domingo, 8 de enero de 2017

Cuerpo, Cosmos y género

Carolyn E. Tate En Mesoamérica, el papel que desempeñaba el género de una persona cambiaba a lo largo de su vida. El género de los humanos se equiparaba con las plantas sobre todo con el maíz; así, una persona podía estar tierna, se volvía fértil, daba fruto, se marchitaba y se transformaba en semilla. Las maneras en las que las sociedades elaboraban los roles de género que correspondían a los humanos estaba fundadas en las metáforas sexuales que se atribuían a las múltiples fuerzas creadoras y destructoras. En Mesoamérica, los individuos vivieron en un cosmos animado por un incesante proceso de creación y destrucción. Basadas en su observación de esta dramática interacción de fuerzas opuestas palpables sobre todo con los ciclos cosmogónicos y estacionales, las sociedades desarrollaron conceptos de género. Dicho de otra manera, establecieron expectativas respecto a los roles y comportamientos considerados adecuados para hombres y mujeres. Como no existen textos prehispánicos que traten específicamente el tema del género lo abordaremos de manera indirecta: por analogía. En este ensayo utilizo textos y mitos recopilados durante el siglo XVI, así como representaciones plásticas de diversas culturas para encontrar las claves que nos permitan entender las ideas antiguas sobre el género y cómo afecto esto a la identidad de las personas. Un buen punto de partida del texto, del siglo XVI, de fray Bernardino de Sahagún en el que escribe la manera en la que la sociedad azteca trató de establecer diferencias en el comportamiento entre las familias de los recién nacidos. Señala que unos cuatro días después de nacer, la partera hacía una ceremonia para iniciar al bebé y a su familia a los deberes que se esperaban de los varones y de las mujeres. En el caso de los niños, la comadrona les presentaba un pequeño “escudo”, hecho de masa, y un arco y flechas en miniatura, así como pequeños utensilios relacionados con la profesión de la familia. A las niñas, la partera les presentaba una escobita, instrumentos para hilar y tejer y atuendos femeninos. (Ahora sabemos, por supuesto, que un porcentaje significativo de infantes muestra características sexuales ambiguas.) Estas ceremonias indican el propósito de los roles de género en Mesoamérica eran prescribir las actividades mediante las cuales los individuos podrían cumplir su destino como seres humanos. Al final de cuentas, la sociedad azteca esperaba que un niño se convirtiera en guerrero, ya que al tomar cautivo pagaba su deuda con la Tierra, aquella que tenía cada vida humana. Una niña debía casarse, ser “el corazón de la casa”, y se esperaba que se afanara junto al hogar para alimentar a la siguiente generación de guerreros. Sin embargo, las formas en las que sociedades mesoamericanas elaboraron el género y sus roles fueron mucho más fluidas y complejas que las presentadas en estas primeras admoniciones rituales. Si bien el género se defendía por las características corporales visibles, no era tan rígida como cabría esperar a partir del texto de Sahagún. Arquetipos sobre el papel de los géneros humanos Las sociedades mesoamericanas daban los arquetipos de sus roles de género en la observación de los procesos naturales y la interrelación dinámica. En el cielo y en la tierra, las cosas surgían, se transformaban, sufrían, morían y se renovaban constantemente mediante una serie de acontecimientos de creación y destrucción que fueron descritos como metáforas relacionadas con los sexos. El universo visible era producto de un frágil equilibrio de opuestos complementarios. Esto también determinaba la manera en la que los individuos negociaban entre los mitos y las metáforas que determinaban el género. Muchas historias de la creación las cuevas -enormes matrices terrenales-, o su contraparte celeste, la región de la Estrella Polar, fueron el lugar mitológico donde se originaron los dioses y la vida humana. Las aguas terrenales y sus mareas, regidas por la Luna, se equiparaban al líquido amniótico que rodea al feto en la matriz. La cuenta calendárica de 260 días era esencialmente una cuenta femenina de 9 ciclos lunares, que es lo que tarda en nacer un niño a partir de la suspensión de la menstruación. Estos vínculos indican que el concepto de lo femenino se relacionaba con categorías de humedad, frío, bajo, interior, receptividad y generación. La vegetación de la superficie terrestre fue considerada como la falda o el cabello de la tierra sagrada y femenina; en muchas sociedades se le representó como una falda tejida con cuentas de piedra verde; el primer ejemplo conocido de esto es la ofrenda de mosaicos de La Venta, Tabasco. Uno de los relatos aztecas sobre la creación cuenta que un rayo en forma de pedernal, tecpal, cayó desde la matriz de la diosa celestial Citlalinicue, falda de estrellas, gran madre de las estrellas. Penetró en la tierra en Chicomóztoc (Siete Cuevas), lugar mítico de origen, y así fueron generados los mil seiscientos dioses. Cuando estos pidieron comida a Citlalinucue, ella les dijo que hicieran seres humanos preparándolos con su propia sangre sacrificial mezclada con los huesos humanos anteriores. Estos seres se convirtieron en servidores