domingo, 30 de octubre de 2016

Los ciclos lunares y el calendario maya

Autor: Stanislaw Iwaniszewski


No existe evidencia alguna de que los mayas antiguos utilizaran un calendario formal basado en las fases de la Luna, a la manera de los chinos, sumerios, babilonios o hebreos antiguos. Sin embargo, durante el Clásico los mayas emplearon un complejo sistema de contar los meses lunares asociado a las fechas escritas en la llamada cuenta larga. Ideada ésta para calcular y representar el tiempo, los mayas pronto se dieron cuenta de que el mismo sistema podía servir para los cálculos astronómicos.
Cuando los primeros españoles llegaron a la península de Yucatán, observaron que los mayas contaban el tiempo utilizando el ciclo de las fases lunares. En su Relación de las cosas de Yucatán el obispo Diego de Landa notó que:
Tienen su año perfecto como el nuestro, de 365 días y 6 horas. Divídenlo en dos maneras de meses, los unos de a 30 días que se llaman u’, que quiere decir luna, la cual contaban desde que salía hasta que no parecía. Otra manera de meses tenía de a 20 días, a los cuales llaman winal jun ek’eh.
La información que recogió Landa indica que los mayas tuvieron dos maneras de contar el tiempo. Primero, los mayas de Yucatán utilizaron el concepto del año para medir el tiempo. El año común o civil conocido como haab’, constaba de 365 días y se dividía en 18 periodos de 20 días cada uno, más los 5 días agregados al final del año. Los periodos de 20 días fueron llamados winal jun ek’eh. Su significado no está muy claro, aunque según los diccionarios coloniales la palabra winal se traduce como el “mes antiguo de 20 días” y la palabra jun como “uno, una vez”.
La otra manera consistió en contar las lunas. El mes lunar conocido como u’, o uh, “Luna” en maya yucateco, iniciaba con la primera aparición de la Luna creciente en el cielo vespertino y duraba hasta el momento de su desaparición. Igual que muchos pueblos norteamericanos, los mayas de Yucatán contaban las lunas visibles de un ciclo, sin prestar mucha atención a los periodos de su invisibilidad. Los meses lunares se contaban desde la primera aparición de la Luna creciente en el cielo vespertino hasta la siguiente, por lo tanto esta definición se acerca al concepto moderno del mes sinódico, que describe el ciclo de las fases de la Luna. Su duración es de poco más de 29.53 días.
Las series lunares entre los mayas
No existe evidencia alguna de que los mayas antiguos utilizaran un calendario formal basado en las fases de la Luna, a la manera de los chinos, sumerios, babilonios o hebreos antiguos. Sin embargo, durante el Clásico (250-900 d.C.) los mayas emplearon un complejo sistema de contar los meses lunares asociado a las fechas escritas en la llamada cuenta larga. Ideada ésta para calcular y representar el tiempo, los mayas pronto se dieron cuenta de que el mismo sistema podía servir para los cálculos astronómicos. Así, la fecha de cuenta larga asociaba una cierta cantidad de días transcurridos desde la fecha cero con un día específico del ciclo de 260 días, del ciclo del haab’, y con el ciclo lunar.
Esta cláusula, conocida como series lunares –que contiene seis glifos denominados E, D, C, X, B y A por Sylvanus Morley y E. Willys Andrews–, sigue la cuenta larga. Morley inicialmente sugirió que los glifos funcionaron para algún tipo de cuenta lunar, basándose en la forma visual ya que algunos glifos tenían la forma de la Luna; sin embargo, fue John Teeple quien logró descifrar el significado astronómico de la cláusula. Los estudios posteriores de los epigrafistas confirmaron su descubrimiento. Primero Barbara MacLeod, luego Linda Schele, Nikolai Grube y Federico Fahsen establecieron que el glifo D se lee huli, “llegó”, indicando el número de días transcurridos desde que la Luna aparece en el cielo. Esta expresión describe el momento de la primera aparición del creciente de la Luna en el cielo vespertino, después del periodo de su invisibilidad, aunque a veces también puede referirse al momento del novilunio astronómico. El glifo E se suma al glifo D para denotar que se pretende registrar la edad de la Luna igual o superior a 20 días. El glifo E significa simplemente “veinte”.
El glifo C viene acompañado de seis coeficientes numéricos y consta de tres variantes de cabeza: de una mujer joven, posiblemente la diosa de la Luna, del dios Jaguar del Inframundo y de un cráneo. Su forma básica representa una mano que se lee k’al, “atar” o “cerrar”, indicando que se ataron o cerraron un cierto número de lunaciones. La secuencia de las variantes de cabeza era fija durante el Clásico Tardío, cada una fue asociada con los números del 1 a 6, y por tanto se representaban en total 18 meses distintos. Según John H. Linden, Linda Schele, Nikolai Grube, Federico Fahsen y Juan Ignacio Cases, el glifo C indica la posición que ocupa el mes en un ciclo mayor de 18 lunaciones. Recientemente, Gerardo Aldana atribuyó la creación de esta secuencia fija a cambios políticos y al derecho de usar los gobernantes mayas el título de kaloomte’.
Es probable que el glifo X represente el nombre del mes lunar fijado por el glifo C. El glifo X tiene una forma sumamente variable y hasta la fecha no se han identificado sus 18 variantes hipotéticas, aunque Jens Rohark demostró que su forma depende del coeficiente numérico del glifo C y de las tres variantes de cabeza del mismo glifo. Es posible que cada una de las 18 diferentes lunaciones portara su nombre particular, tal como lo sugiere el glifo B, que sigue al glifo X y que se lee comouch’ok k’ab’a, “su nombre joven”, o como uk’uh k’ab’a, “su nombre sagrado”. Esto sugiere que el glifo B se refiere a que el glifo X es el nombre de uno de los 18 meses lunares indicados por el glifo C.
Finalmente, el glifo A proporciona la información acerca de la duración del mes lunar. Según el glifo A, el mes lunar siempre registra 29 o 30 días, escrito winaak bo- lon, “veintinueve” o winak lajuun, “treinta”, respectivamente. Debido a que los escribas mayas empleaban sólo números enteros, la duración del mes lunar puede tener 29 o 30 días.
En suma, las cláusulas de las series lunares mayas expresaban: “tantos días pasaron desde cuando (la Luna) apareció (en el cielo), el presente mes es el número ‘x’ (una de las 18 lunaciones diferenciadas), su nombre (joven) es el glifo X, su duración será de 29 o 30 días”. Durante el Clásico Tardío (600-900 d.C.) en las series lunares se registraron 18 meses lunares diferenciados, a los cuales se agregó el glifo A, que podía tener 29 o 30 días. Por lo tanto, teóricamente se registraban 36 lunaciones diferenciadas, aunque en la práctica su número fue más reducido.
Iwaniszewski, Stanislaw, “Los ciclos lunares y el calendario maya”, Arqueología Mexicana núm. 118, pp. 38-42.
 Stanislaw Iwaniszewski. Doctor en antropología por la UNAM. Profesor-investigador del posgrado en arqueología en la ENAH, INAH.

