viernes, 28 de octubre de 2016

MITOS DE LA HISTORIA DE MÉXICO: de Hidalgo a Zedillo de Alejandro Rosas

En el libro Mitos de la historia de México: de Hidalgo a Zedillo de Alejandro Rosas, el autor invita a los lectores a descubrir parte de nuestro pasado. En la obra deja a un lado las verdades a medias de los héroes nacionales: personajes señalados como perfectos que combatían por causas justas. Las fuentes de este artículo aparte del libro mencionado son: La Revista Proceso, Revista Imágenes de la UNAM, Investigaciones Jurídicas de la UNAM y el libro 100 mitos de la historia de México de Francisco Martín Moreno.

Que Miguel Hidalgo es el Padre de la Patria y gracias a Hidalgo somos Independientes

El cura que dio el grito de Dolores, tiene un pasado no tan fidedigno en los libros de texto de la SEP. En realidad, el sacerdote tenía amantes, por lo menos cinco hijos y, según la CNN, cometió crímenes atroces. Disfrutaba matar a sus enemigos. En realidad, nunca quiso la Independencia y dejaba que los insurgentes mataran y saquearan los poblados. Era un hombre al que le encantaban las fiestas. Tenía grandes riquezas de las que poco a poco lo despojaba la corona española. La verdadera frase que pronunció el cura Hidalgo al inicio; del movimiento de Independencia fue: "¡VIVA LA RELIGIÓN, VIVA NUESTRA MADRE SANTÍSIMA DE GUADALUPE, VIVA FERNÁNDO VII, VIVA LA AMÉRICA Y MUERA EL MAL GOBIERNO!" Ni una palabra más, ni una palabra menos. Según el escritor Eugenio Aguirre, el título de Padre de la patria le corresponde a José María Morelos, a quien le debemos la mayoría de las victorias, otro sacerdote y aprendiz de Hidalgo que en el ámbito militar terminó superando al maestro.

El pípila el heroe al que se le debe la toma de la Alhóndiga de Granaditas

Un minero llamado Juan Martínez participó en la toma de la Alhóndiga de Granaditas y con una enorme piedra en la espalda para cubrirse de las balas llegó a la puerta, y le predió fuego. Sin embargo, nunca se ha comprobado su existencia, no existen fuentes fidedignas que hablen que en realidad existió el pípila. Es un mito fundacional que revela mucho del imaginario colectivo del mexicano. El investigador Carlos García asegura que es un mito completamente infundado pero que produce un sentimiento de identidad nacional del nuevo país, que simboliza a la valentía y el arrojo.

Antonio López de Santa Anna el traidor que "vendió" más de la mitad del territorio a Estados Unidos

Santa Anna no vendió la mitad del país, durante sus gobiernos perdió territorios en diferentes momentos y por diversas razones: 1. Texas: Se independizó de México en 1836 y luego se unió a Estados Unidos. Cantidad de dinero recibido: 0.00 (sí, cero). 2. California, Nevada, Utah, Nuevo México y partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma: Se perdió en el Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1847, firmado por Manuel de la Peña y Peña. Cantidad de dinero recibido: 15 millones de dólares (como indemnización por la guerra). 3. La Mesilla: Este territorio sí lo vendió Santa Anna, pero porque no le quedó de otra: Estados Unidos negoció como Vito Corleone (con una oferta que no podía rechazar): “o vendes o te invado”. Cantidad de dinero prometido: 10 millones pesos. Cantidad de dinero recibido: 6 millones pesos. Le decían el “quince uñas” por su desmedido gusto por el dinero. Fue ejemplo del chaquetero político: de monárquico a republicano, federalista, centralista, dictador y lo mismo pero de regreso. Ganó y perdió importantes batallas; malvendió territorio mexicano... Pero tenía un gran carisma y el ejército lo respetaba. Las veces que ocupó la presidencia fueron con el consentimiento de sus compatriotas que lo mismo lo adoraban que lo crucificaban.

Los niños héroes nos defendieron en la invasión de los Estados Unidos dando su vida por esta nación.

Sobre los niños héroes existen una serie de leyendas y mitos que los etiquetan como aquellos que defendieron la patria y el territorio a toda costa. Sin embargo, existen elementos para creer que existieron los niños cadetes militares, pero que estos niños HEROES nunca existieron, que en realidad para apaciguar los ánimos y resaltar los valores de México, el gobierno decidió crearlos. El tema está así: en 1947 viene a México Harry Truman, presidente de Estados Unidos, deja una corona de flores en el Obelisco de los niños héroes y dice que olvidemos el pasado y seamos amigos, cosa que a muchos mexicanos les ardió bastante. Bueno, pues resulta que dos semanas después, justo en ese momento en que hacía falta reafirmar la identidad nacional, aparecieron, como por arte de magia, seis restos óseos enterrados en el Bosque de Chapultepec. De buenas a primeras, el presidente Miguel Alemán Valdés decretó que eran los restos de los niños héroes. Ningún investigador tuvo chance de revisar los huesos. Y si bien seis de ellos murieron el 13 de septiembre de 1847 y se llevan todos los honores como los "Niños Héroes", en realidad más de 50 cadetes también participaron en la defensa contra el ejército norteamericano.

Juan Escutia el "Niño Héroe" aventado que se lanzó envuelto con la bandera desde los más alto del Castillo de Chapultepec

El mito de que Juan Escutia se lanzó con la bandera entre sus brazos es completamente infundado: ni le dieron un balazo ni cayó con la bandera. No hay ningún registro de que algún joven cayera con el lábaro patrio. A Juan Escutia no le dieron un balazo, ni tomó la bandera para evitar caer, ni se tropezó con ella, ni lo empujaron, etc. No hay ningún registro que alguno de los jóvenes cadetes cayera del castillo, al menos no con una bandera. Nadie sabe cómo surgió el mito de Juan Escutia, sólo Manuel Raz Guzmán narró en forma poética cómo, supuestamente, murió Agustín Melgar (no Juan Escutia): “pero tú, Melgar … rodeado de enemigos les disparas tu arma, y no teniendo esperanza, antes que rendirte te envuelves en el pabellón nacional y presentas tu pecho juvenil a las balas del invasor”. Sin embargo, sí hubo un mexicano que se envolvió con la bandera: Margarito Zuazo, pero no se suicidó, sino que herido, regresó a su casa y entregó la bandera rescatada, muriendo unos días después por sus heridas. Incluso hay otras versiones donde en realidad nadie se lanzó envuelto con la bandera, que los Estadounidenses al ganar la batalla tomaron la bandera y la devolvieron con la firma de los acuerdos de Paz a México.

Maximiliano de Hasburgo el Emperador extranjero que impusieron unos cuantos y vino a reprimirnos con ideales ortodoxos

Promovió la tolerancia de los cultos, la nacionalización de los bienes del clero y uno de sus proyectos más grandes: la publicación de leyes en náhuatl y devolverle sus tierras a los indígenas. Según el historiador Juménez Codinach, antes de llegar a México, Maximiliano aseguró: “Sólo conservaré [el poder] el tiempo preciso para crear en México un orden regular y para establecer instituciones sabiamente liberales”. El problema que tuvo Maximiliano al llegar a México se debió al poco conocimiento que tenía del idioma español y el poco conocimiento que los indígenas y campesinos tenían sobre las letras, por lo que su comunicación se hizo muy complicada. Para facilitarla, se nombró a Faustino Galicia Chimalpopoca su interlocutor con las naciones indígenas. Según Francisco Bulnes, en realidad, el imperio “fue la verdadera gloria, la verdadera patria, la verdadera doctrina política”. Maximiliano no resultó el gobernante esperado porque tuvo que gobernar por las leyes liberales de Juárez.

