viernes, 28 de octubre de 2016

La primera gran pandemia de viruelas (1520)

Elsa Malvido
En este trabajo se explica de manera simple un proceso muy complejo: los padecimientos que produjeron el más devastador y continuo despoblamiento en las tierras que después de haberlas conquistado los castellanos llamaron Nueva España. Sin embargo, lo haremos a través de lo que guardaron en su memoria los nativos y que representaron en los llamados códices coloniales mexicanos, como la Tira de Tepechpan.
Antes que nada debemos entender que compartir las enfermedades infectocontagiosas con otros animales (zoo-nosis) nos recuerda nuestra propia naturaleza, la que hemos olvidado desde que los filósofos franceses dijeron que somos animales racionales; no obstante, al paso de los siglos la domesticación o contacto casual con algunos de ellos nos contagió sus males, como ha sucedido con las influenzas porcina y aviar, por citar los casos más recientes. Si históricamente el fenómeno ha provocado severos estragos entre los humanos, este proceso se complicó aún más cuando la conquista castellana trajo al continente nombrado por ellos América flora y fauna desconocidas.
Padecimientos de animales transmitidos a los humanos
Los padecimientos de otros animales, que fueron transmitidos a los humanos –como la viruela del ganado mayor (cowpox), el sarampión de los perros, la varicela de las gallinas (chickenpox), la peste de la rata de la especie Rattus o rata negra–, en otros continentes habían sido comunes por poseer esa fauna, y tuvieron sus brotes epidémicos a causa de varios factores, entre los cuales los más importantes son: el ciclo del padecimiento en la población animal y el tamaño de éstas, los contactos con los humanos no inmunizados, la proporción de animales antes no contagiados y susceptibles de contagio, y si éste es directo o por un huésped intermediario o vector, como moscos, piojos, pulgas, chinches, vinchucas, etc.
También vale la pena aclarar que los parásitos de cada especie son muy especializados; por ejemplo, los piojos humanos son sólo nuestros y se encuentran en distintas partes de la geografía del cuerpo: los de la cabeza (capitis), los del cuerpo (corporis) y los del pubis, todos los cuales no cambian ni de huésped ni de región corpórea.
De igual manera, las pulgas de las ratas o del perro son parásitos propios de ellos y, a menos de que las poblaciones perruna o ratonil fallezcan, la plaga no cambiará de huésped; sin embargo, al verse obligadas a sobrevivir esas pulgas son capaces de succionar la sangre caliente de un huésped diferente, al cual contagiarían. Fue así como los humanos nos contagiamos con la peste, la fiebre amarilla, el tifo, el paludismo, el dengue y otros males que son terriblemente mortales.
En el siglo XIV buena parte de estas enfermedades ya estaban entre los humanos en los otros continentes, y sus brotes epidémicos afectaban cada cinco años especialmente a los niños de 0 a 5 años que no habían sufrido la enfermedad anteriormente y eran susceptibles de adquirirla. Al presentarse la transmisión de humanos a humano por medio de las secreciones (sangre, saliva, orina, excremento, pústulas secas, etc.), ya fuera por contacto directo o indirecto –mediante ropa y utensilios–, ciudades y poblados fueron centros de infección. Recientemente se han encontrado pústulas potenciales de viruela en libros antiguos.
Malvido, Elsa, “La primera gran pandemia de viruelas (1520)”, Arqueología Mexicana núm. 101, pp. 22-27.
  Elsa Malvido. Investigadora de historia en la Dirección de Estudios Históricos del INAH desde hace 36 años. Tiene publicaciones sobre demografía histórica, epidemias y rituales mortuorios en Estados Unidos, Costa Rica, Perú, Venezuela, Chile, Argentina y Europa.

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