Cholula, la Roma de Mesoamérica

Autor: Eduardo Merlo Juárez

La ciudad sagrada de Cholula enseñoreaba una extensa región de Mesoamérica que la reconocía como meta obligada de peregrinación. Esa calidad se reflejaba en la grandeza y esplendor de sus templos, palacios y edificios cívicos. Los conquistadores se admiraron de su tamaño y calidad, superiores a la de algunas ciudades europeas.
La emoción que causó a los conquistadores europeos la gran ciudad de Cholula quedó plasmada en los comentarios que los testigos directos de este acontecimiento nos dejaron; el propio Cortés escribió al rey en 1522: “Esta ciudad de Churultecal está asentada en un llano, y tiene hasta veinte mil casas dentro, en el cuerpo de la ciudad, y tiene de arrabales otras tantas. Es señorío por sí y tiene sus términos conocidos; no obedece a señor ninguno...” (Cortés, 1969, p. 37).
Desde el santuario de Nuestra Señora de los Remedios, construido en la cima de la antiquísima pirámide –la mayor del mundo–, que es realmente lo que une a las dos poblaciones herederas de la riqueza cultural, que hoy se llaman San Pedro y San Andrés, uno puede imaginarse sin dificultad esa grandeza y extensión. Si a simple vista el extremeño calcula en total 40 000 casas, entonces estaríamos hablando de más de 100 000 habitantes. Sigue diciendo: “Esta ciudad es muy fértil de labranzas porque tiene mucha tierra y se riega la más parte de ella, y aun es la ciudad más hermosa de fuera que hay en España, porque es muy torreada y llana, y certifico a vuestra alteza que yo conté desde una mezquita cuatrocientos treinta y tantas torres en la dicha ciudad, y todas son de mezquitas” (ibid.). Ciertamente fue una ciudad “muy torreada”, porque teniendo sus palacios y casas únicamente un nivel, permitían admirar los basamentos piramidales que no debieron ser de gran altura, pero sí para apreciarse desde esa eminencia.
Otros relatos del siglo XVI
Por su parte, el soldado veraz, Bernal Díaz, se expresa con la misma admiración de la ciudad y ratifica:
Tenía aquella ciudad en aquel tiempo tantas torres muy altas, que eran cúes y adoratorios donde estaban sus ídolos, especial el cú mayor, era de más altor que el de México... y tenía otros patios para el servicio de los cúes. Según entendimos, había allí un ídolo muy grande, el nombre de él no me acuerdo; más entre ellos se tenía gran devoción y venían de muchas partes a sacrificarle y a tener como a manera de novenas, y le presentaban de las haciendas que tenían. Acuérdome, cuando en aquella ciudad entramos, que desde que vimos tan altas torres y blanquear, nos pareció el propio Valladolid (Díaz del Castillo, 1979, vol. I, p. 164).
Merlo Juárez, Eduardo, “Cholula, la Roma de Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 115, pp. 24-30.
 Eduardo Merlo Juárez. Investigador del INAH, egresado de la ENAH y de la UNAM. Actualmente es coordinador de arqueología en el Centro INAH Puebla. Es cronista oficial de Cholula

