jueves, 3 de noviembre de 2016

El mundo sobrenatural de los controladores de los meteoros y de los cerros deificados


Johanna Broda
En la religión mexica predomina la herencia de una milenaria actividad agrícola, procesada y transformada a lo largo del tiempo. Los mexicas adaptaron su religión a sus propios cambios históricos, pero conservaron como núcleo de la misma su sentido agrícola, basado en el cultivo de temporal del maíz, lo que implica una particular dependencia del medio y el reconocimiento de las altas montañas como controladores del tiempo atmosférico.
La evidencia arqueológica encontrada en las últimas décadas demuestra cada vez más claramente que los mexicas, lejos de ser unos recién llegados a la región central de Mesoamérica, eran los herederos del pasado de una compleja civilización, la cual basaba su sustento en la agricultura. Las sociedades mesoamericanas se desarrollaron desde, por lo menos, 2 000 a.C., sobre la base de una vida sedentaria en aldeas donde se cultivaba maíz, frijol, calabaza y chile, y se practicaba la agricultura de temporal, así como obras de riego cuando las condiciones ambientales lo permitían. Estas condiciones imprimían su sello a las instituciones sociales y políticas de los estados mesoamericanos y se reflejaban en la iconografía de sus monumentos y códices.
Religión, sociedad y naturaleza
La religión formaba una parte importante de la sociedad y en ella se reflejaban muchas actividades cotidianas y conceptos acerca de la vida de los hombres, y se expresaban reflexiones filosóficas más complejas acerca del destino del hombre y su lugar en el cosmos. Las mexicas heredaron una prolongada y sistemática tradición de observación de la naturaleza que incluía muchos elementos “científicos”, en el sentido de un registro deliberado y repetido a lo largo del tiempo de los fenómenos naturales del medio, que permitía a los especialistas hacer predicciones y orientar el comportamiento social de acuerdo con estos conocimientos.
Sin embargo, a diferencia de las sociedades industrializadas modernas, la observación de la naturaleza no era una actividad profana, sino que estaba ligada a la religión y la magia. En términos más amplios, para las sociedades mesoamericanas la integración con la naturaleza constituía un propósito importante, y los rituales y las prácticas religiosas buscaban mantener los equilibrios y vivir en armonía con la naturaleza. Para ello se construyó a lo largo de los siglos un complejo sistema calendárico, que se basó en la observación astronómica del Sol, Venus, la Luna, las Pléyades, etc., y que consistía en una serie de ciclos recurrentes e interdependientes. Los ciclos básicos eran el año solar de 365 días, dividido en 18 veintenas, y un ciclo ritual de 260 días (13 x 20).
Broda, Johanna, “El mundo sobrenatural de los controladores de los meteoros y de los cerros deificados”, Arqueología Mexicana núm. 91, pp. 36-43.
 Johanna Broda. Doctora en etnología. Investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y profesora de posgrado en la UNAM y la ENAH. Especialista en el México prehispánico, en las culturas indígenas de México y en calendarios, ritualidad y cosmovisión.

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