Benito Juárez el indígena orgulloso de sus raíces que llegó a ser Presidente, el Benemérito de las Américas. El mejor Presidente de la Historia según la SEP.

Bajo la idea de un indígena que vivía en la sierra y caminaba kilómetros para llegar a la primaria, Juárez se ha coronado como uno de los más grandes ejemplos a seguir; sin embargo, la historia real es otra. De origen humilde, la Iglesia le dio educación y le ayudó a convertirse en uno de los abogados más prominentes de Oaxaca. Sin embargo, debido a la influencia de los maestros masones del Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, poco después adoptó una postura totalmente cruel hacia ella. Jamás estuvo orgulloso de su origen indígena. Sus propuestas de igualdad para los mexicanos no incluían a los indígenas porque ellos no eran mexicanos según el gobierno. Su presidencia se dio gracias a fraudes electorales, nunca fue elegido por el pueblo y asesinó a sus enemigos impunemente. Autorizó una serie de tratados que eliminaban la soberanía del país en beneficio de Estados Unidos; Justo Sierra los declaró un “crimen político”: los militares estadounidenses podían acceder al país y matar, arrestar o poseer tierras sin ningún castigo, según el tratado de McLane Ocampo. Además, Juárez mandó a Lerdo de Tejada para que los estadounidenses invadieran México, impusieran su idioma y se prohibiera el catolicismo, hubiera una inmigración masiva y los militares enseñaran al ejército mexicano bajo el protectorado de los estadounidenses, sin embargo, el proceso se pospuso porque James Buchanan quería ser el dueño del territorio; no tener a México. Las leyes de Reforma, en realidad, fueron dadas por Valentín Gómez Farías en septiembre de 1835, en las que se subordinó completamente al poder eclesiástico, lo despojó de sus bienes y libertades. La separación de la Iglesia y del Estado fue hecha por Ignacio Comonfort y Lerdo de Tejada.

Porfirio Díaz el Dictador Mexicano que duró más de 30 años en el poder y que necesitó una Revolución para sacarlo del país

Porfirio Díaz impulsó el progreso material, el orden social y la estabilidad política con la creación de avances en la construcción del Estado y la nación. Fue sólo a partir de 1907 cuando Díaz, ya viejo, comenzó a tomar decisiones equivocadas. Sin embargo, durante 30 años llegó durante su mandato la paz al país, concilió a los partidos y su relación con la Iglesia fue sólida. México hizo adelantos en economía, hubo inversión extranjera en la minería y la industria. Los bancos y las compañías de seguros abrieron, y, a través del ferrocarril, las regiones aisladas del país se comunicaron. Díaz declaró: “México pasó de la anarquía a la paz, de la miseria a la riqueza, del desprestigio al crédito y del aislamiento internacional al reconocimiento universal”.

La Revolución Mexicana como el movimiento donde el pueblo mexicano unido se levantó en armas contra Porfirio Díaz y contra Victoriano Huerta.


Siempre se dijo que el pueblo mexicano “como un solo hombre” se levantó en armas contra Porfirio Díaz y contra Victoriano Huerta; Esta afirmación es falsa. La Revolución mexicana fue la suma de distintas rebeliones. Y el periodo más violento fue cuando los revolucionarios se enfrentaron entre sí. Los supuestos héroes que se decía lucharon juntos y unidos, terminaron asesinándose unos a otros. Durante la Revolución Mexicana hubo más traiciones que en Game of Thrones. Huerta le dio muerte a Madero, Venustiano Carranza se la dio a Emiliano Zapata y Felipe Ángeles. Carranza y Francisco Villa murieron por órdenes de Álvaro Obregón. Obregón murió asesinado después de ser reelegido como presidente, por órdenes de Plutarco Elías Calles, quien también provocó el exilio de José Vasconcelos. Finalmente, Lázaro Cárdenas exilió a Calles en 1936, aunque cinco años después regresaría al país por invitación del presidente Manuel Ávila Camacho. Lo gracioso es que ¡comparten la tumba con alguno de sus grandes enemigos! En el Monumento a la Revolución de la ciudad de México están los restos de Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Francisco Villa, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas. Aunque la historia oficial ha presentado a Emiliano Zapata como un indio pobre que se levantó en armas, lo cierto es que era un pequeño propietario, dueño de un pedazo de tierra para cultivar. Tenía sus buenos caballos e incluso, en una ocasión, los ingresos que ganó por una buena cosecha de sandías los empleó para comprarse una botonadura de plata para su traje de charro. Le gustaba la comida francesa y el buen coñac.

EL LARGO CAMINO DE LOS MEXICAS DESDE EL MÍTICO AZTLÁN A TENOCHTITLÁN


Antes de que los mexicas se convirtieran en la gran Nación por la que el mundo entero los conoce, fueron un pueblo nómada que atravesó obstáculos nada fáciles de sortear. Dice la leyenda que provenían de Aztlán, “el lugar de garzas”, un sitio al norte del actual México, del cual aún se desconoce su ubicación o si realmente existió. Pero lo cierto es que aquel mítico lugar fue el primer testigo del sueño de gloria mexica, el origen y raíz de los primeros aztecas que recorrieron por más de dos siglos gran parte del actual territorio mexicano, antes de fundar la ciudad más grande y próspera del mundo en ese momento.
El tiempo que transcurrió desde la salida de Aztlán (1115) hasta la ceremonia de fundación de México-Tenochtitlan (1325) comprende 210 años, lo que significa que se cumplieron cuatro periodos de 52 años, su ciclo calendárico fundamental. Sin embargo, cuenta también la leyenda que, una vez habiendo forjado su poderío y orgullosos de la gran civilización que habían logrado, los mexicas se dedicaron a buscar la ruta para regresar a Aztlán. Para esto, se valieron de la tira de la peregrinación, que es el Códice que relata la travesía azteca, y de la tradición oral.
Tira de la peregrinación, Museo de Antropología.
Así les fue posible reconstruir el camino que habían seguido sus ancestros desde Aztlán, el que paso a describirles a continuación:
Se dice que, ni bien salieron de Aztlán, los aztecas encontraron la imagen de Huitzilopochtli en una cueva del cerro de Culhuacán, y fue ahí cuando esta deidad les señaló que debían seguir solos hasta el final. Y así lo hicieron, cargando la imagen del colibrí zurdo y sus objetos sagrados. De esta manera, no aceptaron que otros pueblos se les unieran en su andar.
Huitzilopochtli, por Darij & Ana.
Primero habrían llegado a Tula, la ciudad fundada por Quetzalcóatl. De Tula siguieron a Atlitlalaquian, el lugar “donde el agua se resumía en la tierra”. Luego pasaron a Tlemaco, que se identificaba con un sahumador y, a continuación, llegaron a Atotonilco, cuyo nombre deriva del agua hirviente de sus manantiales, y a Apaxco, cuyo cono volcánico lleno de agua les recordaba una vasija.
Tula, por maquina de sorvete.
En Zumpango levantaron un muro de cráneos, junto a Huixtepec, “el cerro de los huizaches” y de ahí pasaron a Xaltocan y cruzaron en canoas los lagos norteños de Acalhuacan. Ya en la vertiente occidental de la cuenca lacustre, se establecieron en Ehecatepetl, “el cerro del viento”, y después llegaron a Tulpetlac, “donde se tejen las esteras de tule”.
De ahí se dirigieron a Cuautitlán, abundante en serpientes, y luego a Huixachtitlan, donde aprendieron de los chalcas el aprovechamiento del cultivo de los magueyes para la obtención del pulque. Tecpayocan fue el siguiente punto del recorrido, el cual se reconoce por los cuchillos de  pedernal.
Más tarde arribaron a Pantitlán, un resumidero en el lago que se identificaba por sus banderas. De ahí continuaron hasta Amalinalpan, “agua de malinalli”, territorio ya del Señor de Azcapotzalco, donde se les impidió seguir, por lo que regresaron a Pantitlán.
Siguieron por Acolnáhuac, “donde hace recodo el agua”, y cruzaron por Popotla, Techcaltitlán y Atlacuihuayan, antes de llegar a Chapultepec, un cerro en medio de un hermoso bosque, donde fueron derrotados por un conjunto de pueblos enemigos que apresaron a sus jefes guías y los condujeron prisioneros a Colhuacan, donde los victimizaron.
Fue allí donde los mexicas aprendieron las costumbres de la gente del lago y, después de una guerra contra Xochimilco, de la que salieron triunfantes, partieron en busca del sitio prometido para fundar en medio de unos islotes al occidente del lago de Texcoco, la ciudad de Huitzilopochtli.
En todas estas localidades vivieron por un tiempo, en tanto descansaban para renovar fuerzas y aprovisionarse de alimentos para continuar su viaje. Allí enterraron a sus muertos y fueron dejando a los enfermos y a los ancianos que no podían acompañarlos.
La ceremonia del encendido del fuego nuevo, que conmemoraba la culminación de un ciclo solar de 52 años, fue realizada en cuatro ocasiones durante la peregrinación: en Tula, en Huixtepec, en Tecpayocan y en Chapultepec.

