Patricia Plunket Nagoda, Gabriela
Uruñuela Ladrón de Guevara
Tras muchos años de relativa
calma, en 1994 el Popocatépetl entró en una nueva fase eruptiva, y desde ese
momento ha sido cuidadosamente vigilado por autoridades y científicos. Su
actividad en el pasado, que incluye dos erupciones de gran magnitud
documentadas por geólogos y arqueólogos, proporciona información que nos ayuda
a entender la compleja relación entre la montaña humeante y las comunidades
prehispánicas que pueblan sus faldas y los valles de ambos lados de la Sierra
Nevada.
Al pasar por Cholula en octubre de
1519, Hernán Cortés (1940, pp. 67-68) se maravilló de la gran montaña que
emanaba “…tan grande bulto de humo como una casa, y sube encima de la sierra,
hasta las nubes, tan derecho como una vira; que según parece, es tanta la
fuerza con que sale, que aunque arriba en la sierra anda siempre muy recio
viento, no lo puede torcer”. Intrigado, envió entonces a diez de sus hombres
con guías locales a subir a la cima para “…saber el secreto de aquel humo de
dónde y cómo salía”, y, al acercarse, “…dicen que salía con tanto ímpetu y
ruido, que parecía que toda la sierra se caía abajo”. Éste constituye el primer
relato español sobre el Popocatépetl, la “montaña humeante”, pero las comunidades
indígenas conocían una tradición más larga basada en su propia experiencia con
el enorme volcán, que, como ahora sabemos gracias a investigaciones geológicas
y arqueológicas, tuvo numerosos estallidos antes de 1519, que en ocasiones
provocaron formidables desastres ecológicos para los habitantes de los
alrededores de la Sierra Nevada (Plunket y Uruñuela, 2008). En la Leyenda de los Soles (1558), voces nahuas relatan la
historia de cuatro creaciones (o soles) que fueron destruidas por distintas
fuerzas naturales. Ahí se narra que el tercer sol fue extinguido por una lluvia
de fuego:
Su signo era 4-Lluvia. Se decía Sol
de Lluvia [de fuego]. Sucedió que durante él llovió fuego, los que en él vivían
se quemaron. Y durante él llovió también arena. Y decían que en él llovieron
las piedrezuelas que vemos, que hirvió la piedra tezontle y que entonces se
enrojecieron los peñascos (en León-Portilla, 1964, p. 39).
La descripción no deja duda de que
el mito hace referencia a una erupción volcánica de proporciones monumentales,
no igualada por ninguna que haya habido en tiempos históricos en el altiplano,
pues en ningún texto de los últimos cuatro siglos se describe un evento que
pudiera ser de magnitud mayor al nivel 3 en el índice de explosividad volcánica
(IEV, calculado con base en la masa expulsada y la altura de la columna
eruptiva en una escala de 0-8). De hecho, los geólogos sólo han registrado
cuatro o cinco sucesos catastróficos del Popocatépetl en los últimos 5 000 años
(Delgado y Trilling, 2008, p. 1). Desafortunadamente para las poblaciones
prehispánicas del Centro de México, pero afortunadamente para la arqueología,
dos de estos acontecimientos tuvieron un notable impacto sobre el paisaje de la
Sierra Nevada y dejaron clara evidencia de su violencia en los asentamientos
cercanos.
La erupción del siglo I
El primero de esos dos eventos tomó
lugar a mediados del primer siglo de nuestra era, cuando el volcán emitió una
columna eruptiva que alcanzó entre 20 y 30 km de altura y cuyo colapso depositó
3.2 km3 de piedra pómez sobre el flanco nor-oriental de la
montaña (Panfil et al.,
1999). Cientos de casas en las laderas fueron sepultadas por el material
piroclástico, y la evidencia arqueológica enseña que, aunque la población
escapó del cataclismo, tuvo que abandonar buena parte de sus bienes al huir.
Este tipo de erupción pliniana frecuentemente se acompaña de aguaceros intensos
y tormentas eléctricas espectaculares, lo que seguramente provocó aún más
miseria y pánico entre los habitantes de las faldas del volcán. Poco después,
un masivo flujo de lava cubrió otros 50 km2 del fértil pie de monte y creó
un voluminoso pedregal que alteró la hidrología del occidente del valle de
Puebla y exacerbó la destrucción y los problemas que enfrentaban las
comunidades.
Plunket Nagoda, Patricia, y Gabriela
Uruñuela Ladrón de Guevara, “El Popocatépetl y la legendaria lluvia de fuego”, Arqueología Mexicana, Núm.
95, pp. 59-63.
• Patricia Plunket Nagoda. Doctora en
arqueología por la Tulane University. Catedrática, investigadora y jefa del
Departamento de Antropología de la Universidad de las Américas en Cholula,
Puebla. Ha publicado sobre el ritual doméstico, desastres naturales y procesos
de abandono.
• Gabriela
Uruñuela Ladrón de Guevara. Doctora en arqueología por la UNAM. Catedrática e
investigadora del Departamento de Antropología de la Universidad de las
Américas en Cholula, Puebla. Directora del Museo de la Ciudad de Cholula. Sus
publicaciones abordan la bioarqueología, las prácticas mortuorias, la
arqueología de desastres y la organización doméstica.
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