y en comida de los dioses. Esta metáfora de unión entre la energía celeste masculina y caliente con la matriz receptiva y fría fue la base estructural del pensamiento mesoamericano. La masculinidad estaba asociada con lo caliente, con las cosas duras originadas con lo alto para penetrar y fertilizar la tierra, la cual era baja y más fría. Prototípicos de la masculinidad fueron el rayo, el calor del Sol y la lluvia al precipitarse. Además de ser alto y caliente, el Sol desaparece la mitad del tiempo para librar su lucha diaria con el renacimiento. Esta observación llevo a la concepción de los roles masculinos que incluyen guerra, viajes largos, dominio político, rituales para el fuego y el calendario de 365 días. Sin embargo, las mudanzas de la tierra y el cielo, de las interacciones sociales y de las fuerzas vitales muestran siempre una lucha constante por lograr un equilibrio -usualmente asimétrico- entre estos polos opuestos. El maíz y los humanos: dualidad genérica como estado ideal Una de las metáforas primordiales de la identidad humana fue en el “cuerpo humano es comida”. Entre los mayas, la identificación principal sería entre los humanos y el maíz. En el Popol Vuh se cuenta como Xmucane (componente femenino de la pareja creadora) hizo a los hombres actuales de maíz, agua y grasa de sus manos. Los gemelos varones (quienes finalmente vencen a las fuerzas negativas del inframundo -femenino- y logran que el mundo sea propicio para la vida humana bajo la luz del Sol) mostraron a su abuela plantas de maíz como testimonio de su existencia, mientras viajan por el inframundo. Cuando los pueblos de México antiguo supieron que las plantas de maíz de polinizaban a sí mismas -probablemente en el periodo Preclásico Medio-, y que poseen partes femeninas y masculinas, consideraron al maíz florido como una entidad con ambos géneros. Los caracteres sexuales del maíz cambian con forme la planta se desarrolla; de la misma manera, la sexualidad humana florece, madura y se marchita a lo largo de la vida. En la festividad del mes azteca de atlcahualo, que incluía el sacrificio de niños, se usaban mazorcas de maíz en los tocados. Los niñitos representaban a la planta de maíz antes de dar fruto. Conforme los individuos crecían y tenían niños el estatus de género se desdibujaba. Entre los mayas, mientras mejor funcionaban las cosas, manifestaban más las cualidades de ambos géneros. En el Clásico los gobernantes varones usaron a veces, durante los rituales de renovación, renacimiento o creación, un traje hecho con cuentas tejidas que representaba la vegetación de la superficie terrestre, que era femenina. Muchos investigadores suponen que los hombres sangraban sus penes para imitar las ofrendas femeninas de sangre menstrual. Los más dotados contadores de días del Momostenango actual en Guatemala, son ancianos a quienes se llama “padres-madre”, a los que se eligen para encabezar un linaje y hacer rituales a nombre de dicho linaje y de la comunidad. Género y trabajo Los trabajos más comunes entre las mujeres fueron el hilado y el tejido. No se trataban de actividades simplemente utilitarias o económicas: hilar y tejer evocaban metáforas de la reproducción sexual y de los procesos de la naturaleza. El hilado pasa por etapas de desarrollo y decadencia, decrecientes y menguantes como los de las mujeres gestantes. El malacate que penetra en el hilo simboliza el coito; el eje donde se enreda el hilo, al formar el ovillo simboliza al creciente feto, la mujer cuyo vientre se hincha… El tejido, el entreverado con los hilos también representaba el coito y así, hilar y tejer representaba la vida, la muerte y el renacimiento, en un ciclo continuo que caracterizaba la naturaleza esencial de la diosa madre (Sullivan, 1983). Incluso los objetos manufacturados poseían cualidades de género. Es probable que las mujeres mesoamericanas hicieran la cerámica casera, las figurillas de barro y el papel. En estas actividades intervenían la manipulación de la tierra y agua -elementos a los cuales se asociaban conceptualmente las mujeres-, así como el fuego masculino, esencial para su transformación. Es posible, cuando se requieran largas jornadas para traer el barro o las cortezas, que participaban los varones. Estos labraban materiales duros como la madera y la piedra y escribían en el papel y las vasijas hechas por mujeres. Si bien unas cuantas mujeres nobles aztecas fueron escribas, la frase con la que algún escriba maya firmaba sus textos en cerámica o en escultura, indicaba siempre que se trataba de un hombre. Esto implica que las vasijas mayas pintadas con jeroglíficos hubo colaboración entre una alfarera y un escriba varón. Así, un vaso con esencias narrativas o un códice de papel pintado fueron entidades de género dual. Carolyn E. Tate. Profesora de historia del arte prehispánico en la Texas Tech University. Especialista en el arte y cultura mayas y olmecas, y en temas de género. Entre sus publicaciones esta Yaxchilán: The Design of a Maya Ceremonial City (1992). Cocuradora de la exposición “Olmec World: Rulership and Ritual” (1995). Tate, Carolyn E, “Cuerpo, Cosmos y género”, Arqueología Mexicana núm. 65, pp. 36-41.

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