En Tenochtitlan, Moctezuma dijo a Andrés de
Tapia que podría haberla conquistado de haberlo deseado, pero prefería dejarla aparentemente libre, como codorniz enjaulada, para
evitar que su pueblo olvidara cómo hacer la guerra y a fin de contar con
suficientes personas para los sacrificios. Los tlaxcaltecas negaban esto con
amargura y probablemente tenían razón. Tal vez la relación hubiese sido antes
como la describió Moctezuma, pero las guerras libradas en los años anteriores a
la llegada de los conquistadores castellanos tenían todo el aspecto de ser
reales. Ya en 1519 a los mexicas les habría encantado conquistar Tlaxcala, de
haber podido hacerlo; de hecho, el no haberlo llevado a cabo fue una de las
causas de su pérdida. Seguramente la explicación de Moctezuma no era sino una
excusa que se daban los mexicas por sus fracasos.
Cortés y su expedición entraron en Tlaxcala el 18
de septiembre de 1519. Los caciques tlaxcaltecas los acogieron calurosamente,
vistiendo ropa de tela roja o blanca hecha de fibras de henequén o de maguey:
recordemos que no disponían de algodón debido al bloqueo mexicano.
Sin embargo el factor más importante de la estancia
de Cortés en Tlaxcala fue la alianza duradera que estableció, fundamentada en
lo que sorprendentemente parece haberse convertido en amistad entre el caudillo
y los ancianos caciques, Maxixcatzin (“anillo de algodón”) y Xicoténcatl
(“anillo de avispa”) el Viejo. Xicoténcatl el Joven, de cara áspera y espinillosa,
no compartía el entusiasmo de su padre por los forasteros. Gracias a su fuerte
personalidad, Cortés logró inspirar un cierto respeto en Maxixcatzin y
Xicoténcatl el Viejo.
Hicieron mella asimismo la cortesía y el afecto de
los caciques tlaxcaltecas al hablar. Parecían comprender lo que decían cuando
aceptaron convertirse en vasallos del rey de España. En realidad, era tanta su
hostilidad hacia los mexicas que habrían hecho casi cualquier concesión (y, por
supuesto, de ser necesario, faltar a su palabra) con tal de hallar un aliado de
fiar en contra suya. Además, los caciques debieron darse cuenta, con todo
realismo, de la fuerza castrense de los españoles. Los tlaxcaltecas deseaban
cimentar la alianza con un intercambio de regalos, pero debido nuevamente al
bloqueo mexicano (buen pretexto para cualquier falta), poco podían dar, a no
ser alimentos y mujeres.
Durante las dos semanas siguientes Cortés habló sin
parar de los beneficios del cristianismo.
Tomado de Hugh Thomas, “Cortés y los tlaxcaltecas”,
Arqueología Mexicana, núm. 13, pp. 31-36.
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