Hoy en día muchos de los pueblos antes mencionados siguen conservando su nombre original y otros más tienen un nombre colonial impuesto por los españoles a su llegada. Tal vez tú conoces alguno de ellos o habites en uno de esos míticos lugares, de ser así, siente orgullo por saber que has pisado un suelo legendario, testigo del origen de la grandeza de uno de los pueblos más avanzados de la humanidad.

Simbolismo de los volcanes. Los volcanes en la cosmovisión mesoamericana.

(Johnna Broda)


En México, tierra de volcanes, las altas cumbres nevadas eran concebidas por los pueblos prehispánicos como seres vivos. Como parte de un universo dinámico, los volcanes eran deidades controladoras de los fenómenos meteorológicos imprescindibles para la producción agrícola, que era a su vez la base del sustento de las antiguas sociedades mesoamericanas. Algunas creencias y prácticas del milenario culto a los volcanes siguen vigentes en la actualidad.
Los volcanes, las altas cumbres nevadas y el fuego que contienen en su interior, han desempeñado un papel importante en la cosmovisión de los pueblos indígenas que han habitado en el Altiplano Central de México desde tiempos inmemoriales. Así, se ha sugerido que la primera deidad importante que los pueblos de la Cuenca de México representaron en esculturas e incensarios fue Xiuhtecuhtli-Huehuetéotl, el anciano dios del fuego, en clara referencia al vulcanismo como fuerza amenazante de la naturaleza.
Al estudiar la cosmovisión como visión estructurada en la cual los antiguos mesoamericanos combinaban de manera coherente sus nociones sobre el medio ambiente en que vivían, y sobre el cosmos en que situaban la vida del hombre, partimos de la ubicación de estas creencias en el mundo real. Aquí se propone estudiar la cosmovisión a partir del entorno geográfico y aplicar un enfoque histórico que reivindica los numerosos y sofisticados conocimientos y observaciones acerca de la naturaleza que desarrollaron los pueblos mesoamericanos. Simultáneamente, en la construcción de su cosmovisión, estos pueblos mezclaron conocimientos exactos con creencias mágicas acerca de la existencia y la actuación de los cerros que eran concebidos como seres vivos. Los más poderosos entre ellos eran los grandes volcanes que dominan el paisaje del Altiplano Central.
Los volcanes eran concebidos como personas claramente diferenciadas en cuanto a su sexo, eran hombres o mujeres. A los conos volcánicos se les atribuía el género masculino: Popocatépetl, “el cerro que humea” (5 465 msnm); Pico de Orizaba, Poyauhtécatl, “el [habitante] de la neblina de humo”, o Citlaltépetl, “Cerro de la Estrella” (5 610 msnm); Cofre de Perote, Nappatecuhtli, “el cuatro veces señor” (4 220 msnm). De este último señala Torquemada que tenía “la virtud y poderío de cuatro dioses”. Por otra parte, la Íztac Cíhuatl (Iztaccíhuatl), “la mujer blanca” (5 230 msnm), y la Malinche o Matlalcueye, “la de la falda azul-verde” (4 430 msnm), ambas con su ancho perfil, tenían un carácter femenino, de mujeres seductoras que sucumben ante el poder del Popocatépetl. No faltan los amoríos entre ellas y otros cerros menores que tratan de quitarle la pareja al Popocatépetl. Sin embargo, este último siempre resulta vencedor en esas contiendas.
En esta reinterpretación simbólica del papel de los volcanes personificados se reflejan también las relaciones de poder que existían entre los diferentes grupos étnicos que habitaron el Altiplano Central en el Posclásico, de modo que el papel ideológico de la religión prehispánica se manifestó igualmente en las conquistas del Estado mexica. Los mexicas se apropiaron simbólicamente en los siglos XV y XVI del culto local a los volcanes y, al conquistar nuevos territorios, imprimieron su presencia en esos lugares de culto como manifestación de su dominio político. Una situación de este tipo, aunque no desde la perspectiva mexica, se ve reflejada en la cartografía indígena del Mapa de Cuauhtinchan 2 que comentaremos más adelante.
Por las condiciones geológicas del territorio de la República Mexicana, es decir, a causa del vulcanismo, resulta que el Eje Volcánico Transversal Mexicano (evtm) se encuentra en una franja del territorio cercana al paralelo de los 19 grados de latitud norte. La ubicación de algunos de los principales volcanes llama la atención en este sentido, dado que en el Altiplano Central, el Nevado de Toluca, el Popocatépetl y el Pico de Orizaba se encuentran casi exactamente alineados sobre el eje de la latitud geográfica de 19°N, circunstancia geológica que implica una serie de relaciones materiales que se establecen entre los volcanes y que no pasó inadvertida a los pobladores prehispánicos. Además, es de notar que en varios casos se localizan sobre una misma falla un volcán antiguo y otro posterior, formando sistemas binarios como ocurre en los casos del Nevado y el Volcán de Colima, la Iztaccíhuatl y el Popocatépetl, o la Montaña Negra y el Pico de Orizaba. En este sentido, se entiende que algunos de estos pares fueran interpretados por las culturas indígenas como parejas de montañas deificadas.
Broda, Johnna, “Simbolismo de los volcanes. Los volcanes en la cosmovisión mesoamericana”,Arqueología Mexicana núm. 95, pp. 40-47.
 Johanna Broda. Doctora en etnología. Investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y profesora de posgrado en la UNAM y la ENAH. Estudia temas de cosmovisión y ritualidad de los pueblos indígenas en la historia de México.