La vida cotidiana en Xochitécatl-Cacaxtla

Autor: Mari Carmen Serra Puche


Las excavaciones arqueológicas en las unidades habitacionales de Xochitécatl-Cacaxtla nos hablan de la vida cotidiana de sus habitantes. Artesanos, agricultores, pintores, cazadores y chinamperos, entre otros, proporcionaron día a día el sustento y permitieron su reproducción social, ideológica y biológica.
La vida cotidiana transcurre durante días, años y milenios en las unidades habitacionales, donde se reproduce la sociedad, lo que permite a sus miembros generar los recursos económicos, psicológicos y sociales necesarios para vivir. Son lugares donde las familias se definen y los valores culturales se transmiten mediante una variedad de actividades domésticas y rituales.
Las “casas” son flexibles, motivadoras e innovadoras como unidades sociales, que pueden intensificar su producción por iniciativa propia cuando las condiciones económicas lo permiten o lo requieren.
Entre los restos arqueológicos surge la voz de agricultores, chinamperos, recolectores, cazadores, constructores, artesanos. Una voz sencilla y sabia de mujeres y hombres que reiteraron su fidelidad a los dioses y su apego a las antiguas costumbres, desde hace más de 3 000 años.
Los objetos producidos por el hombre de antaño hablan de muchas formas de vida. Así, por medio de la excavación de las unidades habitacionales obtuvimos información tanto sobre la especialización como sobre actividades cotidianas, las relaciones del hombre con su entorno social y natural, la concepción del medio ambiente, sus recursos y su geografía. Intentamos explicar con ello los lazos que establecieron los habitantes de esa región con los de áreas cincunvecinas, por ejemplo con los valles de Morelos y Puebla, con la Cuenca de México, así como con regiones más lejanas: el Golfo de México, los Valles Centrales de Oaxaca e incluso la región olmeca.
Buscamos comprender la forma de vida de quienes habitaban el centro ceremonial y administrativo, la de aquellos individuos que con su trabajo hicieron posible el mantenimiento del sitio. Buscamos entender los grupos ubicados en una función particular y con una organización económica y social que permitió la construcción de una sociedad que, durante el Preclásico Medio y el Tardío (1200 a.C.-200 d.C.), inició con un centro ceremonial que controlaba el valle, cuyos habitantes se especializaron en distintos oficios y fueron construyendo paralelamente una sociedad cada vez más compleja. En el segundo periodo de ocupación del valle, durante el Epiclásico (650-950 d.C.), hubo un dominio regional equiparable a centros tan importantes como Cholula, Cantona Xochicalco o Tenango. 
Serra Puche, Mari Carmen, “La vida cotidiana en Xochitécatl-Cacaxtla”, Arqueología Mexicana núm. 117, pp. 38-45.
 Mari Carmen Serra Puche. Doctora en antropología por la UNAM. Investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM. Titular de la Dirección General de Proyectos Universitarios de la UNAM y de las investigaciones “El hombre y sus recursos en el valle Puebla-Tlaxcala” y “La ruta del mezcal”.

