En sentido vertical, el cosmos se concibe
dividido en tres grandes niveles, cuya separación se relata en varios mitos. En
ellos aparece un ser primordial, femenino, feroz y
acuático, dibujado con mucha frecuencia en forma de cocodrilo; pero también es
representado como un gran pez, particularmente como un pez-sierra, como un sapo
dentado, como un camaleón, etc. No debe extrañar esta pluralidad de formas, ya
que tanto la iconografía mesoamericana como la literatura oral recurren
constantemente a imágenes que se refieren a los atributos de los seres y no
necesariamente a los aspectos que pudieran calificarse como imágenes visuales
de tipo naturalista o a descripciones lingüísticas de referencias retratísticas. Por ejemplo, un árbol cósmico se
dibujó con doble tronco, con dos colores, con diversidad de flores, con ramales
en movimiento helicoidal, con el tronco henchido de la ceiba o con otras muchas
figuras, según lo que se quiso explicar en el contexto.
En la literatura mítica, el ser original, frío,
femenino, acuático y terrible fue dividido en dos partes, que ocuparon sus
posiciones inferior y superior, la tierra y el cielo. La apetencia de unión de
ambas partes para recuperar su antigua integridad motivó la precipitación del
cielo sobre la tierra, lo que ocasionó un gran diluvio. La solución dada por
los dioses fue levantar de nuevo el cielo e impedir que se volviera a unir con
la tierra. Para ello colocaron cuatro soportes, uno en cada extremo del mundo.
De esta manera quedaron formados el piso inferior, el piso celeste y el piso
intermedio, este último ocupado por las criaturas acuáticas, terrestres,
volátiles, meteóricas y astrales. Cabe advertir que el ámbito de las criaturas
está rodeado de un tiempo-espacio de carácter limitáneo donde se producen los
tránsitos entre ecúmeno y anecúmeno.
Tomado de Alfredo López Austin, “7. El
tiempo-espacio divino”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 69, pp.
23-38.
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