JOSÉ MARÍA MORELOS Y PAVÓN

JOSÉ MARÍA MORELOS Y PAVÓN, Y EL DECRETO CONSTITUCIONAL PARA LA LIBERTAD DE LA AMÉRICA MEXICANA O CONSTITUCIÓN DE APATZINGÁN DE 1814. A 202 AÑOS DE SU PROMULGACIÓN.
HENOC PEDRAZA ORTÍZ
Que todos seamos iguales pues del mismo origen procedemos; que no haya privilegios ni abolengo; que no es racional, ni humano, ni debido, que haya esclavos, pues el color de la cara no cambia el corazón ni el del pensamiento; que se eduque a los hijos del labrador y del barretero como a los del más rico hacendado; que todo el que se queje con justicia; tenga un tribunal que lo escude, que lo ampare y lo defienda contra el fuerte y el arbitrario.
José María Morelos y Pavón
"Mi verdadera gloria no está en haber ganado cuarenta batallas. Waterloo borrará el recuerdo de tantas victorias. Lo que nada borrará, lo que vivirá eternamente, es mi Código Civil". Esto lo decía Napoleón Bonaparte de su obra imperecedera, y parafraseando al gran Corso, Morelos bien pudo decir algo similar de sus brillantes y grandes triunfos bélicos en el Veladero, Tixtla, Huajuapan, Orizaba, Oaxaca y Acapulco. Con todas estas victorias militares, Morelos sembró el camino para construir la libertad política de la naciente Nación independiente; pero la dolorosa derrota en las batallas de Valladolid-Puruarán, anuló las ventajas tácticas de las anteriores victorias.
Sin embargo, lo que nada ni nadie podrá borrar, es el Congreso de Chilpancingo y sus resultados históricos; los veintitrés puntos dados por Morelos para la Constitución, esto es, los Sentimientos de la Nación, referencia obligada para los futuros planes constitucionales de la nación, siendo el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, sancionado en Apatzingán el 22 de octubre de 1814, el primero de ellos.
El 14 de junio de 1814, Morelos, el Supremo Congreso Mexicano y el Ejército Insurgente, se establecen en Uruapan, antes de partir a Apatzingán por tres meses y medio, para analizar y discutir el contenido de nuestra primera Carta Magna. Aquí tenemos que hacer notar, que los Insurgentes tenían planeado promulgar aquí en Uruapan nuestra Primera Constitución, pero determinaron retirarse a Apatzingán, para estar más seguros y protegidos de un ataque del Ejército Realista de Agustín de Iturbide y Ciriaco de Llano, que los espiaban para acabarlos.
Los trabajos legislativos de los diputados de 1814, que fueron intensos y acalora¬dos (ya venían de sesionar en Tiripetío y Santa Efigenia) se llevaron a cabo en la casa de don José María Izazaga, amigo de Morelos, que en la política y en la guerra se dis-tinguió por ser un gran insurgente. En estos meses Uruapan es el centro político y militar de la Insurgencia. Los principales autores de la Constitución, fueron los juristas Andrés Quintana Roo, José Sotelo Castañeda, Cornelio Ortíz de Zarate, Manuel de Alderete, José María Ponce de León y el clérigo José Manuel Herrera.
Los Sentimientos de la Nación de Morelos y los Elementos de Rayón, fueron importantes en los artículos referentes al Estado y las garantías individuales. De tal manera que, cuando Morelos contaba con cuarenta y nueve años de edad, encontrándose en la madurez de su genio político y militar, tuvo la gran satisfacción de aprobar junto con los otros diputados que componían el Supremo Congreso Mexicano, el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, en la ciudad de Apatzingán, el 22 de octubre de 1814. Ese día se celebró una misa de acción de gracias, hubo una comida y música. Morelos bailó y dijo que era el día más feliz de su vida. Y en este sentido, el historiador Insurgente Carlos María de Bustamante, en su libro Cuadro Histórico de la Revolución de la América Mexicana, escribe al respecto: “Morelos depuso su mesura y, vestido de uniforme de gala, danzó en el convite, se humana con todos, los abraza, se regocija con ellos y confiesa que aquél es el día más fausto de su vida”.
De tal manera, que Morelos realiza una Revolución Jurídica y Social dentro de la Revolución de Independencia, y por tanto, funda los principios Republicanos de la naciente Nación Independiente, que van a retomar las subsiguientes Constituciones del país, como lo fueron las de 1824, 1857 y 1917 que hoy nos rige.
Por supuesto que Morelos hubiese querido ver en Apatzingán a sus principa¬les lugartenientes (Mariano Matamoros, Hermenegildo Galeana, Don Leonardo Bravo y Valerio Trujano), por la cual ellos también lucharon, pero ya habían muerto en la guerra. 
La Promulgación de la Constitución de Apatzingán fue un gran acontecimiento his-tórico, jurídico y social de extraordinaria importancia para la Nación, que no sólo dio configuración Po¬lítica a nuestro país; sino que expresó también, las necesidades nacionales y los intereses del pueblo, con gran visión y profundi¬dad, al grado que la mayoría de los principios sancionados desde entonces, si¬guen sostenidos con firmeza en las sub¬secuentes Constituciones Republicanas.
La Constitución de Apatzingán proclama la Independencia de México. Rechaza la Monarquía y establece la Republica. Constituye el principio de la Soberanía Popular. Organiza un Gobierno Republicano en tres poderes, esto es, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, que sustituye a la Junta de Zitácuaro; se nombra a tres personas encargados del poder Ejecutivo, siendo Morelos uno de ellos; se abroga el impuesto per cápita a los indígenas.
Proclama los derechos fundamentales del hombre y del ciudadano ante la ley.
El Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana o Constitución de Apatzingan, consta de 242 artículos; 41 en la parte de principios; 196 en la forma de gobierno; los restantes en la final transitoria.
Y los principios fundamentales, en el texto original son los siguientes: 
“La soberanía reside originalmente en el pueblo, tres son las atribuciones de la soberanía: 
• La facultad de dictar leyes, 
• La facultad de hacerlas ejecutar y
• La facultad de aplicarlas a los casos particulares.... 
La soberanía.... Es por naturaleza imprescriptible, inajenable e indivisible.... La felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, seguridad y libertad.
La íntegra conservación de estos derechos es el objeto de la institución de los gobiernos, y el único fin de las asociaciones políticas... Todos los ciudadanos, unidos voluntariamente en sociedad, tienen derecho incontestable a establecer el gobierno que más les convenga, alterarlo, modificarlo y abolirlo totalmente cuando su felicidad lo requiera… La Ley es la expresión de la voluntad general en orden a la felicidad común: esta expresión se enuncia por los actos emanará todos, pues su objeto no es otro que arreglar el modo con que los ciudadanos deben conducirse en las ocasiones en que la razón exija que se guíen por esta regla común... Son tiránicos y arbitrarios los actos ejercidos contra un ciudadano sin las formalidades de la ley...
La sumisión de un ciudadano a una ley que no aprueba, no es un comprometimiento de su razón, ni de su libertad; es un sacrificio de la inteligencia particular a la voluntad genera... La seguridad de los ciudadanos consiste en la garantía social. Ningún ciudadano podrá obtener más ventajas que las que haya merecido por sus servicios hechos al estado...
Es indispensable, favorecer todos los ramos de la industria, facilitando los medios de adelantarla, y cuidar con singular esmero de la libertad de hablar, de discutir y de manifestar sus opiniones de la imprenta.”

