viernes, 11 de noviembre de 2016

EL DIABLO ENTRE NOSOTROS EL DIABLO ES UN CHARRO NEGRO



El Diablo de esta tierra, el nuestro, el Santiago Mulato, el Diablo Monicato, el mismo de las pastorelas: nuestro Diablo cojuelo y burlón con los atributos del mestizo, del mulato, del negro o del español-un ser transformado en chivo, o en mono como Tezcatlipoca-, habita no sólo la memoria colectiva y la trama de nuestras pesadillas y maravillas, sino que está vivo precisamente en esa asociación entre la astucia y las identidades de mezcla, la que se fijó en la memoria colectiva desde los siglos coloniales, o que sigue latiendo en los atributos del negro visto por los indios (¿qué otra cosa, sería el “Diablo negro” de los tzeltales de Chiapas, o del mulato de los popolucas de Veracruz?), o en lo diabólico de los diversos oficios -por lo general vedados a los indios-, que pesaron sobre las comunidades ) que se asociaban como demonios a las poblaciones de mezcla: el traficante, el ventero, el músico, el contrabandista, el pirata, el arriero (en los Tuxtlas el Diablo es un arriero mulato que ha convertido a sus almas cautivas, a los “empautados”, en mulas de una recua que se dirige eternamente al inframundo ... ). En toda la Nueva España, el Diablo es un ser oscuro, ataviado de charro negro y montado sobre un caballo del mismo color que despidiendo chispas por las espuelas alumbra con sus ojos de carbón encendido las calles nocturnas de cualquier poblado.

En este contexto, el Diablo tuvo siempre una fuerte presencia asociada con el poder y la riqueza: una noción alimentada en un momento de desamparo y reacomodo de las grandes fuerzas que se abrieron paso desde el México colonial al moderno y que se reprodujo a lo largo de los siglos.
Tomado de Antonio García de León, “El diablo entre nosotros o el ángel de los sentidos”, Arqueología Mexicana, núm. 69, pp. 54-61

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