Eduardo Matos Moctezuma
Se analizan aquí dos aspectos
que guardan estrecha relación con la agricultura como son el calendario –las
temporadas de secas y de lluvia permitían programar la preparación de la tierra
para el cultivo, el momento propicio para la siembra, el cuidado y crecimiento
de las plantas, etc.– y la propiedad de la tierra –tema sobre el que hay pocos
datos.
El descubrimiento de la agricultura
por el hombre hace ya varios miles de años dio paso a un cambio cualitativo en
el proceso de desarrollo de las sociedades, ya que trajo nuevas formas de
asentamiento como el sedentarismo, surgimiento de las primeras aldeas, y una
organización social específica en la que tanto el chamán como el líder del
grupo cobraron importancia. Se crearon nuevos instrumentos y técnicas para el
cultivo y surgió algo muy importante: la deificación del agua y la tierra como
elementos fecundadores que permitían el nacimiento de las plantas. La
observación cotidiana del hombre campesino lo llevó a conocer la naturaleza
circundante y a establecer un calendario basado en las temporadas de secas y de
lluvias y también en el movimiento solar.
Debieron de pasar algunos milenios
para que se produjera un nuevo cambio al conformarse Mesoamérica y darse la
aparición de sociedades complejas cuyos albores los vemos con la sociedad
olmeca. Esto trajo aparejado el surgimiento del Estado, caracterizado por
poseer un territorio y por la concentración de habitantes en ciudades, con toda
su complejidad social, económica, política y religiosa. Estos centros podían
variar entre grandes urbes como Teotihuacan, en las que la gran mayoría de la
población –menos la campesina– estaba concentrada en su interior, o sitios
parcialmente concentrados con moradores dispersos a su alrededor, como fue el
caso de muchos sitios mayas. Lo importante de esto es que el poder económico,
político, social y religioso residía en estos centros. Todos ellos se
sustentaban económicamente gracias a varios factores: la producción agrícola,
por un lado, y la guerra, por el otro, que podía darse por distintas causas, aunque
aquí nos interesan aquellas que permitían requerir un tributo al pueblo
vencido, a la vez que se hacían de tierras y de mano de obra enemiga. En estos
casos, estamos ante estados imperialistas que rebasaban los límites de sus
propios territorios para apropiarse de los de otros estados.
Un componente más, el comercio, se
establecía tanto al interior de las ciudades, con mercados locales y regionales
para la distribución de los productos, como a larga distancia, para
intercambiar productos con otros Estados.
Matos Moctezuma, Eduardo, “La
agricultura en Mesoamérica”, Arqueología
Mexicana, núm. 120, pp. 28-35.
• Eduardo
Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en
arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El
Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH
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