Más de cien años de exploraciones en la pirámide del sol

Autor: Alejandro Sarabia González


La importancia de los más de cien años de exploraciones en la pirámide del sol, en Teotihuacan, reside en que se trata del edificio más grande de la antigua ciudad –cubre un área de 5.06 ha y alcanza una altura de 65 m, con una base de 225 m por lado– y a que fue diseñado como parte de un sistema urbano único en la historia del hombre, basado en un sistema general y estructurado en unidades urbanas menores, todo bajo el mismo concepto espacial y funcional.
El 20 de marzo de 2005 se cumplieron cien años de los inicios de las amplias exploraciones en la Pirámide del Sol de Teotihuacan realizadas por el Inspector General y Conservador de los Monumentos Arqueológicos de la Republica Mexicana, Leopoldo Batres y Huerta. Aquí presentamos el significado de dichos trabajos y de su conmemoración.
Conmemorar el centenario del inicio de las exploraciones en la monumental Pirámide del Sol de Teotihuacan de 1905 (que culminaron en 1910) es sin duda un acontecimiento singular para la arqueología mexicana, por dos razones. La primera tiene que ver con la celebración del primer centenario de la independencia de México; el gobierno de Porfirio Díaz aprovechó entonces algunos ejemplos representativos del desarrollo de los pueblos indígenas del pasado para mostrarlos al mundo y señalar con ello la grandeza y riqueza cultural del país. Estos casos fueron la Pirámide del Sol en Teotihuacan (estado de México), Xochicalco (Morelos), Mitla (Oaxaca) y La Quemada (Zacatecas). Tales sitios fueron expropiados, explorados y adecuados para su visita por el mismo Leopoldo Batres, quien de esta forma estableció las primeras zonas arqueológicas en México.
La segunda razón tiene que ver con que estos trabajos dieron principio a la “arqueología oficial mexicana”. Si bien existía ya una arqueología en México, en esos años se crea una arqueología patrocinada por el Estado y a su servicio. El tema resulta de gran interés para la investigación en aspectos tan variados como la historia y la sociología de la ciencia, la conformación del patrimonio cultural en México, el papel del Estado en la investigación científica, el compromiso del investigador, la difusión cultural del patrimonio, el papel de la historia en la sociedad moderna y el impacto de los programas oficiales en las comunidades vecinas a estos sitios arqueológicos, entre otros.
Como parte del proyecto de 1905-1910, el gobierno mexicano se propuso adecuar el entorno de la Pirámide del Sol para su visita turística. A las exploraciones de la gran pirámide siguió la compra de las propiedades colindantes en 1907. Ese año empezó la construcción del primer museo arqueológico de la región y se autorizó la construcción de un hotel (hoy sede del Centro de Estudios Teotihuacanos), así como el permiso para un singular restaurante en una gruta de origen arqueológico (que hoy se conoce como Restaurante la Gruta). También se diseñó una estación de ferrocarril en la comunidad de San Sebastián Xolalpan para los visitantes de la zona arqueológica.
Todas estas actividades provocaron cambios en la dinámica social de las comunidades vecinas a la Pirámide del Sol, pues se empleó a cientos de trabajadores en las exploraciones, en la construcción del museo, del campamento del proyecto, de la vía del tren y de un emplazamiento militar; también se dio la presencia de “turistas”, que implicó la llegada de personas e ideas ajenas a la región.
Sarabia González, Alejandro, “Más de cien años de exploraciones en la pirámide del sol”, Arqueología Mexicana núm. 92, pp. 18-23.
• Alejandro Sarabia González. Arqueólogo por la ENAH. Maestro en antropología y candidato a doctor en antropología por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Director del proyecto de investigación y conservación de la Pirámide del Sol desde 2004.

Rebeliones contra Tenochtitlán

Autor: Frances Berdan


Las ciudades-Estado conquistadas por el imperio azteca con frecuencia se rebelaron contra las autoridades imperiales. De manera astuta, muchas de esas ciudades-Estado aprovechaban los momentos de sucesión dinástica o las derrotas militares relevantes, cuando el imperio era más débil, o buscaron aliados para terminar con su sumisión ante los aztecas.
Cempoallan era, a principios de 1519, una de las muchas ciudades incorporadas al imperio azteca en expansión, encabezado por Tenochtitlan. Los recolectores de tributo aztecas llegaban regularmente a Cempoallan, llevándose a nativos que les servían en el trabajo y para los sacrificios. Ese mismo verano arribaron los conquistadores españoles de Hernán Cortés a Cempoallan. Cortés escuchó las quejas del gobernante y le recomendó apresar a los colectores de tributo aztecas.
El “cacique gordo” de Cempoallan era consciente de que se trataba de un acto de rebeldía explícita contra el imperio más grande por él conocido y no ignoraba las consecuencias. No se trataba, tampoco, de la primera rebelión abierta contra el poder de Tenochtitlan, sino que se inscribía en una historia reiterada de rebeliones anti-imperiales.
Las condiciones para las rebeliones
El mundo azteca estuvo formado por ciudades-Estado antagónicas. Los mexicas de Tenochtitlan, los acolhua de Texcoco y los tepanecas de Tlacopan formaron la Triple Alianza y desde 1430 fueron una fuerza política y militar muy beligerante. Las tres poderosas ciudades-Estado –bajo el liderazgo, sobre todo, de los tlatoani (gobernantes) tenochcas– crearon el imperio prehispánico más grande de la historia mesoamericana.
Tal imperio fue posible gracias a una combinación de conquistas militares y de estrategias diplomáticas. Si bien el imperio duró solamente 91 años, los gobernantes imperiales tuvieron políticas con diferencias muy marcadas hacia los territorios y súbditos cercanos y hacia los más distantes. Las ciudades-Estado de la Cuenca de México fueron su primer objetivo y los mexicas y sus aliados se impusieron mediante la conquista militar; pero los regímenes militares fueron con frecuencia inestables, ya que los gobernantes imperiales no permitían que los gobernantes locales permanecieran mucho tiempo en sus tronos y los remplazaba por parientes del emperador, más confiables; a menudo, se celebraron bodas con miembros de las casas gobernantes de las ciudades-Estado conquistadas para afianzar el control. Fue común además que los gobernantes de Tenochtitlan reclutaran esas ciudades-Estado para futuras campañas militares, dándoles el derecho al saqueo de botines en lugares conquistados lejanos. Tales estrategias permitieron afiliar a los súbditos conquistados a los propósitos y beneficios del imperio de Tenochtitlan, disminuyendo así las posibilidades de rebelión.
Berdan, Frances, “Rebeliones contra Tenochtitlan”, Arqueología Mexicana núm. 111, pp. 32-36.
 Frances Berdan. Doctora en antropología por la Universidad de Texas, sede Austin. Profesora emérita de antropología en la Universidad del Estado de California, sede San Bernardino. Se especializa en cultura, economía e historia aztecas.

