domingo, 4 de diciembre de 2016

El dios de la lluvia olmeca

En el Monumento 10 de San Lorenzo, Veracruz, se ve al dios de la lluvia sosteniendo un par de manoplas, las cuales probablemente eran de concha cortada y se usaban en combates rituales. Museo de Antropología de Xalapa, Veracruz. Foto: Rafael Doniz / Raíces México antiguo El dios de la lluvia olmeca Karl A. Taube En vista de la importancia del maíz, no debe sorprendernos que los dioses más importantes y difundidos en la antigua Mesoamérica sean los de la lluvia, ya que son quienes aseguran su crecimiento y abundancia. Es probable que gran parte del ritual y mitología relacionados con los dioses de la lluvia provengan del periodo Preclásico, cuando se generalizó por toda Mesoamérica el cultivo del maíz. Los olmecas, que se asentaron en la zona sur del Golfo de México, fueron una de las culturas dominantes de ese tiempo, y su impresionante arquitectura y monumentos de basalto atestiguan su poderío, lo cual puede constatarse ya en el Preclásico Temprano en San Lorenzo, Veracruz (aproximadamente 1200-900 a.C.), y más tarde, durante el Preclásico Medio, en La Venta, Tabasco (900 a 500 a.C.), cuando el cultivo del maíz se difundió y se volvió más importante en Mesoamérica. Sin embargo, se conocen ofrendas en un manantial al pie del Cerro Manatí, Veracruz, en el corazón mismo de la zona olmeca, de 1500 a.C. Incluso en la actualidad las montañas y los manantiales son destino importante de peregrinaciones y rituales relacionados con las lluvias. Origen del dios de la lluvia Aunque J. Eric Thompson fue un arqueólogo especializado en la civilización maya del Clásico, sugirió que gran parte de los rituales y los simbolismos de la lluvia mesoamericanos comenzaron con los olmecas: “En mi opinión, el culto a la lluvia, con los colores del mundo, los rumbos característicos y las deidades cuatripartitas derivadas o fundidas con las serpientes, desarrolló su esencia durante el periodo Formativo, y probablemente fue creación olmeca” (Thompson, 1979). Sin embargo, el investigador que más vehementemente defendió el origen olmeca de los dioses de la lluvia mesoamericanos fue Miguel Covarrubias. En el famoso esquema que apareció por primera vez en 1946, Covarrubias atribuía el origen de los dioses de la lluvia –el Tláloc azteca, el Cocijo zapoteco y el Chaac maya– a un prototipo olmeca. Su esquema sigue siendo esencialmente válido, a la luz de interpretaciones y descubrimientos posteriores, excepto por sus ejemplos del Chaac del Clásico maya, que en realidad representa a una montaña zoomorfizada, witz; este ser, sin embargo, se conjunta temáticamente con el dios maya de la lluvia. Rasgos distintivos Uno de los rasgos distintivos de las deidades de la lluvia mesoamericanas es que suelen tener colmillos, rasgo que Covarrubias rastrea hasta el dios olmeca de la lluvia. Según Covarrubias, los colmillos y la boca que gruñe se relacionan con el jaguar, criatura que, por cierto, habita en montañas y cuevas, lugar de residencia legendaria de los dioses de la lluvia. Además de la boca dentada, la deidad de la lluvia olmeca muestra con frecuencia el ceño fruncido y ojos oblicuos que tienden a adelgazarse en los extremos tomando la forma de una L acostada. A veces, los párpados aparecen hinchados, como si el dios derramara lágrimas de lluvia. El Monumento 10 de San Lorenzo, Veracuz, de 1000 a.C. aproximadamente, es un imponente ejemplo del dios de la lluvia olmeca. Sostiene un par de manoplas, objetos que, al parecer, eran de concha cortada y se usaban en combates rituales. Aún hoy en día, en Zitlala y otras comunidades de la sierra de Guerrero, jóvenes ataviados de jaguar con cascos de cuero luchan a puñetazos sobre una montaña sagrada para propiciar la lluvia. Villela Flores, Karl, “El dios de la lluvia olmeca”, Arqueología Mexicana núm. 96, pp. 26-29. • Karl A. Taube. Doctor. Profesor de antropología en la Universidad de California, Riverside. Especialista en arqueología e iconografía de Mesoamérica.

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