lunes, 21 de noviembre de 2016

Los aztecas y sus sacrificios: 4 datos que te pondrán la piel de gallina

El imperio azteca (o mexica, tal y como se conocían entre ellos) se instaló en la ciudad de Tenochtitlan en 1325, tras librar diversas batallas con otros pueblos indígenas de México.

A partir de ese momento, el que fue uno de los grupos más poderosos de la historia de la humanidad desplegó su poder entre pirámides, palacios y pueblos perfectamente estructurados hasta ocupar gran parte de México Central e incluso alcanzar el norte de Guatemala.

Una cultura que, además de desarrollar diversos progresos tecnológicos, potenciar sus propios sistemas de cultivo y desarrollar el estudio astronómico hasta la llegada de Hernán Cortés en 1520, también promulgaba unos rituales de sacrificio que te pondrán la piel de gallina.

La sangre del sacrificio

Al igual que los mayas, los aztecas veneraban a varios dioses a los que contentaban con sacrificios, siendo Tezcatlipoca la deidad más respetada. Con estos sacrificios, los aztecas creían contribuir al equilibro del mundo, auyentando a los demonios de la Tierra y asegurándose la presencia del sol en el cielo, que creían se extinguiría tras un período de 52 años si no contribuían a sus caprichos.

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Los sujetos sacrificados solían ser músicos, que eran conducidos por sus doncellas hasta un teocalli (o pirámide) de las islas del lago (cabe señalar que Tenochtitlan se ubicaba sobre el lago de Texcoco).

Una vez allí, los guardias se encarcaban de amortazarlo y el cura rajaba su pecho con un cuchillo oxidado y extraía el corazón para quemarlo y la cabeza para empalarla (y a veces, incluso hervirla). El cuerpo sin vida era lanzado por la escalinata de la pirámide.

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