Autor: Salvador Rueda Smithers
p. 251-264
En agosto de 1911, la
torpeza de los jefes federales que comandaba el general Victoriano Huerta
propició la huida del molesto rebelde maderista Emiliano Zapata. Se le había
tendido una trampa en la hacienda de Chinameca, pero un movimiento mal
calculado alertó al taimado revolucionario. El efecto tuvo una respuesta
inmediata: Zapata se volvió tan desconfiado que, se advirtió en los círculos
gubernamentales, prefería no hacer apariciones públicas. También se corrió un
rumor, de trascendencia apenas sospechada: ante los agentes negociadores de la
paz y los periodistas citadinos, Zapata enviaba a un hombre muy parecido a él,
su vivo retrato, a uno “que era como su caricatura”, explicaron los veteranos
zapatistas. Curioso hecho de mandar a un “doble”, que pudiera engañar a quienes
querían engañarlo a él y destruirlo. El sensible ojo de Javier Garciadiego
advirtió que la anécdota podía ser real: una fotografía de Casasola, tomada en
esa misma época, descubre a un raro Zapata demasiado aindiado y pequeño rodeado
de periodistas. A la sombra de un árbol, con unos documentos en las manos, el
hombre mira de soslayo a la cámara. De bigote grande, negro y espeso, hoy
parece que ese Zapata no era una figura que demostrase una personalidad que
sobresaliese de entre los campesinos que se retrataron con él; pues algo, sin
embargo, llama a la sospecha de una sustitución: además de la complexión
notoriamente más pequeña que la del Emiliano Zapata que todas las otras
imágenes revelan, el hombre de la fotografía carece de los signos que
distinguían al caudillo: el traje charro, los anillos, los adornos del
chaquetín; Zapata, se decía en Morelos décadas después, nunca vistió de calzón
de manta como ropa corriente. De hecho, la leyenda señala que, el día de su
muerte, el “doble” le pidió al caudillo precisamente esos signos para completar
la impostura y confundir a los carrancistas de Jesús Guajardo: el traje, el
arma y el caballo. Ciertamente, el hombre de la fotografía de Casasola en 1911
parece no ser Emiliano Zapata.
3La hacienda de
Chinameca y el doble de Zapata aparecerían ocho años después y explicarían uno
de los sucesos míticos modernos más notables de nuestra historia. La repetición
de elementos, clave de la estructura de los mitos, se desencadenó del enredo
político revolucionario y se desdobló en una historia particular, simbólica.
4Otra repetición,
menos fortuita, dio origen a la construcción política de un héroe de naturaleza
diferente. Es la repetición de una fecha, el 10 de abril, que conmemora un
acontecimiento que, en su momento, parecía destinarse al olvido. Ciertamente,
tal vez el día más extraño para Emiliano Zapata fue un 10 de abril, no el de
1919, cuando pasado el medio día fue asesinado. Tampoco los cuarenta 10 de
abril que había vivido desde el de 1880. Nos referimos al 10 de abril que
recordaba el tercer aniversario de su muerte en 1922. En aquella ocasión, un
orador habló frente al presidente Alvaro Obregón; con su intervención, Zapata
ingresó al panteón heroico de la Revolución. Ese día, Emiliano Zapata, caudillo
de la rebelión campesina del centro-sur del país, adquiría inconfundibles tonos
broncíneos. Ese día dejó de ser el bandido muerto y sè volvió héroe que
justificaba posiciones políticas de una revolución hecha gobierno. Entonces se
acabaron los “placeres lucrativos del odio”, como dijera Borges.
5Hoy nos quedan las
huellas de una vida y las múltiples interpretaciones que de ellas se han hecho.
Testimonios, rumores, murmullos, corridos, notas periodísticas exageradas,
manifiestos combativos y órdenes escritas de acciones de guerra, datos más o
menos seguros y biografías variopintas de lo que fuera un hombre, revestido de
calificativos, dibujan un perfil que no deja de sorprender, pues la historia de
Emiliano Zapata ha sido una mezcla de hechos vitales y construcciones verbales.
6La suya es una
biografía especial. De alguna manera rompe con el esquema de los que escriben
sobre las vidas de los hombres; León Edel dijo que la narración de vidas es
humana porque “trata con seres extraños y volátiles, delicadamente orquestados,
y no con dioses miticos”. Pero la de Zapata roza con el mito y la deificación.
Quizá por ello ese importante 10 de abril de 1922 sea parte de su historia,
aunque el hombre Emiliano Zapata hubiese muerto años antes.
7De eso
trataremos aquí: del camino contradictorio y efectivo que ha fatigado ese
símbolo llamado Emiliano Zapata.
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