La Casa del señor Francisco Basurto fue prestada para que el Congreso de Anáhuac firmara la Constitución de Apatzingán, EN 1814.

jueves, 27 de octubre de 2016

CRÍMENES DE VILLA, ENTRE OTROS.
A Villa se le conocen 36 esposas, algunas de ellas: Manuela Casas a los 14 años fue a estudiar a la escuela de la hacienda de Canutillo, quedando viuda siendo madre de un niño cuando tenía 15 años; Juana Torres, a quien violo, posteriormente la mujer se resignó y se casó con él; el secuestro y violación de Austreberta Rentería, narrada por ella misma.
En Jiménez, Chihuahua, el 22 de septiembre de 1918, asesina personalmente a cinco mujeres de la familia González Reyes, a la madre Evarista Reyes, a su cuñada Coleta Reyes, a dos de sus hijas, Sara y Antonia González, y a su nieta Eva Isaura Bazán González, de sólo siete meses, además de dos hombres que se encontraban en la casa. La muerte por incineración de Lugarda Barrio Gil y Pando viuda de Núñez, 83 años de edad, y una soldadera, quemadas vivas, Satevó, 24 de agosto de 1916. Celsa Caballero viuda de Chávez, 71 años de edad, muerta por incineración, Jiménez, 18 de diciembre de 1916. María de la Luz Portillo Moreno, 82 años de edad, y su nieta María de la Luz García, 34 años de edad, quemadas vivas, Valle de los Olivos, 1918. Francisca González de Rodríguez, quemada viva, Santa Eulalia, 4 de enero de 1917. La profesora parralense Margarita Guerra. 90 soldaderas fusiladas en Camargo el 12 de diciembre de 1916. La violación de mujeres en Namiquipa, Agostadero, Palo Quemado, La Bellota, Santa Cruz, en febrero de 1917. Tortura de la Sra. María de la Luz Gómez, quien tuvo que pagar 30,000.00, posteriormente murió como consecuencia de la tortura. La violación de un grupo de señoritas en Casas Grandes en julio de 1913.
Santos Merino, 72 años de edad, quemado vivo, Bachíniva, octubre de 1916. Jesús Bazán Guerrero, 25 años, hemorragia interna por herida con arma blanca, Jiménez, 16 de junio de 1918. Agustín Ruiz Núñez, 33 años de edad, ejecutado por disparo en la cabeza, Satevó, 24 de agosto de 1916. Pablo Mendoza Chavira, 60 años de edad, Ignacio Mendoza Portillo, 23 años de edad, Julián Chaparro Molina, 44 años de edad, Jerónimo Portillo Espinoza, 40 años de edad, Rayo Molina García, 58 años de edad, Abel M Sotelo Molina, 28 años de edad, ahorcados en La Cueva, 19 de enero de 1918. Gregorio Polanco y sus dos hijos, Mucio Polanco y su único hijo ahorcados en marzo de 1916 en la Hacienda Corralitos, todos ellos trabajadores de la hacienda. 70 civiles fusilados de San Pedro de la Cueva, Sonora, el 2 diciembre de 1915. 27 civiles, ahorcados por Villa en San José del Sitio, el 16 de enero de 1918. 4 civiles asesinados en La Cruz de Velduque a 18 km de Valle de Zaragoza, Chihuahua, enero de 1917. Asesinato de Carlos Alatorre y Luis Ortiz por negarse a pagar el secuestro en enero de 1911. José de la Luz Herrera y sus hijos Melchor y Zeferino Herrera Cano, en Parral Chihuahua, el 21 de abril de 1919. Ciento cincuenta y ocho casos más de civiles y militares desarmados y ejecutados por ahorcamiento, fusilados, ejecutados a quemarropa, torturados y tirados en las inmediaciones del Cerro Santa Rosa en la Ciudad de Chihuahua cuando los villistas ocuparon la Ciudad. Un número indeterminado de asesinatos en Canutillo entre 1921 y 1923.
El secuestro de los dos niños de José María Sánchez, el secuestro de los niños Lorenzo Arellano y Alfonso Molinar, además de los secuestros de los señores José A Yáñez e Ignacio Irigoyen. Los secuestros de Fred G Hugo y R. B. Rawson. Por el primero pedía 10,000.00 equivalentes a 3.24 millones de pesos en diciembre 14 de 1919. El secuestro de Carl Kaegelin en julio 27 de 1920. El secuestro de Joseph E. Askew, 20,000 dólares, equivalente a 6.48 millones de pesos en la actualidad en febrero 21 de 1920. El secuestro de Joseph Williams, 2,000 dólares, equivalente a 648,000 pesos en la actualidad en marzo 10 de 1920. El secuestro de George Miller, 50,000 dólares, equivalente a 16.2 millones de pesos en la actualidad en mayo 22 de 1920. El secuestro de Edward Ledwige, 10,000 dólares, equivalente a 3.24 millones de pesos en la actualidad en septiembre 14 de 1915.

Innumerables saqueos, robos, extorsiones y despojos, lo mismo a ricos que a pobres.

Los asesinatos de los convencionistas de la Convención de Aguascalientes Paulino Martínez, David Berlanga y Guillermo García Aragón, este último copartícipe con Emiliano Zapata. Cada uno equiparable a Belisario Domínguez.

Villa sufría ataques de cólera que lo hacían intratable, te podía meter un tiro tan sólo por contradecirlo, como lo indica su secretario Enrique Pérez Rul.

Abusaba de los hombres a su antojo, muchas de las deserciones en 1915 se dieron por que se hacía insoportable la cercanía de Villa.

