Autor: Emily McClung de Tapia
La agricultura
implica el establecimiento de un sistema de subsistencia humana en el que la
producción y el consumo de plantas cultivadas, principalmente las domesticadas,
son fundamentales. Representa la culminación de una serie de procesos
interrelacionados, ya sean de carácter socioeconómico o biológico y ecológico.
Como es sabido, el territorio mesoamericano fue uno de varios
centros prehistóricos del cultivo y domesticación de plantas. La producción de
los alimentos proporcionó la base para el desarrollo posterior de sociedades
que dependían de una serie de plantas cuyas modificaciones y subsecuentes
adaptataciones a diversas condicionales ambientales las hacían adecuadas para
el consumo humano.
Algunas de las especies más importantes son maíz (Zea
mays L.), frijol (Phaseolus
spp.), calabaza(Cucurbita spp.), chile (Capsicum spp.), tomate (Physalis spp.) y aguacate (Persea americana), además de
un gran número de especies secundarias, propias de las diversas regiones y
áreas culturales.
A diferencia de otras regiones del mundo prehistórico, en
Mesoamérica, por la ausencia de especies apropiadas, no se domesticaron
animales aptos para tira y carga; los principales animales adaptados a la
producción para fines alimenticios fueron los perros autóctonos (Canis familiaris),
guajolotes (Meleagris
gallopavo) y, posiblemente,
conejos (Sylvilagus
floridanus).
Antecedentes
Los primeros estudios en torno al inicio de la producción de
plantas alimenticias tomaron en cuenta restos botánicos macroscópicos
provenientes de abrigos rocosos y cuevas excavados por R.S. MacNeish en la
Sierra de Tamaulipas y la Sierra Madre (Tamaulipas), así como en el Valle de
Tehuacán (Puebla) durante los cincuenta y sesenta del siglo pasado.
Posteriormente se dieron a conocer evidencias adicionales provenientes de los
sitios de Guilá Naquitz (Oaxaca) y Tlapacoya en la Cuenca de México. Este
periodo se distingue por una especie de efervescencia en torno al tema de la
domesticación de las plantas, y sin embargo, después hubo poca continuidad en
los estudios, hasta finales de los noventa.
Durante el presente siglo, las contribuciones sobre el tema se
han enfocado hacia los restos microbotánicos, en particular polen, fotolitos y,
más recientemente, gránulos de almidón, especialmente a partir de los
descubrimientos en San Andrés, Tabasco (Pohl et
al., 2007), en el abrigo rocoso de Xihuatoxtla, Guerrero (Piperno et al., 2009) y en Veracruz
(Sluyter y Domínguez, 2006). Guillermo Acosta-Ochoa (2008) reportó restos tanto
macrobotánicos como microbotánicos, indicadores de una transición –a partir de
la recolección de una amplia gama de plantas silvestres– hacia la incorporación
de especies domesticadas en la Cueva de Santa Marta, Ocozocuatla, Chiapas. Esos
restos incluyen polen de Zea del final del Pleistoceno y
gránulos de almidón correspondientes aZea en asociación con piedras de
molienda del Holoceno. La evidencia más reciente obtenida en México sugiere que
la domesticación de las plantas fue un proceso complejo, con diferentes
manifestaciones en distintas partes del territorio.
McClung de Tapia, Emily, “El origen de la agricultura”, Arqueología Mexicana núm. 120, pp. 36-41.
• Emily McClung de Tapia. Doctora en antropología por la Brandeis
University, Massachusetts, E.U.A. Investigadora del Instituto de
Investigaciones Antropológicas, UNAM. Responsable del Laboratorio de
Paleoetnobotánica y Paleoambiente.
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