Cinco insurgentes que la patria injustamente olvidó.

 

Estimable radioescucha: una de las asignaturas pendientes para investigadores, historiadores y apasionados de la música popular mexicana es sin duda la modalidad de los grupos músico vocales. En México estas agrupaciones conformadas por 3 o más integrantes, suelen utilizar sus poderosas y privilegiadas voces como principal elemento de expresión musical, entretejiendo un espectacular canto al unísono que deleita los oídos del amable auditorio. Su repertorio suele estar conformado por canciones de música popular, incluyendo boleros, corridos, rancheras, baladas, éxitos internacionales y más. Algunos requisitos indispensables para pertenecer a estos conjuntos consiste en tener una voz potente, de agradable color y bien timbrada, portando con gallardía el traje de chinaco, de charro o hasta de héroe de la Independencia, además de saber tocar algún instrumento como la guitarra o el acordeón. Aunque modas y corrientes musicales extranjeras vienen y van continuamente, acaparando cámaras, micrófonos y reflectores, los grupos músico vocales mexicanos y su prodigioso canto al unísono simplemente se niegan a morir, ofreciendo su enorme talento musical en pequeños centros nocturnos, en restaurantes, mesones, posadas, tabernas, hoteles y palenques, con el noble y firme propósito de proporcionar alegre y sano esparcimiento. Algunas veces acompañados tan sólo por las dulces notas de guitarras acústicas, otras veces por un portentoso mariachi o por una magnifica orquesta, los grupos vocales han dejado un excelso testimonio de su expresión artística en fonogramas que han sobrevivido a pesar del olvido al que han sido condenados por los medios masivos de comunicación y por las casas discográficas. Uno de los casos más enigmáticos es el de Los Insurgentes, conjunto de 5 elementos que durante los alocados 60s del siglo XX solía aparecer con frecuencia en los estudios de televisión, portando gallardos trajes de caudillo y cantando con desbordante talento canciones como Es México, La marimba, La norteña, Se me hizo fácil, Hay unos ojos y Noche azul, entre muchas otras. Haciendo gala de sus impresionantes dotes vocales, el grupo interpretaba con gran acierto piezas de corte popular a ritmo de ranchera, danza, vals, huapango, balada, etcétera. Los integrantes del grupo eranRamón Santillán Cárdenas, Paco Lazareno, Doroteo Rivas Hinojosa, Javier Carrillo yJorge Soriano. Escucha canciones de Los Insurgentes en Radio Quelite, la voz musical de México.

