(Johnna Broda)
En México, tierra
de volcanes, las altas cumbres nevadas eran concebidas por los pueblos
prehispánicos como seres vivos. Como parte de un universo dinámico, los
volcanes eran deidades controladoras de los fenómenos meteorológicos
imprescindibles para la producción agrícola, que era a su vez la base del
sustento de las antiguas sociedades mesoamericanas. Algunas creencias y
prácticas del milenario culto a los volcanes siguen vigentes en la actualidad.
Los volcanes, las altas
cumbres nevadas y el fuego que contienen en su interior, han desempeñado un
papel importante en la cosmovisión de los pueblos indígenas que han habitado en
el Altiplano Central de México desde tiempos inmemoriales. Así, se ha sugerido
que la primera deidad importante que los pueblos de la Cuenca de México
representaron en esculturas e incensarios fue Xiuhtecuhtli-Huehuetéotl, el
anciano dios del fuego, en clara referencia al vulcanismo como fuerza
amenazante de la naturaleza.
Al estudiar la cosmovisión
como visión estructurada en la cual los antiguos mesoamericanos combinaban de
manera coherente sus nociones sobre el medio ambiente en que vivían, y sobre el
cosmos en que situaban la vida del hombre, partimos de la ubicación de estas
creencias en el mundo real. Aquí se propone estudiar la cosmovisión a partir
del entorno geográfico y aplicar un enfoque histórico que reivindica los
numerosos y sofisticados conocimientos y observaciones acerca de la naturaleza
que desarrollaron los pueblos mesoamericanos. Simultáneamente, en la
construcción de su cosmovisión, estos pueblos mezclaron conocimientos exactos con
creencias mágicas acerca de la existencia y la actuación de los cerros que eran
concebidos como seres vivos. Los más poderosos entre ellos eran los grandes
volcanes que dominan el paisaje del Altiplano Central.
Los volcanes eran
concebidos como personas claramente diferenciadas en cuanto a su sexo, eran
hombres o mujeres. A los conos volcánicos se les atribuía el género masculino:
Popocatépetl, “el cerro que humea” (5 465 msnm); Pico de Orizaba, Poyauhtécatl,
“el [habitante] de la neblina de humo”, o Citlaltépetl, “Cerro de la Estrella”
(5 610 msnm); Cofre de Perote, Nappatecuhtli, “el cuatro veces señor” (4 220
msnm). De este último señala Torquemada que tenía “la virtud y poderío de
cuatro dioses”. Por otra parte, la Íztac Cíhuatl (Iztaccíhuatl), “la mujer
blanca” (5 230 msnm), y la Malinche o Matlalcueye, “la de la falda azul-verde”
(4 430 msnm), ambas con su ancho perfil, tenían un carácter femenino, de
mujeres seductoras que sucumben ante el poder del Popocatépetl. No faltan los
amoríos entre ellas y otros cerros menores que tratan de quitarle la pareja al
Popocatépetl. Sin embargo, este último siempre resulta vencedor en esas
contiendas.
En esta reinterpretación
simbólica del papel de los volcanes personificados se reflejan también las
relaciones de poder que existían entre los diferentes grupos étnicos que
habitaron el Altiplano Central en el Posclásico, de modo que el papel
ideológico de la religión prehispánica se manifestó igualmente en las
conquistas del Estado mexica. Los mexicas se apropiaron simbólicamente en los
siglos XV y XVI del culto local a los volcanes y, al conquistar nuevos
territorios, imprimieron su presencia en esos lugares de culto como
manifestación de su dominio político. Una situación de este tipo, aunque no
desde la perspectiva mexica, se ve reflejada en la cartografía indígena
del Mapa de Cuauhtinchan 2 que comentaremos más adelante.
Por las condiciones
geológicas del territorio de la República Mexicana, es decir, a causa del
vulcanismo, resulta que el Eje Volcánico Transversal Mexicano (evtm) se
encuentra en una franja del territorio cercana al paralelo de los 19 grados de
latitud norte. La ubicación de algunos de los principales volcanes llama la
atención en este sentido, dado que en el Altiplano Central, el Nevado de
Toluca, el Popocatépetl y el Pico de Orizaba se encuentran casi exactamente
alineados sobre el eje de la latitud geográfica de 19°N, circunstancia
geológica que implica una serie de relaciones materiales que se establecen
entre los volcanes y que no pasó inadvertida a los pobladores prehispánicos.
Además, es de notar que en varios casos se localizan sobre una misma falla un
volcán antiguo y otro posterior, formando sistemas binarios como ocurre en los
casos del Nevado y el Volcán de Colima, la Iztaccíhuatl y el Popocatépetl, o la
Montaña Negra y el Pico de Orizaba. En este sentido, se entiende que algunos de
estos pares fueran interpretados por las culturas indígenas como parejas de
montañas deificadas.
Broda, Johnna, “Simbolismo
de los volcanes. Los volcanes en la cosmovisión mesoamericana”,Arqueología
Mexicana núm. 95, pp. 40-47.
• Johanna Broda. Doctora en etnología. Investigadora
del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y profesora de posgrado
en la UNAM y la ENAH. Estudia temas de cosmovisión y ritualidad de los pueblos
indígenas en la historia de México.
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