jueves, 17 de noviembre de 2016

Cerros sagrados olmecas. Montañas en la cosmovisión mesoamericana


David C. Grove
Uno de los más importantes rasgos de la cosmovisión mesoamericana fue considerar como entes vivos los elementos del paisaje: cuevas, barrancas, manantiales, árboles y montañas, por estar habitados por importantes espíritus. De todos los accidentes geográficos, las montañas son las más grandes e imponentes: son el vínculo físico entre el cielo y el mundo superior con la superficie de la tierra y el inframundo. En el sistema de creencias de Mesoamérica, las montañas son lugares míticos originarios, donde habitan los ancestros y residen los espíritus asociados a la tierra, la fertilidad o la lluvia.
Toda montaña, y hasta los cerros pequeños, tiene cualidades sagradas. Sin embargo, en cualquier paisaje regional ciertas montañas son consideradas más importantes por los habitantes, ya sea por sus características físicas o por su papel en las mitologías de la comunidad. Hubo peregrinaciones para venerar algunas montañas en particular, y a veces se les distinguió con altares o erigiendo monumentos labrados en piedra o alguna ofrenda especial. La categoría simbólica no se limita a las montañas reales, visibles en el paisaje natural, sino que fue práctica común, en la Mesoamérica prehispánica, integrarlas a los asentamientos por medio de la construcción de pirámides o “montañas artificiales”. En los registros arqueológicos hay ejemplos de representaciones de montañas a escala; uno de ellos son las efigies de volcanes en los patios de casas excavadas en Tetimpa, Puebla, del Preclásico Tardío, excavados por Gabriela Uruñuela y Patricia Plunket.
En Mesoamérica, las creencias respecto de las montañas y sus espíritus podrían remontarse, tal vez, a los periodos Paleoindio y Arcaico. La evidencia arqueológica irrefutable más temprana de veneración a las montañas proviene del Preclásico. En este artículo nos ocuparemos de tres tipos y escalas de montañas sagradas en el mundo olmeca: a) montañas naturales con restos arqueológicos que indican su importancia sagrada para los olmecas, b) “montañas artificiales” dentro de los asentamientos olmecas y c) esculturas labradas en piedra que podrían representar montañas sagradas. Nuestros ejemplos provienen de San Lorenzo, Veracruz; La Venta, Tabasco, y Chalcatzingo, Morelos, sitios del Preclásico, o de sitios cercanos a ellos.
Las montañas en el paisaje de San Lorenzo
En la región de San Lorenzo, Veracruz, el centro olmeca más importante entre 1150 y 850 a.C., se encuentran varios ejemplos del culto a las montañas. El sitio está situado en la cima de una gran meseta que se eleva 50 m sobre las riberas de la cuenca del río Coatzacoalcos. Aunque la mayoría de las montañas visibles desde la meseta de San Lorenzo son lejanas, existe evidencia arqueológica de que los olmecas realizaban peregrinaciones religiosas a dos de ellas.
Los Tuxtlas, 50 km al norte de San Lorenzo, es visible desde el sitio. En 1897, el topógrafo Ismael Loya descubrió una gran estatua en el volcán San Martín Pajapan, una de las cimas más prominentes de los Tuxtlas. Esa estatua, el Monumento 1 de San Martín Pajapan, es considerada hoy en día una de las obras maestras del arte olmeca y su presencia en esa montaña es una evidencia clara de que el volcán fue muy reverenciado por los olmecas, quienes se tomaron el trabajo de transportar la escultura de 1 200 kg hasta la cima.
El arqueólogo veracruzano Alfonso Medellín Zenil analizó la escultura en 1968 y descubrió que esta gran figura antropomorfa de piedra estuvo asentada en una pequeña plataforma rectangular. En las excavaciones en el interior de la plataforma se descubrieron tepalcates pertenecientes al Preclásico, el Clásico, el Posclásico y de la era moderna, así como cuentas de jadeíta y parafina y cera utilizados en rituales más recientes. En su artículo “El dios jaguar de San Martín” (1968), Medellín Zenil afirma: “Los indígenas popolucas y nahuas, pobladores del sistema montañoso de Los Tuxtlas, y sobre todo, los más próximos al cerro de San Martín [...] siempre supieron de la existencia de una escultura prehispánica a la que nombraban Chane, ‘el chaneque’ o nuestro ‘padre San Martín’[...] es algo que se respeta, se teme, se propicia y se venera”. Los restos arqueológicos de la plataforma en la cima de San Martín Pajapan demuestran que tanto la estatua como la montaña fueron reverenciadas desde hace miles de años. Medellín Zenil, preocupado por la conservación de la escultura, la trasladó hasta el Museo de Xalapa al terminar sus investigaciones.
 “Cerros sagrados olmecas. Montañas en la cosmovisión mesoamericana”, Arqueología Mexicana, núm. 87, pp. 30-35.
 David C. Grove. Doctor en antropología por la Universidad de California, Los Ángeles. Profesor emérito de antropología de la Universidad de Illinois. Se especializa en la arqueología del Preclásico. Ha dirigido investigaciones en varios sitios, entre ellos Chalcatzingo, Morelos, y la cueva de Oxtotitlán, Guerrero.

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