La autora, doctora en Historia, repasa
en su 90 aniversario La Cristiada, desconocida guerra mexicana, y califica el
heroísmo de los cristeros de Epopeya de la Libertad.
16 de agosto de 2016 (11:46 h.)
Niños mártires, asaltos de trenes,
vías férreas pobladas de ahorcados, indómitos guerrilleros, brigadas de
valientes mujeres con voto de silencio, emboscadas en sierras desérticas,
Caballeros de Colón antimasónicos, el KukuxKlan y traiciones de un gobierno
anticlerical son los fascinantes elementos de La Cristiada o la Guerra
Cristera (1926 – 1929), la guerra religiosa más dramática, sangrienta y
desconocida de la historia de América de la que ahora se cumplen sólo 90 años.
Una tragedia que fue prácticamente borrada de los libros de Historia. Su grito
de lucha: Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe.
El famoso Emiliano Zapata luchó con
diez mil hombres y Pancho Villa con veinte mil, pero los desconocidos cristeros
consiguieron movilizar a cincuenta mil combatientes, apoyados por todo un
pueblo. Fue una guerra por la libertad que se convirtió en un verdadero
"martirologio" ya que en esa persecución sangrienta y salvaje,
cientos de religiosos y laicos católicos fueron asesinados por su fe. Un
capítulo bélico recogido en cientos de fotografías blanquinegras que sorprenden
por su fuerza y magnetismo.
Conspiración de silencio
La Guerra Cristera, hasta 1980 fue
tabú en los estudios históricos y políticos mexicanos. La Historia
"oficial" -en las raras ocasiones que los llegaba a mencionar- los
calificaba como "rebeldes al gobierno". Pese a su importancia, se
intentó borrar de la memoria y se transmitió casi en secreto entre los miembros
de las familias que vivieron el enfrentamiento.
Imagen
de la época.
La Ley Calles
La anticlerical Constitución mexicana
de 1917 había incluído medidas draconianas contra la Iglesia,
negaba su reconocimiento legal, limitaba a los sacerdotes, prohibía la
educación religiosa, nacionalizaba las propiedades de la Iglesia e ilegalizaba
la celebración de ceremonias fuera de los templos. Sin embargo, dada la mayoría católica nunca
se aplicó de forma estricta hasta 1926. Ese año el Presidente Plutarco Calles
promulga "la Ley Calles": multas y cárcel por negarse a disolver
comunidades religiosas, por enseñanza de la religión, por publicaciones piadosas,
por expresar públicamente las creencias y la expulsión de sacerdotes
extranjeros, incautación de iglesias, conventos y monasterios e inventarios de
los bienes. También prohibe las sotanas a los curas mexicanos, y se mandaron
quemar todos los documentos de la Iglesia, incluidas la Fe de bautismo de todas
las personas. Todo acto católico era prohibido por la ley. La iglesia suspende
el culto público y se va a la clandestinidad, a modo de la época de las
catacumbas
Al principio, los fieles y la jerarquía
se resistieron a la Ley Calles de forma pacífica y organizan su brazo político: la
Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR) . Protestas, un
millón de firmas pidiendo la abolición, boicot económico... no hubo alzamiento
armado ni tácticas de resistencia civil hasta que no se agotaron todos
los recursos legales y pacíficos posibles. El Gobierno, viendo el poder que
adquirían, intensificó su ataque con arrestos, intimidaciones y comenzaron las
ejecuciones y violentas represiones por parte del ejército.
Ante los atropellos y desmanes, el
pueblo a empezó a armarse de forma espontánea y aparecen las primeras
guerrillas, compuestas por campesinos que comienzan a sublevarse al grito
de: "¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!, Fueron conocidos
desde entonces despectivamente con el nombre de Los Cristeros.
Retrato
de un fusilamiento.
La rebelión cristera
La resistencia armada comenzó en
Jalisco con levantamientos esporádicos hasta que se difundió por todo México.
El gobierno declara la guerra a la Iglesia Católica y se convierte en una
auténtica guerra civil.
La Liga organiza la lucha y da el
mando al general liberal Enrique Gorostieta, experto en guerra de
guerrillas y estrategia militar. Pasarán de ser una tropa espontánea y desharrapada
a ser un ejército disciplinado de 50.000 hombres, divididos en
regimientos y con jefes legendarios, como los curas-generales padre Vega y
padre Pedroza.
Las Brigadas Bonitas
Las brigadas femeninas de Santa Juana
de Arco (BB) fueron creadas para suministrar municiones, pertrechos y dinero,
provisiones, informes, refugio, cura y protección a los combatientes Cristeros.
