Con base en el breve relato publicado en 1962
por Gustavo Corona, se averiguó quiénes habían sido los dueños anteriores de la pieza,
desde su descubrimiento en 1933 hasta su inclusión en las colecciones del Museo
Nacional de Antropología, en 1964. Gustavo Corona fue el penúltimo dueño de El
Luchador, y cita un escrito de 1945 de Carlos Godard Buen Abad.
En el relato de Carlos Godard se afirma que el
Luchador fue encontrado en Antonio Plaza, Veracruz, en 1933, por un campesino
llamado Miguel Torres, la esposa de Torres, Fortunata Alor, que vive en Antonio
Plaza, confirmó que Miguel Torres encontró la escultura en su solar y que la
familia lo tuvo en su poder hasta 1937, cuando el jefe de la familia fue
asesinado como resultado de un pleito agrario. En ese momento, Fortunata Alor
vendió El Luchador a un vecino llamado Jesús Cabrera en la cantidad de cinco
pesos, tal como fue reportado por Godard.
Cabrera murió en 1955, pero su esposa, Matilde
Clemente Hernández, le sobrevive, con sus 104 años de edad. Al igual que los
demás informantes, doña Matilde confirma que fue Miguel Torres quien encontró
el Luchador en su solar en Antonio Plaza y que José Antonio Primo, su sobrino,
fue testigo del hecho. Ella recuerda que su marido lo adquirió el mismo año en
que murió Torres, y que lo guardaba dentro de la casa en donde sirvió como
descanso para las gallinas.
En 1945, Luis Bernáldez y Carlos Godard entregaron
el Luchador a Gustavo Corona, con quien permaneció durante casi 20 años. En una
imagen, tomada en la casa de Corona en el D.F., se ve a su hijo Gustavo junto a
la escultura. En 1964, Corona la vendió al Museo Nacional de Antropología por
la cantidad de 250 000 pesos, según consta en un documento del Archivo
Histórico del museo. Hoy día el Luchador se exhibe en la Sala del Golfo de ese
museo.
Tomado de Ann Cyphers, Artemio López Cisneros, “El
Luchador Historia antigua y reciente”, Arqueología Mexicana, núm. 88, pp.
66-70.
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