LA PERIODIZACIÓN DE LA HISTORIA MESOAMERICANA
Para la periodización de la historia
mesoamericana, consideramos que la estrategia más productiva es comprender el sentido de
los procesos históricos a nivel mesoamericano, y sobre esta base analizar el
desarrollo particular de las diferentes áreas. Nuestra posición se funda en el
hecho de que las sociedades mesoamericanas vivieron una historia compartida
durante milenios y estuvieron ligadas por un conjunto complejo y heterogéneo de
relaciones. Estas últimas se establecieron a partir de intercambios constantes
de bienes, de desplazamientos humanos, de intereses compartidos entre las
elites de diversas regiones, del dominio de unas sociedades sobre otras, de sus
conflictos bélicos, etc. Las sociedades contemporáneas podían diferir en nivel
de complejidad; sin embargo, lo importante fue que las relaciones se
constituyeron en forma estructural y permanente.
En un buen número de casos, el bajo nivel de
desarrollo de una sociedad puede explicarse como el resultado de sus relaciones
asimétricas con una potencia vecina que la avasalló y no como manifestación de
un lento desarrollo autónomo.
Lo anterior no significa que desconozcamos la
importancia de la periodización particular de las diferentes áreas
mesoamericanas. Lo que proponemos es que la parcelación de sus historias se
haga en el contexto de la periodización general y que, además, se utilicen
criterios y nomenclatura específicos.
Tomado de Alfredo López Austin y Leonardo López
Luján, “La periodización de la historia mesoamericana”, Arqueología Mexicana,
núm. 43, pp. 15-21.
«La Cristiada es la entrada de México al siglo XX de las
guerras modernas: concentrar a la población civil. De repente concentran a toda
la población de los Altos de Jalisco en cinco
pueblos grandes o ciudades, en Arandas, en Ocotlán, en León. Es invierno, de un
día para otro la gente sale a pie, cargando lo que puede: bebés, viejitos...
Cae aguanieve, hay campamentos improvisados y de pronto se sueltan las
viruelas. ¿Cuántas personas mueren en ese momento? No lo sabemos. Pero el general
Garfias, que fue director del Archivo Histórico antes de ser rector de la
Universidad de las Tres Armas, calculó la cifra de 250 mil vidas, de los cuales
90 mil eran soldados de ambos bandos. Además, la Cristiada y su represión asoló
a todo el Bajío, todo el centro-occidente de México. Millón y medio de
mexicanos tomaron el camino del exilio entre 1926 y 1929, huyendo de una
devastación que fue mayor en el campo que en la ciudad. Porque había dos
Méxicos: en la ciudad, ante las misas clandestinas, cae la policía, arrestan al
sacerdote y a las señoras, incluso si es la esposa del general Amaro, pero las
sueltan y no fusilan al sacerdote: en el campo se fusilaba sencillamente porque
alguien había puesto un listón negro a la entrada de su casa, encarcelaban a
las mujeres porque vestían de luto o mataban a los soldados que traían
escapularios. En el campo, pues, nos encontramos con la barbarie absoluta. Se
cortan cabezas, se exponen los cadáveres, se queman los pueblos, se saquea».
Jean Meyer.
13 de agosto de 1521. Un numeroso ejército de tlaxcaltecas,
cholultecas, huejotzingas, el príncipe Ixtlilxóchitl de Texcoco y su ejército,
cempoaltecas, chinantecos, xochimilcos, otomies,
chalquenses, 600 españoles, encabezados por Hernán Cortés derrotan a los
mexicas.
Este hecho marca la gesta de la nación mexicana.
FUERON DIOSES, AÚN LO SON, I
Los seres imperceptibles de la tradición
mesoamericana están formados por una sustancia ligera, imperceptible para los
sentidos humanos en situaciones normales y en
estado de vigilia. Es necesario aclarar que la imposibilidad se refiere a
situaciones normales porque en estado extático o cuando la mente está alterada
por un psicotrópico, el fiel sí se considera capaz de percibir a estos seres.
También cree que es posible encontrarse y comunicarse con ellos en sueños, pues
los sueños para él son experiencias reales, no meras visiones oníricas. Otras
de las características de estos entes es su origen anecuménico, su poder de
producir efectos en el mundo visible y la posibilidad de que los humanos
perciban los efectos de su agencia. Sin embargo, hay tal diferencia entre estos
seres, que es indispensable hacer una separación de ellos al menos en dos
grandes grupos. Por una parte es posible identificarlos como fuerzas. Las
fuerzas son entidades que permiten la acción y el crecimiento. No sólo se
encuentran en todas las criaturas, sino en los seres imperceptibles que
identificaremos como dioses.
Son originarias del anecúmeno; pero invaden el
ecúmeno y se instalan en las criaturas; se encuentran en ellas en mayor o menor
medida, y su intensidad puede aumentar o decrecer. Se manifiestan hasta en los
seres artificiales. Así, son notables en las burbujas muy activas de algunas
bebidas, como el chocolate. Estas fuerzas pueden incrementarse por la acción
voluntaria o involuntaria de los individuos; se contagian –también voluntaria o
involuntariamente– a otros seres; su carácter es benéfico o dañino para
emisores o para receptores, y es posible la transmisión por contacto directo o
indirecto, en partes o productos del cuerpo humano (cabellos, saliva, etc.),
dentro de obras creadas con el trabajo, o en palabras o miradas que se dirigen
a otro ser.
IMAGEN: Muchos de los seres imperceptibles de la
tradición mesoamericana son concebidos con personalidad muy semejante a la de
los seres humanos. En efecto, pueden comprender plenamente las expresiones de
los hombres; su voluntad los convierte en agentes en la vida de las criaturas,
y tienen sentimientos como la bondad, el amor, la enemistad, el odio, la generosidad
o el orgullo que son propios de la vida social de los hombres. Por otra parte,
su voluntad puede ser influida y cambiada por los seres humanos cuando los
reconocen, les suplican y les hacen ofrendas. Imagen del dios mixteco Dazahui o
Ñuhu Savi, procedente del istmo de Tehuantepec y expuesto en la Sala de Oaxaca
del Museo Nacional de Antropología.
Foto: Boris de Swan / Raíces
Tomado de Alfredo López Austin, “8. La máquina
cósmica y el tiempo espacio mundano”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm.
69, pp. 40-55.
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