Existen pocos datos biográficos acerca de éste formidable quinteto; la única información a la mano proviene de la contraportada de su álbum debut intitulado Es México (Orfeón LP-12-609), que explica el singular modo en que fue formado el conjunto. Sucedió que el 13 de junio de 1967, una multitud se congregó para cantarle las tradicionales "Mañanitas" a un directivo de la Asociación Nacional de Actores (ANDA). Durante el festejo, más de 50 personas empezaron a entonar alegres melodías para amenizar el evento, pero luego de varias canciones, muchas voces comenzaron a apagarse, agotadas o enronquecidas por el esfuerzo. Sólo cinco personas continuaban entonando con firmeza y entusiasmo sin igual, más piezas musicales que fueron celebradas por los asistentes al convivio. En ese evento surgió la idea de que aquellas cinco voces unieran fuerzas, conformando un grupo vocal para difundir lo mejor de la música popular mexicana e internacional. Todos ellos ya tenían amplia experiencia artística: por ejemplo, Ramón Santillán, oriundo de Jiquilpan, Michoacán, tiempo atrás había debutado en programas de la Lotería Nacional, transmitidos por la emisora XEB. Luego fue integrante del dueto Los Pescadores, representando a México en la III Feria Internacional del Pacífico, efectuada en Lima, Perú. Otro integrante, Paco Lazareno, nació en Autlán de la Grana, Jalisco, y fue alumno de la Escuela Nocturna de Música. Resultó ganador en el popular programa radiofónico "La Hora de los Aficionados" y más tarde formó junto a Ramón Santillánel dueto Los Pescadores. Por otro lado, Doroteo Rivas Hinojosa nació en Toluca, Estado de México. Era agricultor y ganadero, pero más tarde hizo sus pininos como cantante, hasta convertirse en integrante de Los Insurgentes. Otro elemento, Jorge Soriano, nacido en Monterrey, Nuevo León, era fabricante de calzado en su ciudad natal y más tarde se inclinó por el canto. Por su parte, durante diez años Javier Carrillo fue miembro del popular trío Los Pastores, grabando con ellos varios discos. Una vez fundado el grupo Los Insurgentes, éstos ofrecieron recitales en distintos sitios de la capital del país, así como en diferentes estados de la República Mexicana, ganando paulatinamente gran popularidad y prestigio. Con frecuencia participaron en programas de televisión y sus magnificas interpretaciones de música popular mexicana fueron filmadas en majestuoso color para ser difundidas en el extranjero, como promoción de la cultura nacional, previo a los Juegos Olímpicos México 1968. Las cintas de video fueron transmitidas por la Radio y Televisión Italiana (RIA), así como por la BBC TV de Londres, logrando gran aceptación por parte del público. En México, el quinteto abrió brecha y desató una gran oleada de agrupaciones similares, las cuales adoptaron nombres épicos como Los Chinacos, Los Caudillos o Los Dorados De Villa. Luego de una breve carrera artística,Los Insurgentes se desvanecieron repentinamente en la oscuridad de los tiempos sin dejar más rastro que el fonograma mostrado en la imagen, representando el fiel testimonio de su paso por la historia de la música popular mexicana. A unos cuantos días de que México conmemore el aniversario de un movimiento social que dio lugar a la Independencia del país, es oportuno recordar a Los Insurgentes, subestimados e infravalorados héroes de la música popular mexicana, cuya vestimenta nos recuerda a los caudillos que nos dieron patria y gracias a los cuales hoy podemos gritar a todo pulmón ¡Viva México! ¡Vivan los héroes de la Independencia! ¡Viva la música popular mexicana!

Los olmecas. Los primeros petroleros

Autor: Carl J. Wendt


La exploración, extracción y refinación del petróleo son algunas de las actividades económicas más relevantes del México actual; sus raíces se remontan a los olmecas, quienes fueron “los primeros petroleros”. Se sabe que utilizaron el chapopote para sellar acueductos y embarcaciones, como decoración de figurillas y en mangos de cuchillos, y como material de construcción.
Los olmecas fueron los primeros mesoamericanos en recoger y procesar el petróleo que brotaba de los yacimientos naturales (comúnmente llamado chapopote, asfalto o betún), así como en utilizarlo para la ornamentación y sellado, como pegamento y en otros usos aún desconocidos. Entre los olmecas, el chapopote era usado para sellar acueductos de basalto y las embarcaciones; como decoración de figurillas y en mangos de cuchillos; y como material de construcción, pues se utilizaba como recubrimiento de pisos, y tal vez de muros y techos.
Gran parte del comercio regional, la comunicación, el transporte y la subsistencia de los olmecas se hacía por vías acuáticas (Ortiz Pérez y Cyphers, 1997), y por ello era crucial que sus embarcaciones fueran eficientes; es por esto que el uso más importante del chapopote estaba relacionado con el sellado de las embarcaciones.
El chapopote
El chapopote es el remanente de ciertos aceites crudos luego de la eliminación de sus componentes volátiles; en términos químicos, es una mezcla de hidrocarbonos naturales complejos y elementos oxidantes. El chapopote brota espontáneamente de yacimientos ubicados en la planicie costera del Golfo de México o mar adentro. En la zona olmeca, los yacimientos de chapopote se concentran solamente en las zonas bajas del este, que incluyen los sitios de San Lorenzo, Veracruz, y La Venta, Tabasco. En estos lugares, el chapopote se recogía directamente de los yacimientos, de la superficie del agua de ríos y estanques, o bien como nódulos arrastrados por el mar hasta las playas.
Algunos hidrocarbonos del chapopote pueden utilizarse como biomarcadores moleculares y nos sirven como “huellas digitales” del material, al hacer la cromatografía de gas y la espectroscopía de masa (gc/ms, por sus siglas en inglés) (Guzmán Vega et al., 2001). Estos análisis de gc/ms de los yacimientos y el chapopote arqueológico de unos cuantos sitios olmecas (patrocinados por la Foundation for the Advancement of Mesoamerican Studies Inc., famsi) nos muestran que los olmecas recogían chapopote de diversos yacimientos locales bien diferenciados (Wendt y Shan Tan Lu, 2006). Análisis recientes muestran que las comunidades olmecas fueron parte de diferentes redes de abasto, lo cual refleja sistemas regionales complejos de intercambio e interacción. Sitios como San Lorenzo, por ejemplo, tienen chapopote arqueológico químicamente semejante, procedente de distintos yacimientos, lo cual indica la presencia de al menos tres redes de intercambio regionales diferentes. Estos patrones podrían indicar también cierto grado de autonomía en el abasto del chapopote, obtenido por particulares en los yacimientos para satisfacer necesidades personales o colectivas.
Traducción Elisa Ramírez
 Wendt, Carl J., “Los olmecas. Los primeros petroleros”, Arqueología Mexicana núm. 87, pp. 56-59.
 Carl J. Wendt. Doctor en antropología por la Universidad Estatal de Pennsylvania y profesor asistente en el Departamento de Antropología de la Universidad Estatal de California, Fullerton.