Llegaron a ser 25.000 mujeres. Su estructura era militar y jerárquica porque
eran consideradas un cuerpo más de combate. Pero este movimiento trabajaba en
total clandestinidad, imponiendo a sus miembros un juramento de obediencia y
secreto por lo que era de gran eficacia. La mayor parte de las mujeres eran
célibes, para evitar dejar huérfanos o evitar chantaje, si eran hechas
prisioneras
Sus métodos para obtener fondos
incluían las acciones directas. Transportaban las municiones en chalecos o en
carros cubiertos de maíz o cemento, hasta las zonas de combate, donde
posteriormente a lomo de mula las hacían llegar a los cristeros. El ingenio y
la audacia de aquellas jóvenes fueron legendarios y llegaron a abastecerse
directamente en las fábricas militares de la capital, mediante la
seducción o la connivencia de operarios católicos y de algunas autoridades.
Un enfrentamiento desigual
El ejército de Calles, bien armado,
comido y vestido, era llamado por el pueblo: "los federales", o
"comecuras". contaba con 80 mil hombres. La mayoría de los
insurrectos eran campesinos pobres, mal equipados y peor armados, pero la
gran desigualdad de hombres y armas no detuvo a los cristeros. Su
profunda fe en Cristo les daba una gran fuerza moral. En las zonas donde la
rebelión parecía ser aplastada, a los pocos días resurgía con más fuerza. La
ferocidad de la milicia y el ensañamiento con los campesinos, hizo que los
cristeros fueran apoyados por la población.
Ante la imposibilidad de controlar la
insurección, el gobierno organizó "concentraciones". Se
obligaba a los campesinos a reunirse en poblados determinados.Si esto no
sucedía, las gentes eran fusiladas sin previo juicio, lo que significó pérdida
de cosechas y hambre para la población civil. Los sacerdotes que permanecieron
en el campo, lo hicieron con gravísimo riesgo y permanecieron escondidos con la
protección de los fieles, que en muchos casos fueron también ejecutados por
darles cobijo .El británico Graham Greene viajó poco después de la guerra a
México y recogió muchos testimonios directos de la rebelión cristera.. "Todos los curas eran perseguidos
y muertos –escribe Green en una de sus novelas más célebres: El poder y la
gloria-, excepto uno que subsistió durante diez años en las selvas y los
pantanos, aventurándose sólo de noche.."
Una táctica exitosa entre los
cristeros fue el ataque a trenes, que obligó al ejército federal a destacar
hombres en puentes, túneles y estaciones; Ahí se produjo su único crimen
de guerra: el incendio de un tren antes de su completa evacuación.
Tácticamente, la guerrilla cristera superaba a las milicias regulares. En
pequeños grupos, atacaban, intempestivamente, y huían con facilidad a la
sierra gracias a su destreza como jinetes y a su conocimiento del terreno.
Siempre portaban el estandarte de la Virgen de Guadalupe y de cada pecho
de soldado colgaba una gran cruz, cual fresco epopéyico de un cuadro de
Ferrer- Dalmau. El l ejército federal, mucho más desarrollado en la infantería
se veía imposibilitado a proseguir la persecución. Dada su inferioridad,
táctica el gobierno apela al terror sistemático no sólo contra las poblaciones
involucradas en la insurrección, sino contra aquellas sopechosas de estarlo.
Una cruel represión
Los Cristeros a quienes se hacía
prisioneros eran pasados por las armas. Pena de muerte era también el castigo de
quienes ayudaban a los rebeldes, de los que bautizaban a sus hijos, asistían a
las misas clandestinas o se casaban por la Iglesia.. Muchos civiles sucumbieron
en ocasiones víctimas de matanzas colectivas. Los lunes había fusilamientos y
muertes en la horca, en público.
Turistas norteamericanos denunciaban
en la prensa americana la presencia de ahorcados en los postes telegráficos a
lo largo de las vías férreas y de las carreteras y los Caballeros de Colón,
asociación católica antimasónica, recaudan un millón de dólares en Estados
Unidos para ayudarles, lo que contrarresta el Kukluxklan ofreciendo ayudar a
Plutarco Calles multiplicando por diez esta cifra.
La tortura se practicaba
sistemáticamente, no sólo para obtener informes, sino también para hacer que
durara el suplicio, para obligar a los católicos a renegar de su fe y para
castigarlos eficazmente, ya que la muerte no bastaba para asustarlos. "Caminar con las plantas de
los pies en carne viva, ser degollado, quemado, deshuesado, descuartizado vivo,
colgado de los pulgares, estrangulado, electrocutado, quemado por partes con
soplete, sometido a la tortura del potro, de los borceguíes, del embudo, de la
cuerda, ser arrastrado por caballos... Todo esto era lo que esperaba a quienes
caían en manos de los federales». (Jean
Meyer, La Cristiada,
tomo III,.).
