viernes, 9 de diciembre de 2016

El Castillo en Chichén Itzá. Un monumento al tiempo

Ismael Arturo Montero García, Jesús Galindo Trejo, David Wood Cano El Castillo constituye un magnífico ejemplo del ingenio y habilidad de los sacerdotes-astrónomos mayas para conjuntar armónicamente sus conocimientos calendáricos y arquitectónicos con su propia cosmovisión. Se trata de un excepcional edificio que se manifiesta de una manera majestuosa como un monumento al tiempo, revelando un mensaje simbólico de la máxima sacralidad. Hacia fines del primer milenio después de Cristo, Chichén Itzá habría alcanzado su máximo esplendor. Para cuando su principal templo, el Castillo, se erigió, la ciudad mostraba claramente la influencia arquitectónica del Centro de México. La gran pirámide del Castillo es la estructura de mayor volumen del sitio, de planta básicamente cuadrangular, de casi 55.5 m de lado, y una altura de 30 m. Su templo superior posee vanos hacia los cuatro puntos cardinales; la entrada principal debió haber sido la norte, donde aún es posible reconocer dos columnas en forma de serpientes emplumadas. En el interior del Castillo hay una subestructura de una sola escalinata orientada hacia el norte, donde se localizaron ricas ofrendas, entre las cuales sobresalen un altar en forma de jaguar de color rojo y varios discos con mosaicos de turquesa. Un aspecto llamativo respecto a la posición del Castillo es que se construyó en la intersección de las líneas que unen a cuatro cenotes. Una práctica mesoamericana ampliamente difundida era elegir los números calendáricos y direccionales para establecer el número de objetos en ciertas ofrendas, el número de escalones de edificios, el número de cuerpos en las pirámides, además de otros elementos arquitectónicos como paneles, almenas, etc. De igual manera, se utilizaron múltiplos de dichos números calendáricos y direccionales para señalar el ritmo de lectura en códices. Por ejemplo, en el Códice Borgia la lectura del tonalpohualli ahí contenido se hace a ritmo de 7 veces 7, indicado por el dibujo de una huella humana cada 7 días, y se alterna con 9 veces 9, con una huella cada 9 días. Obviamente, el número total de cuentas de días se arma como 49, 81, 49, 81, es decir, en total 260 días. Recordemos que 9 son los estratos del inframundo y 7 la suma de las cuatro direcciones cardinales, el centro, el cielo y el inframundo. Por otra parte, la hierofanía solar, que se observa en la alfarda poniente de la escalinata norte durante el ocaso en los días en torno al equinoccio, consiste en una sucesión de 7 triángulos de luz que configuran el cuerpo de una serpiente luminosa, cuya cabeza pétrea se encuentra en el arranque de la alfarda. Aquí también los 7 triángulos sugieren el número de direcciones reconocidas en la cosmovisión mesoamericana: las cuatro cardinales, el centro, el cielo y el inframundo. Cabe notar que este juego de luz y sombra también se da en la alfarda oriente de la escalinata sur de la pirámide, durante la mañana en los mismos días referidos, aunque hoy no se encuentra ahí ninguna cabeza de serpiente. Recuérdese que la serpiente emplumada, Kukulcán, o Quetzalcóatl de acuerdo con la mitología del Centro de México, habría sido el dios civilizador que obsequió el calendario al hombre. Apostados en diferentes ángulos del Castillo, los observadores de aquel entonces realizaban la lectura del movimiento aparente del Sol desplegando una astronomía posicional que se completaba con ingeniosos juegos de luz y sombra. Desde la pirámide como observatorio, se marcaba el “eterno retorno” del Sol que remitía a la sociedad a instancias temporales que iban más allá de la existencia humana en la construcción de un tiempo de extensa duración. El “eterno retorno” tenía como punto prominente la posición del Sol sobre el horizonte para el día de su paso cenital; a este suceso se sumaban los solsticios y los equinoccios, además de otras fechas señaladas por el calendario ritual. Este conocimiento era indispensable para sincronizar los ciclos agrícolas con las temporadas de lluvia y sequía. Así que estos marcadores de horizonte funcionaban como instrumentos para la sincronización del tiempo, y aunque no proporcionaron un registro histórico, si lograban con certeza registrar fechas específicas. Ismael Arturo Montero García. Arqueólogo, maestro en historia de México, doctor en antropología por la enah y posdoctorado en antropología ecológica en la Universidad Iberoamericana. Director del Centro de Estudios de Posgrado de la Universidad del Tepeyac. Jesús Galindo Trejo. Licenciado en física y matemáticas por el ipn. Doctor en astrofísica por la Universidad del Ruhr Bochum, Alemania. Labora en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la unam. Su investigación se centra en la arqueoastronomía del México prehispánico. Es miembro del sni. David Wood Cano. Licenciatura en la uam del área de ciencias sociales y humanidades. Integrante del Seminario de Arqueoastronomía enah-unam. Ha realizado investigaciones calendáricas y sobre arqueoastronomía. Montero García, Ismael Arturo, Jesús Galindo Trejo, y David Wood Cano, “El Castillo en Chichén Itzá. Un monumento al tiempo”, Arqueología Mexicana núm. 127, pp. 80-85.

No hay comentarios:

Publicar un comentario