Fuente:
Reidezel Mendoza Soriano. Friedrich Katz, “Pancho Villa”. Celia Herrera, “Francisco Villa ante la Historia”
José María Jaurrieta, Guadalupe Villa, "Con Villa, 1916-1920: memorias de campaña”. Paco Ignacio Taibo II, “Pancho Villa: Una Biografía Narrativa”. Emilio Portes Gil, "Autobiografía de la Revolución Mexicana" Fuentes hemerográficas: El Paso Morning Times, El Paso Herald, Houston Post, Bisbee Daily, Meriden Mornig, El Heraldo de Chihuahua, etc.
La otra visión de Pancho Villa.
¡¡¡ Viva Villa !!!
1998 La vida y época de Francisco Villa
Friedrich Katz
(Fragmento)
Villa no fumaba, ni bebía, ni usaba drogas. Podía ser enormemente generoso y llorar en público cuando la emoción lo dominaba. Cuando la cólera se apoderaba de él, también era capaz de actos de gran crueldad. Era leal a los hombres que respetaba, pero si se sentía traicionado, se volvía implacable en su odio, que con frecuencia se extendía a la familia de sus víctimas. Era un amante apasionado, y tuvo hijos con muchas novias y esposas en todo Chihuahua. No sentía ninguna culpa por estar casado con varias mujeres al mismo tiempo, y algunos han especulado que tal vez influyeron en él los colonos mormones que se establecieron en Chihuahua para escapar a las leyes estadounidenses contra la poligamia. Incluso tras dejar a las mujeres con las que vivió, las mantenía y reconocía y se preocupaba por sus muchos hijos.
Tenía escasa educación, y aún es tema de polémica si sabía leer y escribir cuando estalló la revolución. Tal vez por esa razón sentía hondo respeto por la educación y, durante el breve tiempo en que ejerció el poder en Chihuahua, años después, se gastaron en escuelas cantidades de dinero sin precedentes.
Amigos y enemigos coinciden en que poseía una inteligencia aguda y penetrante, que sólo se oscurecía cuando se apoderaba de él uno de sus arrebatos de furia.
En opinión de González y los dirigentes del Partido Antirreeleccionista, Villa fue una adquisición valiosa como guerrillero, pero es improbable que creyeran que podía ser algo más que un líder subordinado en la revolución. Su falta de educación, su bajo origen social, su inexperiencia política y su reputación de bandido parecían obstáculos formidables para alcanzar un lugar de primera importancia en las filas del movimiento revolucionario. Sin embargo, pocos meses más tarde, surgiría como uno de los jefes militares más importantes de la revolución mexicana en cuanto a poder e influencia, sólo superado en Chihuahua por Pascual Orozco. Tenía cualidades que compensaban con creces sus debilidades: era un dinamo viviente, imbuido de inagotable energía. Constantemente intentaba acciones ofensivas, a menudo con éxito, y solía tomar la iniciativa en las operaciones militares.
Su prestigio entre los revolucionarios de Chihuahua creció enormemente tras el estallido de la revolución, ya que fue el primero de sus dirigentes que participó en un choque armado con las tropas del gobierno y el primero que les infligió una derrota. El 17 de noviembre, tres días antes de unirse al grupo de hombres armados que comandaba Cástulo Herrera, Villa y un grupo de 14 hombres que había reclutado, principalmente entre quienes habían sido sus socios cuando se dedicaba al abigeato, atacaron la hacienda de Chavarría para obtener dinero, caballos y víveres. Para entrar en la hacienda tuvieron que abrirse paso a balazos y matar a su administrador, Pedro Domínguez, que intentó presentar resistencia.
El 21 de noviembre, Herrera, Villa y sus hombres ocuparon la antigua colonia militar de San Andrés sin hallar oposición activa. Ese mismo día, a Villa le llegó la noticia de que un tren que transportaba tropas federales se dirigía al pueblo. Con un pequeño grupo de hombres, Villa se atrincheró en la estación y, cuando los soldados empezaban a descender del tren, los revolucionarios abrieron fuego. El capitán Yépez, que comandaba las tropas federales, cayó muerto, al igual que varios de sus hombres, y los supervivientes se retiraron.
En términos militares, fue un choque de menor importancia, pero su impacto psicológico fue enorme. Por primera vez los revolucionarios se habían enfrentado a los federales y los habían obligado a retirarse. Cientos de voluntarios, principalmente de San Andrés, pero también de los pueblos circundantes, se unieron al ejército revolucionario. El contingente de Herrera y Villa pronto llegó a los 325 hombres. En teoría, Herrera era su comandante. En la práctica, Villa asumía cada vez más funciones de jefe. Herrera había sido un buen político pero no era un jefe militar y se mostró incapaz de controlar a sus hombres. Cuando su contingente entró en San Andrés, los hombres empezaron a celebrar su victoria disparando las armas al aire. No sólo esa ruidosa balacera asustaba a la población civil, sino que era un desperdicio de municiones. Villa intentó persuadir a su jefe de que ordenara detenerla. Pero tal vez por inseguridad, Herrera rehusó. Y fue Villa quien tuvo que ordenar que cesaran los disparos y disciplinar a la tropa. Así empezó a trasladarse la autoridad de Herrera a él.
En los primeros días de cualquier revolución hay una oleada de incontrolable exuberancia, optimismo sin límites, la sensación de que, con un mínimo de sacrificio, todo es posible. Los revolucionarios de Chihuahua no fueron la excepción. Habían tomado sus primeros pueblos prácticamente sin lucha y habían rechazado el primer ataque de las tropas federales. ¿Por qué no atacar la capital del estado y así obtener el triunfo decisivo de una vez por todas? Era un plan loco y estuvo a punto de conducir a Villa y sus hombres al desastre total. Ya con quinientos rebeldes en sus filas, marcharon sobre la ciudad de Chihuahua. Acamparon a pocas millas de ella y Herrera envió a cuarenta hombres en misión de reconocimiento bajo el mando de Villa, quien los dividió en dos pequeños grupos. Los treinta revolucionarios que integraban el primero de ellos llegaron a la cima de El Tecolote, donde vieron a setecientos soldados federales que avanzaban contra ellos. En vez de regresar para unirse al contingente principal, decidieron presentar batalla. Era un combate desigual y media hora más tarde se vieron forzados a retroceder. Pero mediante un astuto ardid lograron retardar la persecución de los federales. Colocaron en la cima de la montaña una hilera de sombreros, y los soldados creyeron que había un revolucionario debajo de cada uno de ellos, de manera que avanzaron muy cautelosamente, disparando todas sus municiones contra los ficticios contrincantes. Mientras los treinta revolucionarios se retiraban así, sin haber sufrido bajas, Villa y los diez hombres restantes entraron en escena y atacaron a los setecientos soldados federales. Fue un acto de valor pero, tal como Villa más tarde relató, absolutamente absurdo, y él y sus hombres estaban cerca de perecer cuando el grupo que se retiraba regresó y contraatacó. Tras mantener a los federales a raya por casi una hora, lograron escapar. Las tropas federales no podían concebir que sólo cuarenta hombres los hubieran atacado. Villa y sus hombres resistieron todo ese tiempo, contra fuerzas muy superiores, en la esperanza de que Herrera y los suyos se les unirían y que desde la situación de ventaja de la cima podrían impedir que las tropas federales avanzaran hacia las montañas del oeste de Chihuahua, donde se concentraban las fuerzas revolucionarias. Pero Herrera no se movió. Como resultado, empezó a crecer un encono mutuo entre Villa y él.
El gobierno de Díaz y la revolución de Chihuahua
Cuando comenzaron los alzamientos en Chihuahua, Díaz estaba seguro de poder aplastarlos y resolvió hacerlo sin medias tintas, reforzado su optimismo por ciertos signos de desaliento que presentaban los revolucionarios. Para muchos, esos primeros días de diciembre no sólo fueron momentos de triunfo, sino también de decepción.
