Desde tiempos inmemoriales las
pasiones humanas han impregnado al hombre. Y aunque cada época ha tenido sus
reglas morales, lo cierto es que las pasiones, de algún modo, han estado
siempre vinculadas a la traición… La línea delgada entre hacer o no daño a
alguien está relacionada quizá más con un sentido ético que moral, como si esa
delicadísima frontera no dependiera de los valores en boga sino de los más
universales.
Ello siempre ha sido un problema
en el terreno de la sexualidad porque el desenfreno como resultado del deseo o
las pasiones transgrede cualquier regla existente cuando uno se entrega a esas
debilidades. En el México prehispánico había una diosa asociada, precisamente,
a las “debilidades de la carne”:
Tlazoltéotl.
Esta curiosa deidad representaba las contrariedades existentes en el amor y la pasión
como tales. Eliminaba el pecado del mundo, aunque asimismo de algún modo lo
inducía. De origen Huasteco era representada defecando (los pecados de la lujuria eran representados con excremento), en
alusión a que de esta manera pueden limpiarse los efectos resultado de un
desenfreno.
En algunas otras
representaciones aparece con “la raíz del diablo” empleada para
intensificar los efectos del pulque. Tlazoltéotl era la diosa de la
suciedad, la lujuria y de los amores ilícitos, patrona de la incontinencia, del
adulterio, del sexo, de las pasiones, de la carnalidad y de las transgresiones
morales…
Tlazoltéotl es
de alguna manera la diosa del amor y de la fertilidad, pero lo más profundo en
su significación es la pasión, que rebasa cualquier criterio moral cuando el
que lo siente es sumamente débil. Y de alguna manera todos lo somos, quizá la
única diferencia es a los niveles en que permitimos que Tlazoltéotl actúe en
nosotros.
Xochiquétzal y Tlazoltéotl. Diosas mexicas del amor y la sexualidad
Silvia Trejo
Xochiquétzal
es una metáfora de la joven que da placer sexual a los jóvenes y que representa
la tentación que hace caer a los hombres castos; es naturalmente hermosa, joven
y alegre. Tlazoltéotl en cambio era diosa de la pasión y de la lujuria, la
barredora de la transgresión sexual, del adulterio.
La mayor parte de la información que ha llegado hasta nosotros
sobre los dioses que adoraban los mexicas, pueblo politeísta como todos los
mesoamericanos, nos viene de las crónicas de los evangelizadores que llegaron
al Nuevo Mundo después de la Conquista. De entre ellos, los que más abundaron
sobre las divinidades –sus mitos y ritos– fueron fray Bernardino de Sahagún y
fray Diego Durán. Es a partir de sus investigaciones y las de otros cronistas,
obtenidas de sus informantes indígenas, que nos es posible conocer a dos de sus
divinidades femeninas relacionadas con el amor y la sexualidad: Xochiquétzal y
Tlazoltéotl.
Xochiquétzal
A Xochiquétzal se le conoce como diosa del amor y a Tlazoltéotl,
como diosa de la sexualidad. Sin embargo, ambas son diosas de la sexualidad
desde dos distintos puntos de vista y ninguna parece ser diosa del amor,
estrictamente hablando, ya sea porque sobre este sentimiento no profundizaron
los cronistas españoles o porque el amor es culturalmente muy reciente.
Mediante sus historias y algunos datos que nos proporciona Sahagún se podrá
llegar a un acercamiento sobre la sexualidad entre los mexicas y cómo la
vivían.
A diferencia de Tlazoltéotl, de Xochiquétzal se cuentan muchos
mitos. Se dice que su belleza era inigualable, que era “preciosa como una
flor”. Representa los encuentros juveniles, espontáneos, pero sobre todo libres,
los cuales no eran sancionados entre los varones.
Xochiquétzal, “flor preciosa”, nació de los cabellos de la diosa
madre. En los mitos de creación se menciona que fue mujer de Piltzintecutli,
hijo de la primera pareja de hombres: Cipactónal y Oxomoco. Con Piltzintecutli
tuvo un hijo, Cintéotl, dios del maíz, y en otros mitos se cuenta que también
engendraron a Nanahuatzin, quien se sacrificaría en el fogón divino para
convertirse en el Quinto Sol, y a Xochipilli, dios de las flores y también
conocido como dios del amor.
Tuvo varios consortes y amantes. Primero habitaba en Tamoanchan,
“cerro de la serpiente”, uno de los paraísos situado en el primer cielo, el
Tlalocan, el cual se localizaba en la cumbre del Cerro de la Malinche. Esta
morada era una región llena de deleites y pasatiempos agradables en donde había
fuentes, ríos, florestas y lugares de recreación. En este sitio había un árbol
florido, y el que alcanzaba a coger una de sus flores o era tocado por alguna
de ellas sería dichoso y fiel enamorado. Xochiquétzal era atendida por otras
diosas y estaba acompañada y guardada por mucha gente, de tal manera que ningún
hombre la podía ver. Los que la cuidaban eran enanos, jorobados, payasos y
bufones, que la divertían con música y bailes, y que también desempeñaban el
oficio de embajadores cuando mandaba mensajes a los dioses que ella cuidaba.
Tomado de Trejo, Silvia, “Xochiquétzal y Tlazoltéotl. Diosas
mexicas del amor y la sexualidad”,Arqueología Mexicana núm. 87, pp. 18-25.
•
Silvia Trejo. Historiadora de arte prehispánico e iconografista y doctora en
antropología. Fue coordinadora de las Mesas Redondas de Palenque del INAH.
No hay comentarios:
Publicar un comentario