Francisco Riquelme
El valor biológico del ámbar
es invaluable: se trata un repositorio natural que preserva inclusiones
orgánicas de vida ancestral; es como un “cofrecito” que guarda una detallada
información sobre extinciones, paleoambientes y disturbios climáticos del
pasado geológico del planeta. Desde la época prehispánica –cuando tenía un gran
valor–, en México se le encuentra en regiones del estado de Chiapas.
Una fotografía es una imagen
detenida en el tiempo; si tomamos una fotografía del mosquito que ahora mismo
ronda en la habitación donde escribo esto, tendríamos una evidencia directa de
la vida del mosquito en el simple espacio y tiempo de este día, evidencia de la
existencia del mosquito que sería, sin embargo, intangible.
En paleontología, el ámbar funciona
como un medio que preserva la existencia de la vida antigua como imágenes
atrapadas en el tiempo. Pero estas evidencias son tangibles, fidedignas, perpetuas.
La preservación es única, lo que permite analizar los tejidos y la composición
química del mosquito, y estudiar el fenómeno de la vida del mosquito, ese
mosquito que habitó millones de años atrás en un ambiente de la Tierra hoy
extinto, lo que permite explicar el complejo fenómeno de la vida en el planeta.
Valor cultural
El ámbar es una resina vegetal
fósil, su estructura es la de un polímero formada por azúcares, compuestos
volátiles (alcoholes) y ácidos orgánicos que se cristalizan a temperatura ambiente.
La polimerización de la resina vegetal puede suceder en minutos o llegar a
tardar varias horas. Algunas plantas producen resina, la cual es un medio
viscoso que funciona como mecanismo de defensa contra el ataque de otros
organismos (microbios, insectos) y como respuesta a fluctuaciones ambientales.
La fosilización de la resina es una clase de maduración fisicoquímica que
afecta su estructura y composición: la endurece, deshidrata, oxida y condensa,
lo que la hace perder sus compuestos volátiles, que provoca que se cristalice y
convierta en ámbar. Esto ocurre en depósitos de abundante carbón orgánico
asociado a los restos de la masa vegetal de antiguas biotas tropicales.
Son contados los depósitos
geológicos con ámbar del planeta, y entre los más conocidos destacan los de
España y el mar Báltico en Europa, los del Líbano en Medio Oriente, y en
América, los de Nueva Jersey, República Dominicana y México (Chiapas).
Diferentes sociedades le han asignado al ámbar un alto valor cultural; desde la
antigüedad se le ha colectado y codiciado, tanto por su belleza cautivadora
como por un supuesto atributo mágico y curativo. Existe una amplia literatura
arqueológica y antropológica basada en los hallazgos de los productos
manufacturados con ámbar.
Riquelme, Francisco, “Ámbar. La vida
inmóvil”, Arqueología
Mexicana, Núm. 115, pp. 82-87.
• Francisco Riquelme. Paleontólogo.
Candidato a doctor en ciencias biológicas (UNAM). Se especializa en
paleontología molecular y arqueometría.
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