LA GUERRA EN LA ANTIGUA MESOAMÉRICA

Autor: Ross Hassing


La historia de la guerra en Mesoamérica es larga y compleja. El mosaico varía en el tiempo y según los diferentes tipos de organización política, lo que aumenta su complejidad y la dificultad de comprenderla. Se trata de un fenómeno complejo, variable y en permanente transformación que no puede interpretarse a partir de un monumento, un sitio o una fuente aislados. No hay, ni puede haber, una clave única que nos permita entender la enorme complejidad de la guerra y sus métodos en Mesoamérica.
El papel de la guerra fue esencial para la conformación de Mesoamérica como área cultural. La convivencia pacífica permitió la difusión de ideas y tecnologías, aunque lentamente. En cambio, la expansión militar aceleró significativamente ese proceso y, además, incrementó el prestigio de los conquistadores. El patrón de difusión e integración cultural de Mesoamérica se relaciona claramente con la historia de sus expansiones militares.
La interpretación de las guerras como explicación de intercambios culturales ha variado con el tiempo: hoy en día se concede mayor importancia al estudio de la guerra, pero hace medio siglo se consideraba a la era teotihuacana como una época tranquila y se describía a los mayas como pacíficos súbditos de reyes filósofos. Las explicaciones han cambiado, más por la inclusión de otras perspectivas que en razón de nuevos descubrimientos.
En el afán por encontrar nuevas explicaciones a las prácticas guerreras, se ha abusado de la información disponible sobre los grupos mejor documentados, los aztecas sobre todo, adjudicándosela a grupos anteriores. No debemos olvidar que los aztecas –que eran un imperio joven y pujante– vivieron en circunstancias sociales y materiales significativamente distintas de las que tenían las ciudades-Estado o los imperios maduros, que habían dejado de expandirse o estaban en retroceso. No puede asumirse, en el caso de la guerra, una total continuidad cultural.
La práctica y los métodos de la guerra
Sin embargo, tenemos bastante información sobre la guerra a lo largo de toda la historia mesoamericana, lo que nos permite conocer su práctica y condiciones, en tiempos y lugares determinados. Las escenas de batallas de Bonampak, Chiapas, y Cacaxtla, Tlaxcala, son visualmente las más impresionantes, pero el creciente número de glifos descifrados que conmemoran conquistas es lo que más ha modificado las nuevas corrientes de interpretación.
Los monumentos de conquista son comunes en Mesomérica, pero no siempre son precisos históricamente. Cuando se proclama una conquista en un solo monumento se tiende a aceptar lo que muestra; sin embargo, cuando hay varias fuentes, las victorias que se registran no siempre son reales. La Piedra de Tízoc, por ejemplo, conmemora conquistas que son rotundamente refutadas por todas las fuentes posteriores a la conquista española.
Si bien los monumentos de conquista brindan información importante acerca de la guerra, sus afirmaciones deben mirarse con cautela. En vista de que los monumentos se erigen como proclamaciones de una sola de las partes, rara vez asientan verdades incontrovertibles. Los líderes políticos, tanto los de entonces como los de ahora, rara vez asientan las derrotas o fallas, y los monumentos que erigen ofrecen las versiones oficiales –exclusivas de los presuntos vencedores. Aun cuando consignen hechos verdaderos, siempre soslayan el papel de los guerreros, sobre todo el de los que eran plebeyos. Los eventos consignados en glifos brindan nuevos e importantes conocimientos respecto a la guerra en Mesoamérica antigua; sin embargo, casi siempre son anecdóticos: se refieren a hechos aislados, brotes de violencia o periodos breves de militarismo.
Las armas y las fortificaciones ofrecen un panorama más amplio de la guerra mesoamericana; los ejemplos abundan y reflejan la participación masiva, lo cual nos permite ver su desarrollo a través del tiempo. Dicho desarrollo refleja tipos y capacidades militares y, además, circunstancias políticas más generales. No los encontramos antes de que hubiera en Mesoamérica guerra sistemática, que se dio solamente tras el establecimiento de las comunidades. La acumulación de bienes llevaba aparejada la necesidad de defenderlas, lo que permitió el surgimiento de dirigentes poderosos. En efecto, la evidencia de guerra formal más antigua de México, de hace 3 000 años, muestra a los dirigentes asociados con la captura de prisioneros.
Hassing, Ross, “La guerra en la antigua Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 84, pp. 32-40.
• Ross Hassig. Doctor por la Universidad de Stanford. Se ha especializado en la etnohistoria de México, principalmente sobre los aztecas.

