Autor: Ross Hassing
La historia de la
guerra en Mesoamérica es larga y compleja. El mosaico varía en el tiempo y
según los diferentes tipos de organización política, lo que aumenta su
complejidad y la dificultad de comprenderla. Se trata de un fenómeno complejo,
variable y en permanente transformación que no puede interpretarse a partir de
un monumento, un sitio o una fuente aislados. No hay, ni puede haber, una clave
única que nos permita entender la enorme complejidad de la guerra y sus métodos
en Mesoamérica.
El papel de la guerra fue esencial para la conformación de
Mesoamérica como área cultural. La convivencia pacífica permitió la difusión de
ideas y tecnologías, aunque lentamente. En cambio, la expansión militar aceleró
significativamente ese proceso y, además, incrementó el prestigio de los
conquistadores. El patrón de difusión e integración cultural de Mesoamérica se
relaciona claramente con la historia de sus expansiones militares.
La interpretación de las guerras como explicación de
intercambios culturales ha variado con el tiempo: hoy en día se concede mayor
importancia al estudio de la guerra, pero hace medio siglo se consideraba a la
era teotihuacana como una época tranquila y se describía a los mayas como
pacíficos súbditos de reyes filósofos. Las explicaciones han cambiado, más por
la inclusión de otras perspectivas que en razón de nuevos descubrimientos.
En el afán por encontrar nuevas explicaciones a las prácticas
guerreras, se ha abusado de la información disponible sobre los grupos mejor
documentados, los aztecas sobre todo, adjudicándosela a grupos anteriores. No
debemos olvidar que los aztecas –que eran un imperio joven y pujante– vivieron
en circunstancias sociales y materiales significativamente distintas de las que
tenían las ciudades-Estado o los imperios maduros, que habían dejado de
expandirse o estaban en retroceso. No puede asumirse, en el caso de la guerra,
una total continuidad cultural.
La práctica y los
métodos de la guerra
Sin embargo, tenemos bastante información sobre la guerra a lo
largo de toda la historia mesoamericana, lo que nos permite conocer su práctica
y condiciones, en tiempos y lugares determinados. Las escenas de batallas de
Bonampak, Chiapas, y Cacaxtla, Tlaxcala, son visualmente las más
impresionantes, pero el creciente número de glifos descifrados que conmemoran
conquistas es lo que más ha modificado las nuevas corrientes de interpretación.
Los monumentos de conquista son comunes en Mesomérica, pero no
siempre son precisos históricamente. Cuando se proclama una conquista en un
solo monumento se tiende a aceptar lo que muestra; sin embargo, cuando hay
varias fuentes, las victorias que se registran no siempre son reales. La Piedra
de Tízoc, por ejemplo, conmemora conquistas que son rotundamente refutadas por
todas las fuentes posteriores a la conquista española.
Si bien los monumentos de conquista brindan información
importante acerca de la guerra, sus afirmaciones deben mirarse con cautela. En
vista de que los monumentos se erigen como proclamaciones de una sola de las
partes, rara vez asientan verdades incontrovertibles. Los líderes políticos,
tanto los de entonces como los de ahora, rara vez asientan las derrotas o
fallas, y los monumentos que erigen ofrecen las versiones oficiales –exclusivas
de los presuntos vencedores. Aun cuando consignen hechos verdaderos, siempre
soslayan el papel de los guerreros, sobre todo el de los que eran plebeyos. Los
eventos consignados en glifos brindan nuevos e importantes conocimientos
respecto a la guerra en Mesoamérica antigua; sin embargo, casi siempre son
anecdóticos: se refieren a hechos aislados, brotes de violencia o periodos
breves de militarismo.
Las armas y las fortificaciones ofrecen un panorama más amplio
de la guerra mesoamericana; los ejemplos abundan y reflejan la participación
masiva, lo cual nos permite ver su desarrollo a través del tiempo. Dicho
desarrollo refleja tipos y capacidades militares y, además, circunstancias
políticas más generales. No los encontramos antes de que hubiera en Mesoamérica
guerra sistemática, que se dio solamente tras el establecimiento de las
comunidades. La acumulación de bienes llevaba aparejada la necesidad de defenderlas,
lo que permitió el surgimiento de dirigentes poderosos. En efecto, la evidencia
de guerra formal más antigua de México, de hace 3 000 años, muestra a los
dirigentes asociados con la captura de prisioneros.
Hassing, Ross, “La guerra en la antigua Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 84, pp. 32-40.
• Ross
Hassig. Doctor por la Universidad de Stanford. Se ha especializado en la
etnohistoria de México, principalmente sobre los aztecas.
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