Empezaron a darse cuenta de que estaban prácticamente solos, ya que únicamente se habían producido fuera de Chihuahua unas pocas escaramuzas locales. Madero todavía estaba en Estados Unidos y no lograba entrar en México. Todo el poderío del gobierno federal se concentraba contra la gente de Chihuahua. Al mismo tiempo, el éxito de los revolucionarios había hecho comprender a una parte de la élite del estado (aunque no a los Terrazas) que no estaba tratando con unos pocos bandidos aislados, sino con un auténtico levantamiento popular. Un grupo de chihuahuenses destacados (no está claro si actuaron con el apoyo tácito o la tolerancia del gobierno estatal o federal) empezaron a negociar con los revolucionarios. Villa y algunos otros dirigentes estaban dispuestos por lo menos a considerar la posibilidad de una tregua de cuatro semanas. Los miembros de la élite que hicieron la propuesta tenían la esperanza de que las negociaciones pusieran fin a la revolución; de que, al ver que tras cuatro semanas el resto del país no se levantaba, los revolucionarios depondrían finalmente las armas. Por su parte, éstos calculaban que en cuatro semanas surgirían nuevos movimientos en otros puntos del país y que al reemprender las operaciones ya no tendrían que llevar solos toda la carga de la lucha.
Pero los dirigentes revolucionarios de Chihuahua no podían firmar tal acuerdo por sí mismos. Decidieron enviar a Cástulo Herrera a Estados Unidos para averiguar si González y Madero aceptaban el armisticio. Antes de que éstos pudieran tomar una decisión, Díaz rechazó la idea de cualquier tipo de arreglo. Las noticias de la revolución en Chihuahua habían llegado a las primeras planas del mundo entero y habían menoscabado la confianza de los financieros y los bancos en la estabilidad del gobierno mexicano. El secretario de Hacienda, José Yves Limantour, que había viajado a Europa a negociar una reconversión de la deuda mexicana, escribía que las condiciones de pago que exigían los bancos y otras instituciones financieras se habían endurecido como resultado de las noticias sobre los levantamientos y la inquietud social en México. Díaz consideró que se requería una victoria decisiva para que los mercados financieros recuperaran la confianza en su gobierno. Para someter a las principales fuerzas revolucionarias, concentradas en Chihuahua, eligió una estrategia doble. Envió refuerzos de más de cinco mil soldados federales, bajo el mando de un antiguo colaborador en el que confiaba mucho, el general Juan Hernández, que había estado destacado en Chihuahua durante muchos años y tenía un amplio conocimiento del terreno y las condiciones locales.
Al mismo tiempo, Díaz decidió utilizar cuantos recursos pudieran movilizar los Terrazas para combatir a la revolución. Le llegaban rumores de que el clan volvía a emplear el viejo juego de duplicidades que le había dado tan buenos resultados en 1879 y 1892: apoyar subrepticiamente a los revolucionarios para obtener más concesiones del gobierno. Pensó que la forma de forzarles la mano a los Terrazas era nombrar a un miembro destacado de la familia como gobernador de Chihuahua. El 6 de diciembre, José María Sánchez, el gobernador nombrado por Creel, fue sustituido por Alberto Terrazas.
Nadie podía estar más cerca de Luis Terrazas y de Enrique Creel que Alberto Terrazas. Era hijo de Luis y se había casado con una nieta de éste, hija de Creel, de manera que su esposa era también su sobrina.
Este nombramiento fue un grave error por el que Díaz pagaría un alto precio. Aun sin ser gobernador del estado uno de los suyos, el clan Terrazas y Creel habría luchado con todos sus recursos contra los revolucionarios, ya que tenían todo que perder y nada que ganar con una victoria rebelde. Se daban cuenta de que la revolución se dirigía principalmente contra ellos. Al identificarse completamente con los Terrazas, Díaz echó más leña al fuego.
Sin embargo, a primera vista, las esperanzas y los cálculos del presidente de México parecían razonables. El número de revolucionarios que había en Chihuahua a principios de diciembre se calculaba en unos mil quinientos hombres. Escasa actividad revolucionaria se había producido en el resto del país. Parecía fácil aplastar a los rebeldes con la combinación de cinco mil soldados federales y los enormes recursos del imperio de los Terrazas. Podía esperarse que la mejor organización, el mejor armamento y entrenamiento, y la superioridad numérica del ejército federal le permitirían derrotar a los revolucionarios en las batallas regulares. Los Terrazas, por su parte, al movilizar a sus servidores, clientes, peones y partidarios, tanto de las haciendas como de las pequeñas ciudades, aislarían a los revolucionarios restantes, les cortarían cualquier tipo de abastecimiento y les impedirían sobrevivir como guerrilleros.
El fracaso de la opción militar de Porfirio Díaz
Tradicionalmente, cuando se producía un levantamiento local, Díaz empleaba una combinación de tropas federales y auxiliares locales. Los nativos conocían el terreno, tenían buen conocimiento de los rebeldes de la zona y sus escondites, podían contar con por lo menos algún grado de apoyo local y constituían una eficaz fuerza contraguerrillera. Pero al fracasar la estrategia de Terrazas, Díaz tuvo que confiar solamente en las tropas federales. Las pocas tácticas contraguerrilleras que Díaz ensayó desde territorio estadounidense no tuvieron éxito. Las tropas federales no conocían el terreno y a menudo eran impopulares en Chihuahua. Pero, sobre todo, eran demasiado escasas.
García Cuéllar, uno de los comandantes más importantes de Díaz en Chihuahua, había llegado a la conclusión de que "esta revolución es idéntica a la insurrección bóer e Inglaterra no la dominó hasta que mandó a diez soldados por cada bóer. Esto que parecía risible a algunos es la verdad y para allá vamos".
Sólo había entre cinco y diez mil soldados federales en Chihuahua. El ejército federal contaba en total con alrededor de 30 mil, pero Díaz no podía concentrar más tropas en Chihuahua en un momento en que amenazaban con estallar levantamientos en otras partes del país.
La primera solución que se le ocurrió a Díaz fue aumentar rápidamente el tamaño del ejército. Pero se dio cuenta de que era una tarea imposible. Ése era el tema de los informes que sus gobernadores le enviaban de todo México. En Campeche, el gobernador, aunque expresaba su pleno apoyo a Díaz, no veía cómo satisfacer sus instrucciones de reclutar cien hombres para la guarnición de su capital "dada la general aversión que el pueblo acusa por el servicio militar, principalmente en las actuales circunstancias, pues todo llamamiento para ese servicio se interpreta y comenta como si se tratara de enviar a los llamados a él para fuera del estado". En tono semejante, el gobernador de Zacatecas informaba de las dificultades que tenían sus funcionarios para hallar voluntarios. El gobernador de Durango fue todavía más explícito: "Hace días que estoy arreglando el establecimiento de unas guerrillas, que emprendan activa persecución contra las partidas de revoltosos que han invadido el estado; esto me está costando algunas dificultades, porque no hay mucha gente que de buena voluntad preste sus servicios en este sentido".
Algunos de los gobernadores de Díaz se hallaban en aprietos para explicar la falta de entusiasmo popular por defender al régimen, ya que no querían admitir que los habitantes de sus estados pudieran estar descontentos con éste, o con ellos, y por eso buscaban otra manera de justificar la falta de reclutas. "La causa de esto", escribía el gobernador del estado de Tamaulipas, tras describir sus dificultades para hallar voluntarios, estriba, señor, en la índole actual de nuestro pueblo, que sólo se afana en trabajar, vivir en familia y disfrutar de los beneficios de la paz. Cuando se consigna a alguno, viene luego la deserción de los demás que, al ausentarse, encuentran trabajo en otro pueblo o ranchería, que solicita brazos para las faenas del campo [...] Esto se palpa con más evidencia en la frontera, pasándose la gente al lado americano, lo que viene a originar así disminución de número de habitantes.
