miércoles, 23 de noviembre de 2016

LA SALIDA DE LOS DIOSES A LA SUPERFICIE DE LA TIERRA


Muchos de los dioses de las aventuras míticas intentaron protegerse de los terribles rayos solares en la oscura región de la muerte. Esos mismos rayos habían destruido su ser proteico; con ello sus características esenciales habían quedado fijas, solidificadas por el efecto de la luz. Así, los dioses alcanzaron otro estado diferente al que tenían: ahora eran los padres-madres, esto es, seres con capacidad de transmitir a su progenie su propia naturaleza. Un fragmento de ellos quedaría en el interior de cada individuo de su clase creada, formando su alma principal y reproduciendo en ella las características esenciales de su ser.

Un mito tarasco registrado por Francisco Ramírez en las últimas décadas del siglo XVI nos explica lo anterior. La diosa celeste –la misma que en otro relato mítico habíamos visto como expulsora de sus hijos de Tamoanchan– estaba preocupada por el destino de éstos. Sus hijos no podían estar sobre la superficie de la tierra porque toda ella era bañada por la agresiva luz del Sol. Era necesario que su descendencia saliera de la región de la muerte, y para ello pidió al dios del inframundo que pusiera remedio. El dios atendió su requerimiento e hizo que su mujer pariera a las criaturas. Las criaturas sí eran aptas para poblar la tierra, pues ya contaban con la materia pesada que cubría su interioridad; pero, como se ha visto anteriormente, esta misma cubierta, pasible a los efectos del tiempo, las convertía en seres encadenados al ciclo de la vida/muerte. Cuando la cáscara se hacía inservible, el alma debía protegerse de nuevo en la región de la muerte. Allí aguardaba otra oportunidad para nacer dentro de otro individuo de la misma clase. Los padres-madres siguen cumpliendo su función procreadora desde lugares protegidos en el tiempo-espacio limitáneo o a ambos lados de los límites del ecúmeno, donde las condiciones de sacralidad garantizan su resguardo. En el espacio limitáneo ocupan el cielo, dentro de las estrellas. Cerca de la superficie de la tierra moran en la gran cueva que es la bodega del Monte Sagrado. Son, propiamente, gérmenes de vida, que con frecuencia reciben en la actualidad los nombres de semillas, corazones o semillas- corazones. Pese a su elevación sobre la superficie de la tierra, la cubierta montuosa hace que el interior del Monte sea considerado parte de la región de la muerte. Bajo el Monte hay un gran cuerpo de agua y abajo continúan los pisos del inframundo; sobre él y sus proyecciones se yerguen los árboles por los que son paridos los astros y los meteoros. Otras criaturas, como las aguas de los manantiales, salen al mundo por la boca inferior del Monte Sagrado. Cuando se trata del nacimiento de grupos humanos, el Monte adquiere la forma de Chicomóztoc. La bodega multiplica sus cavidades, y así se transforma en la madre parturienta que tiene siete cuevas; de cada matriz expele un grupo humano, siete en cada ocasión.

IMAGEN: a) Salida del Sol por la boca superior del árbol cósmico, según los mixtecos. Códice Nuttall, lám. 44. b) Salida del dios de la lluvia por la boca superior del árbol cósmico, según los mayas. Códice de Dresde, lám. 69.

Foto: © The Trustees Of The British Museum. Reprografía: Oliver Santana / Raíces
Tomado de Alfredo López Austin, “8. La máquina cósmica y el tiempo espacio mundano”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 69, pp. 40-55.

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