David C.
Grove
Uno
de los más importantes rasgos de la cosmovisión mesoamericana fue considerar
como entes vivos los elementos del paisaje: cuevas, barrancas, manantiales,
árboles y montañas, por estar habitados por importantes espíritus. De todos los
accidentes geográficos, las montañas son las más grandes e imponentes: son el
vínculo físico entre el cielo y el mundo superior con la superficie de la
tierra y el inframundo. En el sistema de creencias de Mesoamérica, las montañas
son lugares míticos originarios, donde habitan los ancestros y residen los
espíritus asociados a la tierra, la fertilidad o la lluvia.
Toda
montaña, y hasta los cerros pequeños, tiene cualidades sagradas. Sin embargo,
en cualquier paisaje regional ciertas montañas son consideradas más importantes
por los habitantes, ya sea por sus características físicas o por su papel en
las mitologías de la comunidad. Hubo peregrinaciones para venerar algunas
montañas en particular, y a veces se les distinguió con altares o erigiendo
monumentos labrados en piedra o alguna ofrenda especial. La categoría simbólica
no se limita a las montañas reales, visibles en el paisaje natural, sino que
fue práctica común, en la Mesoamérica prehispánica, integrarlas a los
asentamientos por medio de la construcción de pirámides o “montañas
artificiales”. En los registros arqueológicos hay ejemplos de representaciones
de montañas a escala; uno de ellos son las efigies de volcanes en los patios de
casas excavadas en Tetimpa, Puebla, del Preclásico Tardío, excavados por
Gabriela Uruñuela y Patricia Plunket.
En
Mesoamérica, las creencias respecto de las montañas y sus espíritus podrían
remontarse, tal vez, a los periodos Paleoindio y Arcaico. La evidencia
arqueológica irrefutable más temprana de veneración a las montañas proviene del
Preclásico. En este artículo nos ocuparemos de tres tipos y escalas de montañas
sagradas en el mundo olmeca: a) montañas naturales con restos arqueológicos que
indican su importancia sagrada para los olmecas, b) “montañas artificiales”
dentro de los asentamientos olmecas y c) esculturas labradas en piedra que
podrían representar montañas sagradas. Nuestros ejemplos provienen de San
Lorenzo, Veracruz; La Venta, Tabasco, y Chalcatzingo, Morelos, sitios del
Preclásico, o de sitios cercanos a ellos.
Las
montañas en el paisaje de San Lorenzo
En la
región de San Lorenzo, Veracruz, el centro olmeca más importante entre 1150 y
850 a.C., se encuentran varios ejemplos del culto a las montañas. El sitio está
situado en la cima de una gran meseta que se eleva 50 m sobre las riberas de la
cuenca del río Coatzacoalcos. Aunque la mayoría de las montañas visibles desde
la meseta de San Lorenzo son lejanas, existe evidencia arqueológica de que los
olmecas realizaban peregrinaciones religiosas a dos de ellas.
Los
Tuxtlas, 50 km al norte de San Lorenzo, es visible desde el sitio. En 1897, el
topógrafo Ismael Loya descubrió una gran estatua en el volcán San Martín
Pajapan, una de las cimas más prominentes de los Tuxtlas. Esa estatua, el
Monumento 1 de San Martín Pajapan, es considerada hoy en día una de las obras
maestras del arte olmeca y su presencia en esa montaña es una evidencia clara
de que el volcán fue muy reverenciado por los olmecas, quienes se tomaron el
trabajo de transportar la escultura de 1 200 kg hasta la cima.
El
arqueólogo veracruzano Alfonso Medellín Zenil analizó la escultura en 1968 y
descubrió que esta gran figura antropomorfa de piedra estuvo asentada en una
pequeña plataforma rectangular. En las excavaciones en el interior de la
plataforma se descubrieron tepalcates pertenecientes al Preclásico, el Clásico,
el Posclásico y de la era moderna, así como cuentas de jadeíta y parafina y
cera utilizados en rituales más recientes. En su artículo “El dios jaguar de
San Martín” (1968), Medellín Zenil afirma: “Los indígenas popolucas y nahuas,
pobladores del sistema montañoso de Los Tuxtlas, y sobre todo, los más próximos
al cerro de San Martín [...] siempre supieron de la existencia de una escultura
prehispánica a la que nombraban Chane, ‘el chaneque’ o nuestro ‘padre San
Martín’[...] es algo que se respeta, se teme, se propicia y se venera”. Los
restos arqueológicos de la plataforma en la cima de San Martín Pajapan
demuestran que tanto la estatua como la montaña fueron reverenciadas desde hace
miles de años. Medellín Zenil, preocupado por la conservación de la escultura,
la trasladó hasta el Museo de Xalapa al terminar sus investigaciones.
“Cerros
sagrados olmecas. Montañas en la cosmovisión mesoamericana”, Arqueología Mexicana, núm.
87, pp. 30-35.
• David C. Grove. Doctor en antropología por la Universidad
de California, Los Ángeles. Profesor emérito de antropología de la Universidad
de Illinois. Se especializa en la arqueología del Preclásico. Ha dirigido
investigaciones en varios sitios, entre ellos Chalcatzingo, Morelos, y la cueva
de Oxtotitlán, Guerrero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario