miércoles, 21 de diciembre de 2016

Personajes enmascarados. El rayo, el trueno y la lluvia en Oaxaca

Javier Urcid En el complicado mosaico socio-lingüístico que conforma el suroeste de Mesoamérica, las deidades de la lluvia tenían sus propios epítetos: Dzavui en mixteco, Chjoón-maje en mazateco, Tyoo en chatino, Cociyo en zapoteco (Se escribe Cociyo, no Cocijo, para representar más fielmente la fonética del zapoteco, en el que no existe el sonido español de la j. En el siglo XVI la j se empleaba para indicar una i larga.). La etimología de estos nombres se deriva de las palabras para “nubes”, “rayo” y “lluvia”. Tan central fue el culto a la lluvia en la antigua Oaxaca que varios grupos usaban el término como gentilicio. Los vocablos “zapoteco” y “mixteco” son ya una hispanización de nombres nahuas, pero gente de la región se autodenomina bènizàa y ñuu dzavui: “la gente de las nubes”, “la gente de la lluvia”. En la primera mitad del siglo XX, Wilfrido Cruz recogió en Oaxaca un relato que evidencia la persistencia de una concepción cuatripartita del cosmos, en la cual el dios de la lluvia desempeña un papel central. El inicio del relato cuenta que: …en la cumbre de una montaña vivía desde antes del amanecer del mundo el Viejo Rayo de fuego, Cocijoguí. Era el rey y señor de todos los rayos grandes y pequeños. Al pie de su trono deslumbrante tenía bajo su custodia cuatro inmensas ollas de barro donde guardaba encerrados, en una, a las nubes; en la otra, al agua; en la tercera, al granizo, y en la cuarta, al aire. Cada una de estas ollas, a su vez, estaba vigilada por un rayo menor en forma de chintete o lagartija. El resto del relato narra cómo a petición de la gente de ese entonces, el gran relámpago revela sus proezas ordenándole primero al rayo menor, Cocijozáa, liberar las nubes, y luego a Cocijoniza desatar la lluvia, seguido del tercero, quien arrojó el hielo y el granizo. Desesperada, la gente le pidió al sol que intercediera. Así, el Viejo Rayo de Fuego le pidió al cuarto rayo menor, Cocijopí, sacar al viento de su olla para que disipara las nubes y la tormenta. Más de dos milenios antes, la elite de la antigua comunidad de San José Mogote, en los Valles Centrales de Oaxaca, dejó testimonio material del mismo relato al depositar bajo un templo construido sobre una plataforma monumental, una ofrenda que recrea el papel dador de la lluvia. En un rito primordial, un ancestro masculino que personifica a la deidad aparece en el acto de romper con el rayo la troje que contiene el maíz, y ayudado por cuatro mujeres que lo acompañan, lo diseminan a los cuatro rumbos para alimentar a los seres humanos. Así, la gran edificación en San José Mogote debió concebirse simbólicamente como el gran Cerro del Sustento. La ofrenda nos da además una pauta para comprender la concepción genérica dual de la divinidad. Se trata de una hierogamia (unión entre divinidades) en la que el papel complementario de la mujer y el hombre se trasponen al ámbito sacro. La ofrenda nos habla también de la preocupación central en la antigua ideología por mantener un equilibrio ante el portentoso devenir de la naturaleza. El éxito de una economía agraria dependía de la constante reiteración ritual, incluida la inmolación humana y de animales, para pedir la buena lluvia y alejar la tormenta y el granizo que destruye la cosecha o que enmohece y pudre el maíz. La apropiación de ese conocimiento privilegiado fue un catalizador que promovía la desigualdad social. El gobernante cargaba con la responsabilidad de interceder ante la divinidad, y sus sujetos lo tomaban como un benefactor. Urcid, Javier, “Personajes enmascarados. El rayo, el trueno y la lluvia en Oaxaca”, Arqueología Mexicana núm. 96, pp. 30-34. • Javier Urcid Serrano. Doctor en antropología por la Universidad de Yale. Profesor asociado en el Departamento de Antropología de la Universidad de Brandeis, Boston, Massachussets.

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