De la astronómica historia de Zapata, poco se sabe de la relación que
mantuvo con los indígenas durante la conspiración de la revolución mexicana, o
de los manifiestos que escribió dirigidos a este sector de la comunidad.
Existió, una vez, un hombre que recordó a México la importancia
cosmogónica de mantener la relación hombre-tierra, que antiguamente a su
territorio obligaba a la reciprocidad con la naturaleza. Ese fue Emiliano Zapata.
De la astronómica historia de Zapata, poco se sabe de la
relación que mantuvo con los indígenas en aquél periodo,
y de los peculiares manifiestos que escribió
dirigidos a este sector de la comunidad que, a la obviedad, representaban
una buena mayoría dentro de los pueblos mexicanos.
A sabiendas del historiador Miguel León-Portilla, gran promotor de la
cultura mexicana, Emiliano Zapata escribió, a tinta, dos manifiestos en náhuatl con su respectiva versión mecanografiada en castellano, el 17
de abril de 1918. Ambos fueron dirigidos a la gente de la División Arenas
–que entonces operaba en Tlaxcala y Puebla–, un ejercito liderado por el
militar tlaxcalteca Domingo Arenas.
La relación que Zapata
tenía con Arenas fue muy clara durante un par de años, luego de que el
segundo rompiera toda relación con el carrancismo en la legendaria Convención
de Aguascalientes. Desde ese momento Arenas brindó todo su apoyo al ejercito
zapatista: la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur.
La cuestión era simple:
las causas de ambos líderes eran las mismas, pero la percepción para llegar a
ellas distinta. Con el empoderamiento temible de Carranza y sus constitucionalistas
–quien por cierto, llegó a ganarse a una buena parte de la población mexicana,
volcando a su favor a un puñado de iniciados zapatistas con la promesa de
promulgar una constitución que esclareciera las lagunas agrarias– la
División de Arenas iba y venía entre ambos bandos. Por ello es que Zapata,
a través de estos manifiestos, hace una invitación tácita a la División para
luchar juntos por la demanda agraria; combatir al malvado era “el gran trabajo
que haremos ante nuestra madrecita tierra”, expresaría.
En aquellos tiempos, la
revolución de los agraristas se debatía entre el derrocamiento de los
tiranos hacendados, la supuesta traición de Madero que no compartía los
intereses comunes del pueblo –meros derechos básicos– y las expropiaciones
y repartos de tierras que lograron las divisiones al respaldo del Plan de
Ayala.
A manera de pieza ilustrativa, transcribimos un fragmento en
español enunciado en uno de los manifiestos y puestos al alcance de
la modernidad por León-Portilla:
La
rebelión contra el tirano, honra a ustedes y borra el recuerdo de los pasados
errores.
Nosotros,
que sólo deseamos el triunfo de los principios y la unión de todos los
revolucionarios bajo la misma bandera, a fin de formar un núcleo invencible
contra la reacción y sus hipócritas imitadores, los personalizas del
carrancismo, nosotros, que de corazón sabemos olvidar las antiguas diferencias,
invitamos a todos y a cada uno de ustedes para que se alisten bajo nuestras
banderas que son las del pueblo, y con nosotros trabajen la obra de la
unificación revolucionaria, que es hoy por hoy el más grande de los deberes
ante la patria. […]
Cumplamos
nuestro trabajo de revolucionarios decididos y nuestros deberes de
revolucionarios honrados y conscientes; a eso, que es grande y que es patriótico,
invita a ustedes, el Cuartel General del Ejército Libertador.
Se reservan ellos en el “Archivo Zapata”, custodiado por la
Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM. Gracias al poco reconocido
análisis que hace el doctor León-Portilla en su libro al respecto, hoy sabemos de estas proclamaciones en la lengua del
pueblo, el náhuatl, que a la postre evidencia dos épicos de Zapata: por un
lado, la incluyente invitación a los indígenas para unirse al movimiento y, por
otro, la sensibilidad de reconocer hoy y siempre, el lenguaje madre de la
tierras mexicanas que ya peleaban.
A manera de
clausura, ambos textos expresan la siguiente nota:
Nosotros
rogamos a aquel a cuya mano se acerque este manifiesto que lo haga pasar a
todos los hombres de esos pueblos.
Aunque los manifiestos en náhuatl de Emiliano Zapata hoy sean un mero objeto de curiosidad –a fin de cuentas, los
mexicanos estamos cruzando por un crepúsculo donde el protagonismo
político obnubila la verdad de una situación siempre compleja de entender
por las mayorías–, se trata de un grandioso emblema que nos recuerda porqué
los guerreros, cual Zapata, deben pronunciarse ante todo como
individuos generosos; tlatoanis en lucha por la vida,
pero que también están dispuestos, a sabiendas o no de los resultados, a
enseñar y fabricar cada vez más discípulos a favor de la reforma, la
libertad, la justicia y la ley.
Rebeldia psíquica pura.
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