C. hasta el 650 d. C.- estas tendencias adquirieron un grado de desarrollo aún mayor.

Tal vez el cambio más reciente de opinión respecto al Clásico Temprano es la aceptación de que no fue un periodo exento de enfrentamientos bélicos, como se pensó originalmente.

Tomado de George L. Cowgill, “ Tiempo Mesoamericano V. Clásico Temprano (150/200-600 d. C.)”, Arqueología Mexicana, núm. 47, pp. 20-27.

Los túneles de la Gran Pirámide de Cholula, Puebla


¿Y para qué hicieron los cholultecas estos túneles?, es la pregunta más oída por los guías de Cholula. Muchos esperan una respuesta relacionada con cuestiones rituales, pues a lo largo de los 280 m de túnel iluminado que el público recorre se aprecian intrigantes pasajes que se adentran en el corazón de la pirámide, hacia arriba y hacia abajo, hasta donde alcanza la vista, antes de perderse en la oscuridad. Para cientos de visitantes es una sorpresa aprender que los túneles sí los excavaron los habitantes locales, pero no al mando de un antiguo cacique para llevar a cabo misteriosas ceremonias, sino durante el siglo XX y dirigidos por arqueólogos que buscaban entender la historia del monumento de mayor volumen del continente americano: la Gran Pirámide de Cholula. Esta enorme plataforma, apodada “El Cerrito” por los vecinos, alcanzó en su última etapa casi 400 m por lado y poco más de 60 m de altura, por lo que, incluso en la época moderna, penetrar sus entrañas implicó una labor titánica.
Montañas hechas a mano
Como muchas pirámides de Mesoamérica, la de Cholula no fue creada en un solo evento, sino a través de varias superposiciones. Las pirámides, montañas artificiales que imitaban a las de la naturaleza, eran plataformas para sostener templos en su cima, elevando así las áreas de culto sobre el plano terrestre. Su elaboración, su forma, su tamaño, constituían una manifestación materializada del poder de los líderes. Por ende, los cambios políticos o ideológicos relevantes solían verse acompañados de la erección de nuevas pirámides que se edificaban sobre las anteriores, usando a éstas como parte de su relleno. Esto tenía dos provechosos resultados: por una parte, se conseguía un monumento mayor con un considerable ahorro en la inversión de materiales; a la vez, al cubrir al edificio previo con el nuevo, éste se apropiaba de la sacralidad de la construcción antigua que simbolizaba los logros de autoridades pasadas, pero también la ocultaba para siempre y la sustituía con la que expresaba el dominio del gobernante en turno.
Al llegar los españoles, la Gran Pirámide lucía como una loma natural. Abandonada desde siglos antes, su recubrimiento había sido desmantelado y la vegetación florecía sobre ella. Pero Tlachihualtépetl, el nombre en náhuatl con el que se le conocía y que significa “cerro hecho a mano”, indica que los pobladores sabían bien que no era una elevación ordinaria del terreno, sino una obra humana arcaica y venerable sobre cuya cumbre seguían realizando sacrificios para pedir lluvia. Pero cuándo y cómo se habría erigido, eran incógnitas que perdurarían por cientos de años desde la conquista antes de que alguien intentara resolverlas.
Una estrategia novedosa en la primera mitad del siglo XX
En la tercera década del siglo XX, varias secciones de la arquitectura interna de la pirámide sobresalían en sus costados al haber sido cortada por los caminos que comunicaban Puebla y Cholula. Esos enigmáticos muros que emergían apenas parcialmente, unos de piedra y otros de adobe, eran una tentadora invitación a explorar el monumento, pero lo masivo del Tlachihualtépetl suponía un reto enorme para las técnicas tradicionales de excavación. En consecuencia, para 1931 Ignacio Marquina inició la investigación recurriendo a una novedosa estrategia que se había usado en la Pirámide del Sol y en la de Tenayuca: la perforación mediante túneles.

La compactación de los rellenos permitió que, a través de galerías con un techo angular que distribuía eficazmente la carga, se fueran encontrando los frentes de las estructuras sobrepuestas, siguiendo sus contornos y penetrándolos luego en busca de la siguiente. Al terminar el proyecto en 1971, más de 10 km de túneles cruzaban sinuosamente el interior de la pirámide. La planeación para cavar ese laberinto subterráneo requirió un magistral despliegue de talento y habilidad, y su ejecución fue un trabajo colosal. Sin embargo, aunque con ello se demostró que la Gran Pirámide contenía diversas subestructuras, la complejidad de éstas fue inesperada, pues la exploración se fue topando con una maraña de muros de decenas de edificios. Ante la imposibilidad de seguir los perímetros de cada uno de ellos, se privilegió exponer partes de los contornos de las construcciones mayores, y se llegó a la conclusión de que había cinco etapas sobrepuestas. Como la cantidad de datos resultó abrumadora y en esos tiempos se habrían requerido años de trabajo manual de cálculo y dibujo para correlacionar unos con otros, la solución de Marquina fue crear modelos resumidos del desarrollo del Tlachihualtépetl, basándose más en croquis generales que en los planos que túnel por túnel habían comenzado a hacer. Logísticamente fue la alternativa más viable, pero implicó la extremada simplificación de una de las secuencias arquitectónicas más complejas de Mesoamérica. Para que la interpretación de esa sucesión de construcciones nos brinde un reflejo de la trayectoria de la comunidad que la creó es preciso detallar sus formas y dimensiones, el diseño y la distribución de los espacios, los materiales empleados, los procesos de edificación y las variantes ornamentales, todos ellos aspectos que no tenían cabida en una versión abreviada de la evolución de “El Cerrito”…