El gobernador de Querétaro halló una excusa particularmente original. La gente de su estado era demasiado "tímida" para pelear. El de Puebla atribuía el problema a que los hombres temían ser enviados fuera del estado, especialmente a Chihuahua o a Yucatán. Otros gobernadores eran más honrados y claros. "Con el mayor respeto y con pena", escribía el gobernador de Sonora, "amplío mi telegrama para repetir lo que ya he manifestado a usted, y es que de día a día crece el número del enemigo y decrece el de nuestras tropas, así como crece el sentimiento revolucionario en todo el estado".
Las dificultades para encontrar voluntarios se complicaban con las dificultades aún mayores para cubrir las bajas. El método que consistía en forzar a los disidentes, los enemigos personales de los funcionarios locales o miembros de los sectores más pobres de la sociedad a ingresar en el ejército era tan impopular que el gobierno, dándose cuenta de que era una de las causas principales del estallido de la revolución, se resistía a usarla. Pero no contaba con ningún otro método. Cuando aplicó en efecto este método, los resultados fueron a menudo catastróficos. En la ciudad de Tula, en el estado de Hidalgo, la policía rural, que los funcionarios trataron de movilizar, prefirió abrirse paso a balazos para salir de la ciudad antes que enfrentarse a los revolucionarios.
El gobernador de Campeche casi causó una sublevación en su estado cuando intentó alistar por la fuerza a 28 hombres. "Estas medidas causaron gran descontento y alarma entre la población de este estado. Muchos habitantes de los pueblos, hombres en edad de prestar el servicio militar, se ocultaron, mientras que otros emigraron a Yucatán, Quintana Roo o Tabasco para no ser sometidos a la conscripción. En algunos pueblos hubo signos evidentes de rebelión y temí que estallara un grave conflicto." El gobernador suspendió el reclutamiento.
En Yucatán, el gobernador informaba que los hombres alistados para servir en la guardia nacional se escondían. "La organización de tales guardias nacionales ha dado ocasión a que en algunas poblaciones se subleven los llamados a formarla y a que en otras obedezcan sin recurrir a vías de hecho a mano armada, pero sí retirándose a las afueras de la población en actitud amenazante."
Algunos gobernadores se plantearon entonces estrategias desesperadas. El de Yucatán consideró la posibilidad de reclutar indios de la Huasteca, que habían sido contratados para trabajar en los campos de sisal. Estaba convencido de que preferirían el servicio militar, que sólo duraría seis meses, con el retorno a casa garantizado, antes que seguir trabajando como jornaleros en las plantaciones. El general José María de la Vega, en León, Guanajuato, le sugirió a Díaz que se ofreciera a los posibles soldados un pago adelantado para atraerlos a las oficinas de reclutamiento y, una vez allí, "no dejarlos salir y destinarlos luego" al ejército. En conjunto estas estrategias tuvieron escaso efecto y, conforme avanzaba la revolución, fue imposible incrementar sustancialmente el número de tropas a disposición del gobierno.
En Chihuahua, el fracaso de la estrategia de Terrazas y la incapacidad de Díaz para engrosar las filas federales llevaron a sus comandantes, y particularmente al hombre que había designado para aplastar el levantamiento, el general Juan Hernández, a defender una política de compromiso y conciliación.
Cuando llegó a Chihuahua, Hernández se sentía optimista. Hablaba de enviar tropas a Ciudad Guerrero, que era el centro de la rebelión. Estaba convencido de que "si logramos exterminar a estos revoltosos (en Ciudad Guerrero), seguramente que vendrá la desmoralización de los demás" y la revuelta terminaría. Una semana más tarde estaba aún más esperanzado, porque había infligido a los revolucionarios una derrota menor. Pensaba que el fin de la revolución estaba cerca: "De los informes que he recogido se desprende que ha causado honda impresión entre los revoltosos la derrota que acaban de sufrir y que muchos se han convencido de que no pueden luchar con las fuerzas del gobierno, resolviéndose, por lo mismo, a abandonar su mala causa".
Conforme el movimiento revolucionario, a pesar de las derrotas temporales, cobraba más impulso, Hernández empezó a cambiar de opinión. Le impresionó mucho que, en la ciudad de Carretas, "trece revolucionarios saquearon la ciudad, que tiene dos mil habitantes, y nadie les opuso resistencia". Se daba cuenta "de que los revoltosos tienen muchos simpatizantes entre la gente de aquí que habla con gran fervor del triunfo de su causa". Pocos días después, Hernández era aún más explícito.
Creo mi deber informar a usted de un modo claro que las cuestiones que aquí se han suscitado y que tanta sangre están costando no reconocen otro origen que el descontento general que existe en los habitantes del estado desde que el gobierno está en poder de personas de la familia Terrazas, familia a quien aborrecen, y como se cree que estos gobernantes sólo pueden sostenerse con el apoyo de usted, a usted lo hacen responsable de esta situación.
Un informe anónimo, que Hernández retransmitió a Díaz, equivalía a una devastadora acusación contra los Terrazas y un sombrío pronóstico de las consecuencias que tendría la revolución para el régimen si no se realizaban cambios rápidamente. Las causas principales de la revolución, según el anónimo autor, eran "antiguos disgustos por la distribución de terrenos vecinales, frecuentes desapariciones de ganados no herrados, presión excesiva de prefectos o presidentes municipales de escasa ilustración y contribuciones multiplicadas que gravan en demasía los pequeños negocios, con más la contribución individual". Madero no hacía más que utilizar para sus propios fines el descontento de la población de Chihuahua, dirigida principalmente contra "el general don Luis Terrazas, siendo el hombre más rico en Chihuahua y teniendo ‘el control’ de todas las empresas grandes y aun de muchas pequeñas y aun mezquinas, como la de mingitorios públicos". Había un sentimiento generalizado de que los Terrazas "acabarían por absorber todo lo que Chihuahua representa de capital y de energía".
Fallidos intentos de encontrar una solución política
El general Hernández fue una excepción notable entre los militares porfirianos, porque defendía una solución política y social en vez de una salida puramente militar. Sus ideas también diferían de las de los políticos porfirianos que, en una etapa posterior de la revolución, llegaron a defender una solución política que consistiera solamente en negociar con los dirigentes de clase alta del movimiento maderista. Hernández estaba a favor de una negociación con las clases bajas de Chihuahua que se estaban sublevando, porque tenía la esperanza de evitar así que se unieran a Madero.
Esto no significa que Hernández se opusiera a la represión. El 19 de enero de 1911, describió las medidas que consideraba necesarias en una carta a Porfirio Díaz: "De nuevo tengo que decir a Ud.", escribió, que todo el estado simpatiza con la revuelta actual y que se necesita trabajar mucho para cambiar la situación; trabajar moral y materialmente. Se necesita el convencimiento para unos, la energía para otros y la inflexibilidad para los más rebeldes. Para muchos, no es eficaz la consignación que de ellos se ha estado haciendo al juzgado de Distrito; sería mucho más práctico y de resultados más positivos mandarlos a Yucatán, o más bien dicho, al Territorio Quintana Roo, en la misma forma que lo hicimos con los perniciosos de Oaxaca y Puebla. Si Ud. se dignara autorizarme, nos quitaríamos de aquí muchos sediciosos que desde su prisión están ayudando a los revolucionarios.