Las deidades mexicas representaban tanto el lado oscuro como el luminoso del humano. Los dioses de los vicios


Para entender la vasta constelación de divinidades aztecas es útil echar un vistazo a la siguiente estructura: existieron dos dioses creadores, Ometecutli (masculino de origen) y Omecihuatl (de origen femenino). De ellos surgían los 4 elementos rectores principales: Tezcatlipoca(señor del espejo negro) y Quetzalcóatl (serpiente emplumada), creadores del mundo, Tláloc (señor del agua) y Ehécatl (señor del viento), proveedores de la lluvia y de la vida. Ahora, el  dios más importante fue Huitzilopochtli, patrono de la guerra, el fuego y el sol. Tal como explica Don Miguel León-Portilla en Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares (1961),esta deidad fue adoptada por los aztecas en algún momento de su historia y de algún modo desbancaba a Tloque Nahuaque –originalmente el dios primario de los pueblos nahuas–.

La azteca era una sociedad politeísta (aunque algunos afirman que finalmente la estructura jerárquica que remite finalmente al monoteísmo). Además de los dioses que adoptaron de antiguas culturas nahuas y que asumieron cuando llegaron a Aztlán (una tierra ya poblada), se mostraban particularmente hospitalarios con los dioses que adoraban aquellos pueblos que iban sometiendo con sus conquistas. De hecho, junto al Tempo Mayor construyeron también un recinto dedicado a los dioses patronos de los pueblos conquistados.

La multiplicidad de deidades adoradas por los mexicas, más de un centenar, no eran seres perfectos como el dios occidental. Más bien correspondía a encarnaciones sagradas de la naturaleza, pero con personalidades humanas. Por lo tanto eran imperfectos, y tenían tanto virtudes como vicios. Así, los aztecas no negaban la condición humana de las pasiones y estas eran representadas con naturalidad en sus dioses. 

Los dioses de los vicios

Había un grupo de los dioses de los excesos menores llamados Macuiltonaleque, identificados plenamente en el Códice Borgia. Entre ellos figuraron cinco: Macuilcuetzpalin (Cinco Lagartija), Macuilcozcacuauhtli (Cinco Buitre), quien fuera el dios de la glotonería; Macuilmalinalli (Cinco Hierba), Macuiltochtli (Cinco Conejo), asociado con los dioses menores del pulque, de la embriaguez y era representado con un conejo, asociados a su vez con la embriaguez y los excesos. Y finalmente Macuilxóchitl (Cinco Flor).

Los demás dioses considerados parte del gremio de los vicios son:

Mayáhuel:

Diosa del maguey, por ello de la embriaguez. Era relacionada con la mala suerte por lo que los que nacían en un día asociado a su fiesta habría de terminar mal.

Ometochtli:

Uno de los 400 dioses menores vinculados a la embriaguez, representado como Macuiltochtli con un conejo (asimismo este símbolo estaba asociado con la embriaguez y los excesos).

Tepoztécatl:

Su nombre viene de  tepoztecatl, persona de la hacha de cobre tepoztli. Dios de la fermentación y de la embriaguez, patrón de la fertilidad


Es la diosa de la inmundicia y de los amores ilícitos. Patrona de la incontinencia, del adulterio, del sexo, de las pasiones, de la carnalidad y de las transgresiones morales. Era la diosa que eliminaba del mundo el pecado (y a su vez lo provocaba) y la más relacionada con la sexualidad y con la Luna.

Huehuecóyotl:

Es un dios fiestero, incluso se decía que instigaba guerras entre humanos para aliviar su aburrimiento. Es es el dios del destino, de la danza y de los deseos mundanos. En el Códice Borbónico es representado como un coyote bailando con manos y pies humanos, acompañado por unos platillos.

Lecturas recomendadas:

Bodo Spranz (1975). Fondo de Cultura Económica México, ed. Los Dioses en los Códices Mexicanos del Grupo Borgia: Una Investigación Iconográfica. María Martínez Peñaloza (Traducción). México. ISBN 968-16-1029-6.

Cecilio Agustín Robelo (1905). Biblioteca Porrúa. Imprenta del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, ed. Diccionario de Mitología Nahua. México. pp. 229, 230, 231, 232, 233, 234, 235, 236. ISBN 978-9684327955.


Michael Jordan (2004). Library of Congress, ed. Dictionary of Gods and Goddesses (en inglés). EE.UU. p. 309. ISBN 0-8160-5923-3.