viernes, 9 de diciembre de 2016

El Proyecto Templo Mayor. A más de 30 años

Eduardo Matos Moctezuma En la excavación del Templo Mayor se reunió a arqueólogos, antropólogos físicos, restauradores, químicos, biólogos, geólogos, etc., pues la arqueología moderna no se concibe sin la participación de diferentes especialidades. Los trabajos en el Templo Mayor trajeron como consecuencia un amplio plan de difusión que incluía, entre otras cosas, organizar conferencias, exposiciones y catálogos tanto para México como para diferentes países. Después de poco más de cinco siglos de haber sido depositada en el lugar donde se encontró, la escultura de Coyolxauhqui fue vista por primera vez el 21 de febrero de 1978 por un grupo de trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, quienes dieron aviso del hallazgo al INAH. El Departamento de Salvamento Arqueológico envió a los pasantes de arqueología Raúl Arana y Rafael Domínguez para que inspeccionaran el lugar, con lo cual comenzaron los trabajos de rescate tanto de la pieza como de las primeras cinco ofrendas colocadas en sus inmediaciones. Una visita del presidente de la República guiada, entre otros, por el profesor José Luis Lorenzo –quien por entonces presidía el Consejo de Arqueología– dio luz verde para que se continuara con los trabajos en el lugar. El 20 de marzo dieron comienzo las excavaciones del Proyecto Templo Mayor a mi cargo. Desde su inicio, se plantearon diversos postulados tanto en su desarrollo como en su aspecto metodológico. Se propusieron tres fases en el proceso de investigación. La primera, reunir toda la información que había acerca del edificio, procedente de dos ramas del conocimiento: la arqueología y las fuentes históricas. La segunda fue la excavación del sitio, para lo cual se reunió a un grupo de especialistas (arqueólogos, antropólogos físicos, restauradores, químicos, biólogos, geólogos, etc.) que se ocuparían de los materiales que se encontraran en el lugar pues, como sabemos, la arqueología moderna no se concibe sin la participación de diferentes especialidades. La tercera fase fue la interpretación, es decir, realizar los estudios que permitieran confrontar las fuentes escritas con los conocimientos que aportara la arqueología. Para interpretar todo este conglomerado de datos se plantearon dos categorías fundamentales: fenómeno y esencia. La primera entendida como lo que se ve a primera vista (arquitectura, particularidades del edificio, en fin, todo lo aparente) y la segunda consistía en penetrar en los contenidos y símbolos del templo mismo. De esta manera se iría avanzando en desentrañar los arcanos del principal edificio mexica. Es importante hacer referencia al contexto en el que se encontraba el Templo Mayor, pues aún a principios del siglo XX había dudas sobre el lugar que había ocupado el edificio. Quizá fue don Alfredo Chavero quien por primera vez insinuó el sitio donde se encontraba, en el tomo I de México a través de los siglos, al decir que el inmueble debería ubicarse en el cruce de lo que era la prolongación de las calzadas de Tlalpan y Tacuba… ¡y tenía razón!, ya que en 1913 don Manuel Gamio encontró la esquina suroeste del templo y una pequeña parte de la fachada principal. Con nuestros trabajos se pudo ratificar lo dicho por don Manuel, al hallar la doble escalinata que conducía a los santuarios de Tláloc y Huitzilopochtli. Matos Moctezuma, Eduardo, “El Proyecto Templo Mayor. A más de 30 años”, Arqueología Mexicana núm. 102, pp. 32-37. • Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.

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