Johanna Broda
En la religión
mexica predomina la herencia de una milenaria actividad agrícola, procesada y
transformada a lo largo del tiempo. Los mexicas adaptaron su religión a sus
propios cambios históricos, pero conservaron como núcleo de la misma su sentido
agrícola, basado en el cultivo de temporal del maíz, lo que implica una
particular dependencia del medio y el reconocimiento de las altas montañas como
controladores del tiempo atmosférico.
La evidencia arqueológica encontrada en las últimas décadas
demuestra cada vez más claramente que los mexicas, lejos de ser unos recién
llegados a la región central de Mesoamérica, eran los herederos del pasado de
una compleja civilización, la cual basaba su sustento en la agricultura. Las
sociedades mesoamericanas se desarrollaron desde, por lo menos, 2 000 a.C.,
sobre la base de una vida sedentaria en aldeas donde se cultivaba maíz, frijol,
calabaza y chile, y se practicaba la agricultura de temporal, así como obras de
riego cuando las condiciones ambientales lo permitían. Estas condiciones
imprimían su sello a las instituciones sociales y políticas de los estados
mesoamericanos y se reflejaban en la iconografía de sus monumentos y códices.
Religión, sociedad
y naturaleza
La religión formaba una parte importante de la sociedad y en
ella se reflejaban muchas actividades cotidianas y conceptos acerca de la vida
de los hombres, y se expresaban reflexiones filosóficas más complejas acerca
del destino del hombre y su lugar en el cosmos. Las mexicas heredaron una
prolongada y sistemática tradición de observación de la naturaleza que incluía
muchos elementos “científicos”, en el sentido de un registro deliberado y
repetido a lo largo del tiempo de los fenómenos naturales del medio, que
permitía a los especialistas hacer predicciones y orientar el comportamiento
social de acuerdo con estos conocimientos.
Sin embargo, a diferencia de las sociedades industrializadas modernas,
la observación de la naturaleza no era una actividad profana, sino que estaba
ligada a la religión y la magia. En términos más amplios, para las sociedades
mesoamericanas la integración con la naturaleza constituía un propósito
importante, y los rituales y las prácticas religiosas buscaban mantener los
equilibrios y vivir en armonía con la naturaleza. Para ello se construyó a lo
largo de los siglos un complejo sistema calendárico, que se basó en la
observación astronómica del Sol, Venus, la Luna, las Pléyades, etc., y que
consistía en una serie de ciclos recurrentes e interdependientes. Los ciclos
básicos eran el año solar de 365 días, dividido en 18 veintenas, y un ciclo
ritual de 260 días (13 x 20).
Broda, Johanna, “El mundo sobrenatural de los controladores de
los meteoros y de los cerros deificados”, Arqueología
Mexicana núm. 91, pp. 36-43.
• Johanna Broda. Doctora
en etnología. Investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la
UNAM y profesora de posgrado en la UNAM y la ENAH. Especialista en el México
prehispánico, en las culturas indígenas de México y en calendarios, ritualidad
y cosmovisión.
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