Negociación: "Los
arreglos"
En 1929 el ejército federal estaba
formado por 100.000 hombres. Las milicias cristeras se calculaban en 50 000
hombres, pero controlaban la mitad de los 30 estados de México poniendo en
jaque al gobierno de Plutarco Calles, que ante las inminentes elecciones
presidenciales ve la coyuntura idónea para que el conflicto se resuelva
.Calles apela embajador norteamericano Morrow, porque necesitan del petróleo
mexicano y a quienes también conviene la paz interior del país, La Santa Sede
presionada por los Caballeros de Colón impone entonces la necesidad de una
salida política que se consigue con “ los arreglos”
La ley de Calles se suspende pero no
se deroga; se otorgaba amnistía a los rebeldes; se restituían las iglesias y la
Iglesia podía realizar los cultos. Los cristeros en obediencia al Vaticano
empiezan a deponer las armas, pero sólo para ser cazados y ejecutados
porque fue una trampa. Calles rompió los compromisos y durante los tres
primeros meses después de la tregua, más de 500 líderes y 5.000 cristeros
fueron ejecutados. Murieron más líderes cristeros durante ese breve periodo de
tiempo que durante tres años de guerra.
Dicotomía: héroes mártires o
contarrrevolucionarios
Durante décadas el PRI fue
abiertamente hostil a la Iglesia. De hecho México no mandó embajada al
Vaticano hasta fines de los 60 y no reconoció su status jurídico hasta
1990 con Salinas de Gortari.
Con la perdida del gobierno vitalicio
del PRI, el episodio cristero adquirió visibilidad y se desató la disputa en
torno a su reivindicación como legado a valorar. Parece que molesta el
heroísmo del martirologio cristero y se ha alentado su rechazo
dentro de la historia mexicana por ser "contrarrevolucionarios
antimodernos". Se carga las tintas en la responsabilidad de la iglesia que
intentaba evitar perder sus riquezas y privilegios ( poseía más de la mitad del
territorio nacional) , en abordar la rebelión como simple bandidaje o como una
revancha de los revolucionarios derrotados También añaden otros factores como
la masonería, el jesuitismo, el sinarquismo o la ideología jacobina.
Canonizaciones, la obra de
Meyer y la película Cristiada
En los últimos años tres hechos fundamentales han
apoyado la difusión de este capítulo apasionante de la historia mexicana.
El primero fue el reconocimiento de la Iglesia de los
martires en 1988 de los cuales 25 fueron canonizados por Juan Pablo II
en el año 2000 y 13 beatificados en 2005. Este mismo año 2016, el Papa
Francico santifica al Niño José, un niño Cristero que muere defendiendo
a Dios tras sufrir terribles torturas.
El segundo fue el ingente trabajo del francés
Jean Meyer, que en la década de los 90 saca a la luz información
prohibida y oculta. Publica tres tomos titulados La Cristiada / Historia
de la guerra mexicana por la libertad religiosa. Meyer jugó una carrera
contra el tiempo para salvar la memoria de estos soldados anónimos
entrevistando a cientos de combatientes y testigos directos (Macías
Villegas, el último cristero falleció hace apenas unos meses).
El tercero es la película Cristiada, un film con
actores muy conocidos como Andy García quizás en el mejor papel de su carrera
como Goriostieta, Peter O Toole o Rubén Blades. Un film cuya visión
desconociendo el episodio histórico asemeja un cuento fantástico y maniqueo
pero que, con licencias, es completamente riguroso. El capítulo de José
el niño cristero y su camino al cadalso, pudiera parecer toda una fantasía
hagiográfica de no estar bien confirmado por decenas de testigos.
Y aunque en la Cristiada pudieran gravitar factores
políticos y económicos, fue el factor religioso la única razón que
llevó al pueblo mexicano a levantarse en armas. Fue la heróica reacción de
una sociedad campesina, tradicional y católica contra el autoritarismo y
control de un Estado nacido de la Revolución de 1917. Un movimiento popular,
que se alzó para defender un modo de vida contra una reforma que
pretendía borrar al Cristianismo de sus vidas, para ellos entonces lo más
sagrado de su existencia.
La Cristiada fue una epopeya, y por encima de otras
circunstancias políticas o económicas, una guerra por la libertad, por ello,
los cristeros, esos valientes davides contra el Goliat de un gobierno
totalitario, deben ser recordados como héroes. El heroísmo de dar su vida en
un enfrentamiento desigual por defenderla.
El problema es que cuando la libertad, uno de los
derechos fundamentales del hombre, es ejercer la religión y además la católica,
es cuestionada en muchos ámbitos, como comentamos en nuestro polémico
artículo de MUNDIARIO Los mártires beatificados murieron por su fe pero
tuvieron verdugos políticos.
De hecho, la película Cristiada, dada su temática,
tuvo problemas en España e incluso llegó a boicotearse su estreno en salas
por lo políticamente incorrecto de sus posibles paralelismos con la Guerra
Civil española. Pero fue sobre todo por la inconveniencia de que estos héroes
anónimos mexicanos sacrificaran su vida por el mismo motivo y al mismo
grito que miles de españoles en la trágica contienda: el ! Viva Cristo Rey!
que los cristeros lanzaban, a modo de proclama inquebrantable, antes de
entrar en la batalla, y que era también el grito que sus mártires,
después de haber perdonado a sus ejecutores, repetían antes de ser
asesinados.
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